El dedo índice de Mao señalaba a todos aquellos que habían seguido ese camino, el camino de los discursos enfáticos, el camino de la Revolución contra la clase explotadora. El dedo índice de Mao nombraba a los que sin miedo iban al campo por su causa, por la causa del partido. Edgardo, Maru Saldarriaga, Juan Carlos, Jorge, el Mono y un sinnúmero de muchos sin nombre sin rostro.
Juan Diego Mejía retrata en su novela El dedo índice de Mao, y lo que significó para una generación el cambió que logró el líder chino. Juan, el protagonista de la historia, observa, escucha al Mono, que como él lo menciona, era él quien lo educaba en el maoísmo. Pero el acercarse a los eventos y reuniones en el sindicato de los maoístas, Juan quería comprender el dedo índice que utilizaban muchos de ellos para exponer sus postulados.
Los años setenta se anunciaba como la continuidad de los cambios culturales que, de alguna forma, se concretaron en la década de los sesenta por el ambiente político en el que se vivía: la guerra fría, el Muro de Berlín y la invasión fallida de los Estados Unidos a la Bahía de los Cochinos. Fueron las comunidades universitarias, donde adoptaron los postulados de materialismo marxista para justificar el fundamento de un verdadero cambio. La Revolución. Los Maoístas y los Trotskistas fueron algunas de las corrientes que tentaban a los jóvenes con el fin de que se lanzaran al peligro, que volvieran al campo, y vigilar a los grandes terratenientes.
Pero aunque el eje de todo ese movimiento fuera la Universidad en donde Juan y el Mono se conocieron y Claudia, “la de ojos negros y brillantes”, estaba el Gordo, el amigoamigazo, el hermano de Juan, quien vive los cambios de la sociedad observando a través de la ventana de su casa, donde cada mañana se aproxima con el fin de percibir que el tiempo pasa y que él también es participé de sus transformaciones.
Juan Diego Mejía nos invita a conocer a Juan, amigoamigazo y al libro De ratones y hombres de Steinbeck, que permea las primeras páginas del El dedo índice de Mao.
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