El buen votante

Veremos si somos capaces de pedirle a nuestros candidatos un plan de gobierno que se comprometa en serio con la inversión en educación, o si volveremos a las urnas pensando en todo menos en lo que realmente necesitamos para llegar a una mejor versión de nosotros como sociedad.


El próximo año tendremos la misión de ir a las urnas para escoger a la persona que liderará el país durante cuatro años. Como es habitual, han iniciado las actividades de los precandidatos para aumentar su favorabilidad entre los votantes.

Mucho de lo que viene es rutinario: debates donde se busca aumentar la favorabilidad propia a cambio de disminuir la de los otros candidatos, acciones mediáticas para que los unos presenten a los otros como los malos, y así puedan autoproclamarse como la solución a los problemas del país, y escándalos relacionados con los hechos de compra de votos, en los cuales las maquinarias políticas se aprovechan de la ignorancia, la pobreza y la falta de oportunidades que pulula en las regiones menos favorecidas de Colombia, que lastimosamente no son pocas. No tengo la intención de respaldar públicamente a ningún candidato, solo deseo presentar varias condiciones que hacen de las personas buenos votantes, independiente de su elección.

La primera condición es votar. Por obvio que parezca, derrotar el abstencionismo es una tarea pendiente de Colombia, es necesario que la legitimidad de nuestros líderes vaya más allá de un consenso legal sobre unos mínimos de participación, y sea producto de un ejercicio democrático soportado en un porcentaje de participación mayoritario en relación con la población total.

Premiar a los candidatos con una agenda propia. La polarización es mala para el país: retrasa el desarrollo de la democracia, incentiva la desinformación y lleva a que los votantes pierdan de vista el propósito de las elecciones, escoger el líder más idóneo para el país. El “escójanme a mí, porque yo soy bueno y el otro candidato es malo” no es una propuesta de gobierno seria, y un candidato sin propuestas coherentes es augurio de una mala gestión.

Votar bien hoy para tener un mejor mañana. El problema más grande de la dinámica electoral está en la dificultad que tienen los votantes para hacer evaluaciones a largo plazo. Casi siempre que un gobernante llega a cortar un listón y a decir que la obra o proyecto es gracias a su gestión, que en solo un mes ya tiene logros grandiosos, se está adjudicando la gestión que alguien desarrolló antes que él, y que autorizó un gobierno cinco o diez años atrás. Los votantes tenemos una responsabilidad importante por dos motivos: primero, por no asimilar que los proyectos públicos tienen impactos de mediano y largo plazo; en segundo lugar, porque estamos muy ocupados viendo cómo echarle tierra al candidato o partido que no es de nuestra preferencia, al punto que olvidamos hacer una evaluación adecuada de los hechos.

Toda la evidencia empírica apunta a que los países que han alcanzado altos niveles de desarrollo, han realizado inversiones importantes en educación, cuyo verdadero impacto se ve tres décadas después de realizada la inversión. Si queremos una mejor democracia requerimos mejores votantes, y esto no pasa solo por hacer bien lo que está en nuestras manos, sino por garantizar a las futuras generaciones los elementos analíticos suficientes para votar con criterio, para ello necesitamos que la educación de calidad llegue a todos los rincones del país. No es un lugar común, no es una cosa menor, debe ser una prioridad nacional si queremos encaminarnos en una senda de desarrollo más acelerada y oportuna. Veremos si somos capaces de pedirle a nuestros candidatos un plan de gobierno que se comprometa en serio con la inversión en educación, o si volveremos a las urnas pensando en todo menos en lo que realmente necesitamos para llegar a una mejor versión de nosotros como sociedad.

David Forero

Analista económico

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