“Y es que ¿Cómo mantener la cordura en un país donde el pueblo entero sabe perfectamente lo que pasa? Las amenazas, las torturas, los asesinatos y los entierros, conocen al muerto y al vivo que sesgó la luz, pero nadie habla, perpetúan el silencio porque saben que de lo contrario estarán condenados a la misma realidad”
“Todos los finales son designios del señor, pero no es lo mismo morir que ser asesinado” así inicia el libro Río Muerto de Ricardo Silva Romero, escritor, columnista y culpable de escribir el libro que marcó mi corazón… pero esto no es una reseña literaria ni mucho menos, es la referencia que usaré el día de hoy para exponer la violencia que fue, es y al parecer seguirá estando presente en Colombia, una tragicomedia que no acaba, que es tan común que se normalizó.
Inicia toda esta historia por una conversación entre el autor y su compañero de viaje, quien intentaba romper el hielo con el tema que marcó la realidad del país: “yo voté contra la paz del plebiscito aquel porque voté contra todos los verdugos” a lo que responde Silva “yo voté a favor por las mismas razones por las que usted votó en contra”. Ambos con un sí y un no de diferencia, pero con la misma convicción: no resignarse a la guerra.
Su compañero de viaje le cuenta la historia de su vida y le pide que en algún libro, columna o escrito hiciera visible lo invisible por el país: la violencia, las personas olvidadas, los pueblos fantasmas y las sociedades en las que su futuro deja de ser incierto en épocas electorales, pues luego de estas vuelven a su estado natural: olvidadas.
Y es que ¿cómo mantener la cordura en un país donde el pueblo entero sabe perfectamente lo que pasa? Las amenazas, las torturas, los asesinatos y los entierros, conocen al muerto y al vivo que sesgó la luz, pero nadie habla, perpetúan el silencio porque saben que de lo contrario estarán condenados a la misma realidad.
“yo voté contra la paz del plebiscito aquel porque voté contra todos los verdugos” a lo que responde Silva “yo voté a favor por las mismas razones por las que usted votó en contra”. Ambos con un sí y un no de diferencia, pero con la misma convicción: no resignarse a la guerra.
Cada muerte se cuestiona, pero desde el individuo que ya no está, como si fuera un suicidio, como si alguna razón pudiera justificar que alguien sea asesinado a sangre fría en la puerta de su casa… bien dice un fragmento del libro “si hubiera sospechado que lo iban a matar por hacer un simple favor como los favores que le hacía siempre a todos sin importarle si estaban con los unos o con los otros, es seguro que se habría quedado quieto”. La única “utilidad” de tal muerte es reiterar que hay que subordinarse, quedarse en silencio y vivir el mismo infierno en la tierra pues no hay peor apocalipsis que el que se vive en el ahora.
Hay que escribir de la violencia hasta que se acabe lo primero, el papel o la esperanza; no es justo que maten y sigan matando, se tiene que gritar para que quede impregnado como legado, como realidad de lucha en tinta negra y en sangre seca.
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