“Educad a los niños y no tendréis que castigar a los hombres” animosa y esperanzadora resulta esta frase de Pitágoras, que desde su posición privilegiada de matemático y filósofo, influenció de gran manera el pensamiento platónico y aristotélico, cuyas ideas posteriores fueron basamento fundamental para lo que hoy conocemos como filosofía occidental (y todos los ámbitos que esta ha permeado).
24 siglos más tarde no es difícil encontrar este aforismo decorando o manchando las paredes de cientos de muros en ciudades, universidades y suburbios, por lo cual, su interpretación parece resumir un poco lo referente a los deseos y creencias de una civilización en lo que respecta a la educación: primero, en la necesidad que encuentra la población de que sus hijos puedan ser educados; primero, para tener un nivel “competitivo” y acceder a un ideal de vida un tanto (si se permite la palabra) hollywoodesco, y segundo, para que puedan ser autosuficientes y útiles a una sociedad siguiendo los designios que esta establezca y precise.
Educar a los niños para no castigar a los hombres: si nos remitimos directamente a las palabras y no al significado de estas en la frase, en definitiva llaman la atención los verbos “castigar” y “educar”, y los sustantivos “niños” y “hombres” que en un esbozo general a nuestro panorama, perfectamente podrían estar conjugados de varias formas; como por ejemplo “castigad a los niños, y así podrás educarlos como quieras que sean los hombres”.
Esta podría interpretarse como un intento por homogeneizar a la población e impartir unas pautas de conducta que vayan siempre en línea del respeto excesivo y sumiso por la norma, donde la base es no criticar, y la misión es la adaptación. Un tanto radical podría tornarse esta reflexión, pero en términos generales aplicaría a la mayoría de escuelas y colegios. Sabemos que existen unas normas sociales e institucionales que es preciso respetar, sin embargo, se nos intenta dar (inculcar) una fe ciega en ellas, cuando deberían educarnos para dudar (aunque esto naturalmente nunca va a convenirle a los gobernantes). En una perspectiva constructivista, educarnos para aprender, y no simplemente dedicarnos a recibir información y evadir castigos.
Michel Foucault en uno de sus textos más reconocidos vigilar y castigar nos trae a colación una cantidad considerable de analogías que podríamos agrupar a lo competente del sistema educativo actual. Tener el control sobre qué enseñar y que no, sobre la vestimenta (aspecto que influye en la despersonalización y va en pro de la homogeneización), sobre cómo comportarse en el aula y fuera de ella, los valores religiosos (Porque para la iglesia hay unos que valen más que otros) y otras tantas estrategias que hacen cada vez más difusa la línea que diferencia una penitenciaria de una escuela.
La realidad pareciera ser que a los niños se les castiga para poder ser educados, y no como lo propone Pitágoras. No es un asunto que remita a la “falta de ética” o a un error de la vertiente conductista clásica, sino más bien, a cómo se ha sobre interpretado y sobrevalorado esta herramienta, que si bien es eficaz en ciertos ámbitos, no se puede generalizar ni universalizar como ha pasado dentro de nuestros claustros educativos
El sistema educativo de nuestro contexto no está cerca de ejemplificar aquella frase. A los niños y jóvenes se les implanta el miedo, y por ese medio se les educa. El castigo, en sus múltiples variantes empleadas, se convierte en el mecanismo por excelencia para moldear a los futuros policías, padres de familia, ingenieros, feligreses, políticos y médicos de nuestra comunidad. La curiosidad y el “pensamiento autónomo” son palabras y hechos que difícilmente encontraremos merodeando por los pasillos del sistema educativo colombiano, donde leer un libro por propia iniciativa es casi un acto heroico o de rebeldía.
En torno a esto, tampoco podemos pensar que toda la responsabilidad será de los entes educativos, la educación es un fenómeno holístico que une a las familias con la sociedad y las instituciones educativas en pro de dar conocimientos, pautas de vida y propiciar el aprendizaje; por esto, sería ingenuo pensar que toda la responsabilidad caerá sobre escuelas, colegios y universidades, ni tampoco aseverar que el sistema es un fracaso, no. El sistema educativo colombiano tiene varios elementos de base que deberían ser replanteados, y eso va de la mano con las políticas estatales que diseñan las leyes que regulan la educación en el país, pero esto no significa que vayamos a culparlo ni a responsabilizarlo en totalidad por la conducta y el estilo de vida y pensamiento que tienen las personas.
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