«Hay videos en los que avanzan más de cinco minutos de pie de fuerza pasando en fila india, y con ellos los fusiles nada intimidantes de los GOES…»
Casi cuatrocientos funcionarios de la administración, junto a mil y un agentes de la policía, del ESMAD y del GOES, madrugaron a las tres de la mañana (hora de las brujas, los demonios y los fantasmas, o del diablo) a desalojar —no a «evacuar», como lo dicen tibia y amablemente los noticieros— cien viviendas y trescientas cincuenta personas que habitan El Morro, parte alta del barrio Moravia de Medellín.
Hay videos en los que avanzan más de cinco minutos de pie de fuerza pasando en fila india, y con ellos los fusiles nada intimidantes de los GOES (una persona exclamó: «¡Ay gonorrea!, ¿a quién van a ir a matar?»), porque la alcaldía adora la no violencia, el buen trato y el show con palomas blancas entre opuestos.
Según datos oficiales, desde hace dos meses se venía trabajando para una evacuación garante de los derechos. Pero, si hubiera sido así (que tal vez lo fue: traer a ese rebaño de dioses y patrias ha de ser tremendo bololoi), ¿por qué, en ese mismo día, fueron puerta a puerta a caracterizar a los futuros desalojados? Los cogió la noche. Y, por si fuera poco, y en base a esta caracterización, ¿cómo iban a reubicar a las personas? ¿Cómo van a reubicar a las siete viviendas que derribaron?
Ahora bien, esta es la razón del desalojo: en el dos mil seis se declaró El Morro como sitio de calamidad pública, debido a su pasado como basurero, por lo que se habla de amenazas de deslizamientos, movimiento en masa de residuos sólidos, presencia de grietas, etc., lo que provocaría una emergencia en el lugar. Desde el dos mil seis no han hecho nada por estas personas, que en su mayoría son afros, desplazadas, vendedores ambulantes… Y ahora, con una operación que se esperaba de ocho días, iban a «evacuarlos», a desalojarlos, con una caracterización en medio de los gases.
¡Qué cosas! «Firme acá, donde dice “Firma”». «¿Usted lo ve, mi señora?, porque yo no… Espere que esos gases no me dejan ver…» «Pero firme rapidito que si no más arde y no pueden entrar». «Entonces chupemos gases, mejor pa’ mí». «¡No!, firme señora, firme, hágame el favor, hágase el favor…» «¡Óiganla!, dizque hágase». «Colabóreme, yo solo soy una trabajadora». «¡Óiganla! Bueno, muestre. ¿Dónde firmo?» «Donde dice “Firma”». «Niña, ¿dónde dice “Firma”? Es que no sé leer». «Acá… Vea». «Bueno, de todas formas esperemos… Niña, ¿y usted dónde vive?» «Eso no importa señora. ¿No va a firmar?» «¿Muy lejos?» «Sí, lejitos…» «Ve, qué tan bueno…»
Afuera, desde temprano también, se levantaron barricadas. No había tanto pueblo como hace exactamente un año en Los Pinos, Bello —ni combatividad: en el caso del Morro el desalojo se detuvo por una tutela y en el de Los Pinos por la confrontación—, pero resistieron con las uñas, como siempre, como es la resistencia, y lograron evitar a los que hacen parte de la ignominia: detuvieron que trabajadores de UNE cortaran la luz y se opusieron (algunos) a la firma de la caracterización (medida, al fin y al cabo, arbitraria: si desde hace tiempo se conoce la problemática del Morro, que vengan con un formulario y herramientas para destruir los hogares es un pañito de agua tibia, paja).
Los funcionarios de la alcaldía, duchos en el monólogo («Esto que traigo es para que lo evacúen a lo bien. Tranquila que yo tengo mis estudios. La sacan, vive unos meses en un departamento y después se las arregla. Esto se aprende en la práctica»); los gases lacrimógenos donde hay niñas, niños, abuelas, abuelos, personas discapacitadas, enfermas; el recuerdo de un hombre con cara de muchacho que fue a pedir votos para que hoy pague de esta forma; la culpa de montarlo y de saberse ingenuo por haberle creído; los azotes del pensamiento, los gritos, los sollozos: varias cosas que no abarca lo que un secretario afirmó, seguro e impasible, «Institucionalidad».
Ya de salida, o de echada, el alivio de ver a los agentes y los funcionarios yéndose tristes, cabizbajos, derrotados, escaleras y escudos en los hombros, acompañados por un coro de «Cerdos… Cerdos… Cerdos…», gracias a la orden de medida cautelar del Juzgado Octavo Civil Municipal de Ejecución de Medellín de suspender el procedimiento, los buenos para nada —la nada es el mal que han hecho. Quedaría mejor: los buenos para todo lo malo— estallaron cobardemente contra la multitud… Y eso que apenas pudieron dañar unas casas… Ni desalojando El Morro entero quedarían satisfechos.
Como no pudieron quedar satisfechos sin violar los protocolos: dos agentes, el 078223 y el 101043, hicieron disparos directos a los habitantes… ¡Ajúa!, ¿no es así? ¿O solo funciona para los militares? En Los Pinos hubo ejército… En este caso hubo GOES… ¿Qué será para el noviembre del próximo año? ¿Ejército, GOES, ESMAD y tanquetas? ¡Qué pesadilla! Menos mal los detiene una tutela, porque si no, mejor dicho, el acabose, la bienaventuranza del totalitarismo.
En este día destrozaron siete casas, de las diez que planeaban. La madera y el zinc se pueden recuperar, al igual que los temples y la politización de los oprimidos. Más allá de lo oscuro, de la hora de los demonios y del diablo, el trabajo de base resulta una opción ante la cual no hace falta empezar desde cero —guiño para los movimientos sociales—: se trabaja desde la ira del desalojado, que es más brava que cualquier fusil, gas o tutela.
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