La verdad es simple; aunque parezca cruda, difícil y asombrosa. Buscar esa verdad implica vivir sumiso a ella, aceptarla y experimentarla. La pregunta es cómo encontrarla en un ritmo de vida cada vez más cansado, agitado y práctico. La filosofía es una de las tantas respuestas.
Desde que nací había vivido atado a las cadenas de mi madre y a las numerosas reglas que se imponían en mi escuela. Crecí con percepciones que desarrollé en la escuela y en casa. Así, por ejemplo, en el colegio, los varones tenían que llevar el cabello corto y las mujeres no podían perforarse en otro lugar que no fuera el lóbulo de la oreja. Mi madre solía decirme que los piercings los portaba gente vulgar y que el cabello se lo teñía la gente loca; ni qué decir sobre los colores, pues para ella el azul era directamente masculino y el rosa femenino. Fui educado bajo una estricta normativa sobre lo que estaba bien o mal. Había visto a personas con estilos exóticos en las calles, pero jamás me había relacionado de cerca con ellas. La primera vez que tuve que hacerlo fue en la universidad.
El primer día que pisé la Facultad de Comunicación es todavía memorable. Recuerdo los rostros con piercings, cabellos diferentes al negro ordinario, personas con tatuajes, varones con arete y muchos estilos propios que despertaron una sorpresa desagradable en mí. Me encontraba frente a un nido de diversidad que carcomía mi sistema de creencias.
Mi proximidad a esta novedad se hizo familiar cuando conocí a Kassandra. Su vestimenta oscilaba entre un estilo grunge y bohemio, cuyos colores eran principalmente oscuros, tonalidades que mi madre habría atribuido a un hombre; sus orejas tenían más de un arete y traía el cabello corto en capas. Me atreví a hablar con ella y descubrí que no era ni loca ni vulgar. Al contrario, ella era amable, creativa y aspiraba al diseño gráfico. Kassandra era una persona única que no correspondía a la idea estereotipada que yo tenía sobre el estilo que manejaba.
Lo que aprendí en mi hogar y en la escuela no aplicaba dentro de la universidad. Entendí que el estilo de una persona revela apenas una parte de su personalidad y no debe encasillársele por eso. No puedo cambiar todavía la percepción de mi madre, pero sí puedo atreverme a conocer a las personas más allá de los estereotipos. La luz de la verdad que está en el conocimiento del mundo la encontré en la universidad cuando conocí a Kassandra.
La verdad es simple, aunque parezca cruda, difícil y asombrosa. Buscar esa verdad implica vivir sumiso a ella, aceptarla y experimentarla. La pregunta es cómo encontrarla en un ritmo de vida cada vez más cansado, agitado y práctico. La filosofía es una de las tantas respuestas.
A través de la filosofía puede llegarse a la verdad porque permite detener el tiempo para contemplar el mundo a través del asombro. Solo a través del asombro se escapa de lo cotidiano tal y como lo hizo el esclavo que, alegóricamente, señala Platón en el Mito de la Caverna. Yo salí de la caverna a los diecisiete años cuando ingresé a la universidad.
Comentar