Del gran mal en Colombia

Me he ocupado en los últimos días de atender entrevistas y actividades académicas de análisis sobre el primer año de Gobierno de Iván Duque y las expectativas que reposan en la cita electoral del mes de octubre. La pregunta central siempre ha versado sobre la descripción del origen de nuestros males. ¿Acaso es la violencia? De ahí se desprenden todo tipo de hipótesis y de valoraciones que oscilan entre el narcotráfico y la corrupción. En todos los escenarios he tenido la enorme fortuna de compartir con interlocutores extraordinarios, en los que pensar diferente no es una excusa para acudir a la agresión emocional o física. He tenido la posibilidad de vivir espacios en los que los argumentos están por encima de los intereses partidistas y en esa medida el diálogo ha sido posible. En medio de ese ambiente fecundo para la reflexión, una simple idea se transforma en convicción. ¿Cuál es esa primera convicción? El gran mal de nuestra sociedad es el afán de lucro. El deseo de tener dinero. Dinero como fin y como medio. Obtenido de manera legal o la fuerza, pero obtenerlo. Puedo advertir con certeza que la formación y la información que se propaga en sociedad a través de héroes e ídolos, se erigen sobre un arquetipo de sociedad en el que el reconocimiento se mide en poder adquisitivo. Dinero que genera dinero. Dinero para tener acceso a mejores servicios, mejor atención y prestigio. Dinero como condición del ser. En ese afán de lucro está inserto el terreno más fértil de la cultura de la corrupción y de todas las prácticas ilegales que desembocan en violencia, inequidad, terrorismo, desconfianza, prevaricato, desviación de intereses y abuso de autoridad. Prácticas ilícitas que aspiran legitimarse en el escenario del oportunismo. Prácticas que deben ser concebidas como consecuencia de dichos valores sociales en los que estamos insertos; que se denuncian en el foro público pero se reproducen en privado. A escala, sin reserva y sin escrúpulos. Sin distinción de género, edad, profesión o estatus.