¿Debemos intervenir en el mundo salvaje para ayudar a los animales?

En lo que a la naturaleza respecta, existe una notoria prevalencia del sufrimiento


Los animales salvajes no sólo sufren, en su mayor parte, un constante temor ante la posibilidad de ser depredados, sino que, además, se encuentran avocados a todo tipo de infortunios como el parasitismo, la hambruna o los propiciados por condiciones climáticas adversas. Por no hablar de que, dadas las leyes de la lógica darwiniana que rigen los procesos naturales, una enorme cantidad de individuos sintientes mueren incluso antes de haber tenido algún tipo de experiencia positiva. En general, pues, en lo que a la naturaleza respecta, existe una notoria prevalencia del sufrimiento.

A esta primera idea cabría añadir la inconsistencia de la postura ecologista o de las éticas ambientales. En la medida en que estas promueven que lo correcto es todo aquello que “tiende a preservar la integridad, estabilidad y belleza de la comunidad biótica” (Leopold, 1949), será un deber, para un defensor de este tipo de éticas, sacrificar a todos los individuos que sean necesarios en virtud de esta comunidad, entendida como un todo. Es por este motivo por lo que en la base de esta posición hay un holismo ético que prima la existencia de una primacía moral del todo (el ecosistema) frente a las partes que lo componen (por ejemplo, los animales). La inconsistencia se muestra patente en el momento en que, por ejemplo, para salvaguardar la biodiversidad de un ecosistema comúnmente se acepta realizar matanzas de animales no humanos, sin mentar la posibilidad de hacer lo mismo con animales humanos. La máxima que abandera la postura ambientalista tan sólo se lleva a cabo cuando las partes perjudicadas no son humanas. Lo cual, además, puede resultar paradójico en la medida en que consideremos que, precisamente, son individuos que pertenecen a la especie humana los responsables de los mayores daños que se producen a los ecosistemas. Cabe mencionar como excepción paradigmática al autor finlandés Pentti Linkola, el cual, sosteniendo una dramática coherencia (que no es más dramática que la inconsistencia de las posiciones ambientalistas antropocéntricas), defiende el genocidio, de humanos o no humanos, con el fin de amparar el equilibrio de los procesos naturales y de los ecosistemas.

INTERVENCIONISMO EN FAVOR DE LOS ANIMALES CON CONSECUENCIAS NEGATIVAS

Sin embargo, es necesario percatarse de que una intervención a media o gran escala en la naturaleza podría tener consecuencias negativas. De hecho, una variedad de autores mantiene que la postura intervencionista se debe evitar en la medida en que sus efectos siempre serán negativos para el conjunto de los animales, sea a corto o largo plazo. Un ejemplo de estos lo constituye Peter Singer. Para este filósofo australiano debemos abstenernos de intervenir en la naturaleza ya que esto tan sólo conllevaría, tomando como referencia lo hecho en el pasado, un mayor sufrimiento del conjunto de los animales que en ella habitan:

As for wild animals, for practical purposes I am fairly sure, judging from man’s past record of attemps to mold nature to his own aims, that we would be more likely to increase the net amount of animal suffering if we interfered with wildlife, than to decrease it. Lions play a role in the ecology of their habitat, and we cannot be sure what the long-term consequences would be if we were to prevent them from killing gazelles. (The way to do this, I suppose, would be by eliminating lions, perhaps by sterilization.) So, in practice, I would definitely say that wildlife should be left alone (Singer, 1973).

De este modo, debemos tener presente que, aun cuando se decida llevar a cabo una intervención en beneficio de los animales presentes en los ecosistemas, es ciertamente posible que esta intervención resulte contraproducente y conlleve un mayor sufrimiento. Este es, sin duda, un punto importante para no olvidar la delicadeza de la cuestión que se tiene entre manos y que, por tanto, requiere de una máxima rigurosidad. Con todo, yendo más allá del propio apunte que se quería resaltar, podemos tratar, siguiendo al filósofo brasileño Carlos Luciano Cunha, el error de una posición como la que Singer (entre otros) presentó.

Como hemos dicho, la posibilidad de que una intervención en los procesos naturales con el fin de ayudar a los animales acarree un mayor desvalor tan sólo nos indica que estas se han de estudiar en profundidad. Mas la imposibilidad de determinar a ciencia cierta las consecuencias que de las intervenciones se pueden derivar no supone una excusa para censurarlas. Como nos indica Cunha (2011) —que denomina a este el “argumento de la incerteza”—, esta misma lógica englobaría a todas o, por lo menos, a la mayor parte de las decisiones morales que tomamos cotidianamente. Por ejemplo, el hecho de que evitemos que un hombre sea atropellado y que quepa la posibilidad de que, tres años más tarde, ese mismo hombre asesine a cinco personas, no nos da una razón para, siempre que podamos evitar un atropello, no evitarlo. Nunca podremos llegar a conocer el 100% de las consecuencias que emanarán de una decisión. Así, aunque en la actualidad no se pudieran llevar a cabo una serie de intervenciones por el alto riesgo de aumentar el sufrimiento, no se debe preterir el deber de intervenir o de estudiar estas intervenciones.

ALGUNAS OBJECIONES CLÁSICAS AL INTERVENCIONISMO

Al respecto de las objeciones típicamente objetadas contra el intervencionismo con el fin de ayudar a los animales, y no a la integridad del ecosistema, podemos comenzar mencionando la posición de quienes consideran (por ejemplo, Tom Regan) que, dada la amoralidad de los procesos naturales, no existe un verdadero deber de intervenir en ellos. En otras palabras, al no encontrarse en nuestra “jurisdicción moral”, lo que allí suceda no es de nuestra incumbencia. Esto mismo, por supuesto, también incluye la imposibilidad de achacar responsabilidad moral alguna a los depredadores, puesto que no son agentes morales. Lo que sucede, como nos indica Sapontzis (1987), es que el que la causa del daño sea moralmente neutra no significa que el daño producido lo sea. Si un niño atormenta a un gato, lo que el niño hace está mal con independencia de si el niño se da cuenta o no, así como de si debe ser considerado responsable de sus acciones o no. Si un gato atormenta a un pájaro, esto está mal también con independencia de si el gato se da cuenta o no, así como de si debe ser considerado responsable de sus acciones o no. El niño y el gato simplemente no saben lo que hacen, pero esto no hace que sus acciones se vuelvan moralmente neutras (Fink, 2011).

Sea el causante del sufrimiento un lobo o una sequía, un daño es un daño aunque no se puedan endosar responsabilidades; por lo que los agentes morales sí tienen una obligación de evitarlos. Del mismo modo que, siguiendo el caso anterior, un agente moral debería evitar que un niño atormente a un gato. Se entiende con esto que, lejos de lo que algunos autores consideran, no se trata de intervenir en la naturaleza como si los depredadores fueran los responsables del mal que producen, como si fueran “los malos de la película”. Se trata de buscar el mejor estado de cosas posible para el conjunto, evitando juicios parciales acerca de una supuesta responsabilidad moral.

En relación con esta objeción, existen otras muy comunes. Por ejemplo, hay quien afirma desde una ética de los derechos que, al intervenir en la naturaleza a favor de los animales, se vulneran los derechos de los depredadores. Esta consideración tiene con todo un problema: ¿los mismos individuos que la defienden estarían dispuestos a continuar manteniendo la misma aun cuando las presas de los depredadores fueran humanas? En caso afirmativo, en el momento en que un animal humano se encontrara atacado por, por ejemplo, una leona, los posibles acompañantes del individuo deberían, apelando a los derechos de la leona, evitar cualquier tipo de ayuda a su compañero (en el supuesto caso de que se plantearan ayudarle). Al menos generalmente, esto no se admite. Por lo tanto, si no queremos incurrir en una posición especista, totalmente inconsistente (algo que, como pudo constatar la lectora o lector, damos por supuesto en este texto), deberíamos ayudar a la víctima, sea humana o no —siempre y cuando no sea evidente que de esa intervención se derivarán consecuencias peores.

El citado Luciano Cunha (2011) introduce un interesante experimento mental: supongamos la existencia de unos vampiros iguales a gran parte de los humanos en términos de sintiencia y de racionalidad. Estos vampiros tan sólo pueden sobrevivir cazando humanos, no existiendo ninguna otra alternativa. Por supuesto, tal y como sucede con muchos depredadores, estos vampiros no tienen ninguna culpa de no tener otra alternativa alimenticia. La cuestión reside, pues, en si deberíamos dejar que los vampiros cazaran, sin más, a los desdichados humanos que se encontraran en el momento y el lugar equivocados, o si se debería buscar una solución óptima para el conjunto de los individuos implicados. Lo cual no quiere decir que se responsabilice a los vampiros o que, en algunos casos (por ejemplo, con la esterilización o buscando alimentos alternativos), se vulnere su derecho a alimentarse. Seguramente, a la mayor parte de las personas a las que se planteara esta cuestión en estos términos, elegiría la segunda opción. En consecuencia, el motivo que podríamos hallar en aquellos que rechazan la intervención a favor de los animales, reside en el prejuicio especista.

Otra respuesta común en contra de la intervención a favor de los animales, más allá de los posicionamientos de las éticas ambientales, consiste en que, simplemente, la idea es absurda. Resulta un lugar común que muchos autores que rechazan la consideración moral de los animales no humanos intenten argumentar llevando a cabo una “reducción al absurdo” como el que sigue: puesto que la consideración moral de los animales implicaría el deber de intervenir en los procesos naturales, lo cual, se dice, es absurdo, no debemos considerar a los animales. No obstante, esto no parece que sea del todo así. Y es que, ¿en qué sentido podría ser la intervención algo absurdo? En concreto, Sapontzis (2010), en aras de iluminar el absurdo recriminado, analiza distintas comprensiones posibles de este tipo de objeción: en la forma clásica del argumento de reducción al absurdo, un “absurdo de hecho”, el “absurdo contextual”, el “absurdo práctico”… Simultáneamente, el mismo autor constata como cada una de estas posibilidades de absurdo se desmoronan. Someramente, podemos observar dos de estos ejemplos: primeramente, para que la intervención humana en la naturaleza en aras de evitar la depredación fuese lógicamente absurda, esta intervención tendría que violar alguna de las “leyes de la razón” (e.g. leyes de la lógica). Dado que no es el caso, este tipo de intervención no se puede considerar como lógicamente absurda. Asimismo, tampoco se puede considerar un “absurdo de hecho”. Para que así sucediera, el que los humanos estén obligados a intervenir en la naturaleza para evitar la depredación tendría que ser un enunciado fáctico, pero de hecho es normativo. Y, puesto que no es un enunciado fáctico, no puede entrar en contradicción con algo de hecho.

FORMAS DE INTERVENCIÓN PARA AYUDAR A LOS ANIMALES

Nos queda pues por tratar sucintamente algunas de las posibles formas en las que se podría materializar la postura intervencionista con fines animalistas. Cabe aclarar aquí que, en realidad, este tipo de ayudas ya se están llevando a cabo a diario. Tómese como ejemplo reciente el rescate de dos perros en el socavón de Santa María Zacatepec en México. Por otra parte, sin tener en cuenta el bienestar animal, los seres humanos están interviniendo constantemente en la naturaleza.

Para comenzar, se debe contemplar, cuanto menos, la asistencia médica a los animales que la precisen, y no sólo a los que se encuentren en “peligro de extinción”. Por ejemplo, en caso de catástrofe natural, el deber de ayudar a los animales no humanos no debe de verse supeditado al hecho de que en esos mismos casos se vean afectados humanos. Del mismo modo, se podría emplear grano sobrante en alimentar a numerosos individuos. También se debería contemplar a gran escala la reducción de ciertos individuos sintientes a través de controles poblacionales de la fertilidad (y no del control de la mortalidad, sin duda el predominante).

De forma mucho más discutible, pero sin duda a tener en cuenta, podríamos manejar la siguiente posibilidad: la modificación futura —cuando la ingeniería genética lo permita— del ADN de los depredadores con el fin de evitar los daños emanados de los mismos, tal y como mantienen investigadores como David Pearce.


BIBLIOGRAFÍA CITADA

Cunha, Luciano Carlos (2011) “O princípio da beneficência e os animais não-humanos: uma discussão sobre o problema da predação e outros danos naturais”, Ágora: Papeles de filosofía, 30 (2), pp. 99-131.

Fink, Charles (2011) “El argumento de la depredación”, Ágora: Papeles de filosofía, 30 (2), pp. 135-146 (Trad. de Daniel Dorado y Gianella de la Asunción).

Leopold, Aldo (1949) A Sand County Almanac, Oxford: Oxford University Press.

Sapontzis, Steve (1987) Morals, Reason and Animals, Philadelphia: Temple University Press.

Sapontzis, Steve (2010) “La depredación”, Télos: Revista Iberoamericana de Estudios Utilitaristas, XVII (1), pp. 91-105 (Trad. de Daniel Dorado y Gianella de la Asunción).

Singer, Peter (1973) “Food for Thought. Reply to a letter by David Rosinger, URL: https://www.nybooks.com/articles/1973/06/14/food-for-thought/

 

Alejandro Villamor Iglesias

Es graduado en Filosofía con premio extraordinario por la Universidad de Santiago de Compostela. Máster en Formación de Profesorado por la misma institución y Máster en Lógica y Filosofía de la Ciencia por la Universidad de Salamanca. Actualmente ejerce como profesor de Filosofía en Educación Secundaria en la Comunidad de Madrid.

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