De otro Riosucio donde también el diablo hace su carnaval

Policía Nacional

A propósito de los dos policías asesinados en Riosucio (Chocó)…

Nací y vivo en Colombia. No me asombra ver sangre en el piso, porque es el pan nuestro de cada día. No es que no duela, simplemente, ya no asombra. Lo que me inquietó sobremanera fue ver la dos botellas de Gatorade tiradas en el suelo, y digo suelo porque eso vía no es. Las vías aquí son para las grandes ciudades, para las que concentran el capital, la inversión, los hoteles, los centros comerciales y los espacios de diversión. Para la periferia quedan las carreteras y la tierra marcada con las rutas que hace años formó un man a caballo.

El sabor tropical de esa bebida energizante contrasta con cierta amargura que toca la vida de las comunidades en este estercolero al norte del sur de la vida, de lo grande, de lo bueno; una bebida norteamericana tirada en un tierrero miserable de un lugar olvidado en un país sumido en lo indeseable. Aquí yace el sueño americano.

De la mano a la mano, del bolsillo a la mano, de la nevera a una bolsa. Ese potentado y a la vez disminuido ejemplo de la globalización y el imperio trasnacional del capital pasa a la mano de uno de los dos uniformados. ¿Qué sentirá el don de la tienda que lo vendió? Fue quizás el último en verlos con vida. Tal vez no olvide esas bebidas que le compraron para sobrellevar bien un turno de vigilancia en un lugar que solo es cuidado por el abandono y los malhechores.

Basta activar un arma unas cuantas veces para apagar la vida a dos seres humanos, que hace siete y tres años respectivamente ingresaron a una institución para seguir una vocación; dos hombres que cumplían funciones que los comandantes encargados les encomendaron. Dos vidas que dejan tras de sí otras vidas truncadas: una esposa que dio el último beso, un niño que dio el último abrazo, y una madre que dio una última bendición.

Sin haber estado en el lugar, se siente el calor sofocante del momento. Se ve una motocicleta cuya llanta delantera aún sigue rodando. Se ven tres mil pesos de una bebida completamente química cuyo sabor es dulce con algo de sal. En una casa cercana una olla continua pitando, mientras la gente comienza a salir de sus refugios para ver esa no tan nueva realidad en el país:

El plan pistola está funcionando. Se está llevando a los de abajo, a los del sueldo bajito, a los que a veces no duermen, a los que a veces no comen, a los que un Gatorade les da energía para sobrellevar una rutina altamente peligrosa, haciendo presencia estatal en donde sencillamente el Estado no ha sido verdaderamente capaz de llegar.

Llegó el Gatorade pero no la salud, ni la educación, la seguridad, el empleo… ¡Esa es la noticia! Policías nos matan todos los días, pero un símbolo del imperio del capital –patrón de las desigualdades-, no cae a diario en el terruncho arrinconado, de un pueblo en el olvido, en un país de mierda ubicado en el norte del sur del progreso. Ahí está la diferencia: la sangre siempre es roja; el Gatorade tiene sabores.

Karym Melo

Economista de la Universidad de Medellín, con conocimiento en procesos de participación ciudadana, equidad y perspectiva de género, y evaluación de proyectos. Escritora de cuentos y novela. Actualmente es estudiante de derecho.

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