De los límites del humor

“En nuestros días estamos contemplando cómo la intolerancia hacia la opinión ajena, aun cuando se presente bajo la forma de chiste, está alcanzado cotas alarmantes». 

En nuestros días estamos contemplando cómo la intolerancia hacia la opinión ajena, aun cuando se presente bajo la forma de chiste, está alcanzado cotas alarmantes. Sirviéndose de los nuevos medios de información y comunicación, esencialmente las redes sociales, un conjunto de la ciudadanía cada vez mayor considera oportuno explicitar su intransigencia fanática condenando mediante improperios varios el parecer del otro. El problema, podemos decir, no recae tanto en el necesario y muy saludable ejercicio de la discrepancia, sino en la forma en que esta se presenta.

La inagotable pregunta por los límites del humor que aquí subyace se puede abordar de dos maneras posibles. En primer lugar, el humor descubre su frontera en aquellas situaciones que conllevan de facto ora la inexistencia del propio humor ora su restricción forzosa. El acontecimiento cómico deja de serlo por su propia definición en el instante en el que carece de gracia. También cuando se sitúa más allá de la restricción establecida en el marco judicial en que se encuadre. Son estas unas respuestas netamente descriptivas que, precisamente por esto, tienen la virtud de ser fácilmente detectables so pena de resultar triviales.

Parece que el sentido más relevante de la pregunta por los límites del humor no procura una respuesta tan sumamente literal o aséptica, sino que más bien, situándonos en el plano ético, procura determinar cuáles “deberían ser” dichos límites. La segunda manera de abordar la pregunta nos remite, así pues, a la cuestión ¿cuál debe ser el límite del humor? A la que respondemos con claridad: el humor no tiene (no debería tener) límites.

Si rechazamos una posición, como la iusnaturalista, basada en el realismo moral acorde al cual existen objetivamente hechos morales, entonces podremos convenir que una pregunta prescriptiva, que no descriptiva, como la que estamos tratando carece de resolución definitiva. El que el humor deba o no tener límites depende de la convicción personal que cada uno pueda tener tras ser conocedor, eso sí, de las debilidades y fortalezas de los argumentos propios frente a los opuestos. La susodicha pregunta que nos acompaña se desvela en consecuencia como objeto de una inacabable discusión racional.

Pese a ello, por este mismo motivo y como ya se ha apuntado, no podemos dejar de considerar que el humor no debe hallar confín alguno en su quehacer. En aras de la consecución de sociedades más ricas en tolerancia y autocrítica, el humor se presenta como un elemento indispensable. Al menos si lo comprendemos, tal y como lo venimos haciendo, como un medio de expresión que tiene como fin la producción de bienestar emocional a través de la simpatía. Como el dios Jano, el humor tiene múltiples rostros que pueden no resultar del gusto de todos. Lo cual, de hecho, se erige como una reconfortante característica del mismo. Y es que el humor es, ante todo, un maravilloso medio al servicio de cualquier ideología, opinión, credo o sentir general. ¡Desdichados son quienes no saben emplearlo!

Alejandro Villamor Iglesias

Es graduado en Filosofía con premio extraordinario por la Universidad de Santiago de Compostela. Máster en Formación de Profesorado por la misma institución y Máster en Lógica y Filosofía de la Ciencia por la Universidad de Salamanca. Actualmente ejerce como profesor de Filosofía en Educación Secundaria en la Comunidad de Madrid.