Es prácticamente indiscutible, que, con la elección del nuevo presidente, los aires de reformas, empezaron a sentirse con la fuerza de casi nunca en la historia de las transiciones de gobiernos. Es cierto también, que Colombia se encuentra en mora, de por lo menos poner en la agenda de las intenciones políticas, administrativas y legislativas, los grandes temas de país, a los que, por años, gobierno tras gobierno, le han agregado algún tópico para hacerlo ver distinto, pero en todo caso, para mantenerlo, esa sería la primera idea de esta columna; mucho cambio no necesariamente implica una transformación.
No es posible negar que se requieren reformas ante un sistema de salud que, aunque en asegurabilidad presenta importantes estadísticas, en cobertura, calidad, oportunidad y eficiencia deja bastante que desear, o como desconocer que en materia de informalidad laboral es necesario adoptar medidas que ataquen la precarización sin olvidar las estrategias e incentivos para la generación de empleo, la garantía de servicios públicos domiciliarios para la población desconectada o el mínimo vital de agua para los asentamientos más pobres, así como la construcción de vivienda para el otorgamiento de subsidios a las familias más pobres del país, estas, solo por mencionar algunas, sin embargo, el reto no está en lo que se debe hacer, pues tal vez ello ya esté más que diagnosticado, sino en plantear el cómo hacerlo, sin mayores afectaciones.
Diría cualquier desprevenido, a propósito de los ánimos reformistas que se perciben a diario, que transformar instituciones y sistemas, no necesariamente implica su desaparición, es apenas lógico e inteligente, que todo cambio parta de conservar lo que medianamente funciona, pues podrá sonar cliché, pero las formas en todo caso si importan, puesto que si la intención de reforma acarrea la paralización de los servicios o la desaparición de lo que mínimamente funciona, la regresividad será la característica de toda intención de cambio, con ello no pretende la columna olvidar que ante la crisis la respuesta natural sean las medidas de choque, lo cual si bien es acertado en parte, no renuncia a la idea de que los cambios puedan ser planeados y ejecutados a modo de proceso.
En un contexto como el colombiano, en donde las noticias falsas, los humaredas de desinformación y las mentiras instaladas como verdades, han condicionado el criterio ciudadano, las formas que generen confianza, se deben privilegiar sobre los trucos de magia para cambiarlo todo, la estrategia no podrá ser la de los grandes cónclaves sino la de las inmensas deliberaciones, discusiones abiertas y llamados al diálogo, o lo que es lo mismo decir, es que sin buenas formas, no habrán buenas reformas.
Todo lo expuesto sirve para advertir, que el primer reto del gobierno entrante, es sobre la generación de confianza, no solo para lograr que el ciudadano entienda que el cambio es viable, sino para que asuma que la forma como se propone llegar a este es prudente y minimiza el riesgo, pudiendo con ello conectarse con el indiscutible llamado a unas políticas diferentes, que en la última contienda electoral hizo a unísono un país, motivado al parecer por un cansancio de las discusiones a las que venía siendo sometido.
Buenas formas para una buena reforma, será la tarea permanente para el nuevo gobierno.
Comentar