De la falta de empatía en los tiempos del coronavirus: la epidemia de una Nación

Por esto días de crisis es usual que las personas estemos más pendientes de lo habitual de los asuntos públicos y todo lo que sucede en el quehacer político de nuestro país y, si bien se quiere, del mundo. Y esto es más que obvio, por primera vez, de manera inequívoca, todos sentimos que “esto” nos atañe. Algunos movidos por el miedo y la incertidumbre de ser contagiados por el virus; otra gran mayoría preocupados por su situación económica; otros a la espera de salir beneficiado de alguna ayuda social; otros para criticar desde la comodidad de sus casas cada una de las acciones que realiza el Gobierno Nacional y los mandatarios locales; otros (como yo) con el interés de adquirir un pensamiento crítico frente a la situación, que si bien no ayuda mucho en el plano material, al menos permite tener los conocimientos al día de cara a comportarse con arreglo de las circunstancias; pero, independientemente de la orientación psicológica que mueve a la persona (cognitiva, emotiva o evaluativa) a estar atento a lo que sucede a su alrededor, esta crisis ha dejado ver el gran problema que tenemos como Nación (que siempre ha estado frente a nuestros ojos, pero, que como dice el dicho popular “nos hacíamos los de las Ray-Ban” y pare de contar): la falta de empatía con los demás.

Alguna vez, después de varias conversaciones y reproches sobre lo mismo, una persona cercana en mi vida me decía que simplemente no podía entender (de fondo) qué era eso de la empatía, que me escuchaba hablar de eso pero que, básicamente, era como que le hablara en arameo y hoy, a esa persona le respondo: no eres la única que no sabe “qué es eso de la empatía”. Probablemente yo tampoco lo sepa a ciencia cierta, no más allá de lo que he recogido de la crianza que me dio mi madre y de algunas enseñanzas de Maestros que he tenido en mi vida; porque aunque hago el intento, a veces me olvido de caminar con los zapatos del otro para ver y, ante todo, sentir cómo es que tallan. Sin embargo, hay unos niveles de falta de empatía que te ponen mas cerca o más lejos de condenarte en el infierno; sufrir una experiencia kármica; o estar en el ojo de la Justicia Divina. Por eso hablando de niveles, hoy vengo a hacer una crítica a la clase política y a nosotros como Nación.

 

Debo confesar que quería que la entrega de hoy estuviera cargada de grandilocuencia argumentativa frente a la necesidad de descentralizar recursos y otorgar cierta autonomía a los municipios en esta II fase de manejo de la pandemia del Covid-19 en nuestro país. Venía considerando que el Gobierno Nacional se había equivocado al confundir “articulación entre los diferentes niveles de gobierno” con “centralización desde el Gobierno Nacional”. Y es que eso de manejar los recursos desde Bogotá y luego redirigirlos a los territorios, basados en la insuficiente metodología SISBEN1 (que no se cruza con las bases de datos locales, que tiene graves problemas en su evaluación y, más importante, que desconoce de fondo las necesidades de contexto de cada territorio), para mí era un absurdo. Eso era incurrir en los mismos problemas de siempre: ayudas mal focalizadas, personas con necesidades insatisfechas, aglomeraciones innecesarias, aumento de la violencia (porque “cuando el hambre entra por la puerta, el amor sale por la ventana”).

  1. Nota: para quienes no lo saben, SISBEN no es sólo lo relacionado con atención en salud. El SISBEN es la herramienta nacional que “sirve” para focalizar los recursos de los más de veinte programas sociales que tiene el Estado para la población vulnerable.

Así pues, consideraba que una vez prorrogado el aislamiento obligatorio; haber invertido los $14,8 billones sin haber mejorado significativamente nuestro sistema de salud; tras haber recibido un préstamo por USD$250 millones por parte del Banco Mundial; y después de que el Gobierno Nacional solicitase al Fondo Monetario Internacional (FMI) acceso a un crédito flexible  por  USD$11 mil millones (¡la deuda del país me asusta!); la manera más adecuada de invertir los recursos, respondiendo a una articulación nacional pero dando autonomía a los entes territoriales, era descentralizarlos y permitir el manejo de los mismos, por parte de sus mandatarios, pues son quienes conocen la realidad de primera mano; y que el Gobierno Nacional se concentrase en todo lo referente al mejoramiento del sistema de salud.

Más luego, comienzan a circular serias denuncias en las redes sociales, después en las noticias nacionales, seguidas por las internacionales, que daban razón al porqué Colombia se ganó el título de ser “el país más corrupto del mundo”. Alrededor de ocho departamentos investigados, cerca de $80 mil millones robados en ayudas por coronavirus, contratos irregulares para el suministro de alimentos, etc., etc., etc.; me dio la respuesta al porqué los recursos no deben ser descentralizados, al porqué papá Estado tenía que vigilar la mesada de sus hijos municipios. Pero cuando pensaba que nada podía ser peor, en cuestión de ocho horas (máximo), estalla otro escándalo, esta vez comprometiendo al Gobierno Nacional: cruentas irregularidades en el llamado Ingreso Solidario, una ayuda dirigida a personas en condiciones de vulnerabilidad, que no son titulares de otras ayudas del Gobierno, como familias en acción y todo eso. Bonos entregados a personas fallecidas hace más de 5 años, cédulas inexistentes, recursos que no se van a entregar pero entonces ¿a manos de quién van a parar? ¡Es que no hay de qué hacer un caldo!

En este panorama propio de una tragicomedia griega, del que hacía referencia en otro de mis artículos, sólo se me vino al pensamiento aquella descripción de la naturaleza humana que hacía el gran Thomas Hobbes: “Homo homini lupus”. Si, “el hombre es un lobo para el hombre”; pero incluso, creo que en las manadas de lobos puede haber un poco más de compasión y empatía, que en la manada de hombres lobos. Hacía referencia este filósofo inglés, con esta locución del comediógrafo latino Plauto, al egoísmo y la maldad en el comportamiento humano que sería corregido a partir de la configuración de la sociedad, de ese Pacto Social que daba lugar al Leviatán: un Estado con un poder tan grande y absoluto, que nadie sería capaz de enfrentarse a él. Pero ¡he ahí el error! Cuando le das más poder a ese hombre lobo egoísta por naturaleza, sus niveles destructivos pueden llegar a ser muchísimo peor.

Así que, echando un vistazo de nosotros como sociedad, basada en las obras sociales e individuales que hacemos a diario; en las ayudas que se ofrecen de corazón a las personas más necesitadas e, inclusive, a los animalitos de la calle, debo decir que aunque somos egoístas, algunos tratamos de practicar ese amor al prójimo del que tanto se nos habló; esa empatía que nos lleva a pensar en el otro y, ante todo, despierta el sentimiento más puro de humanidad: la compasión. No obstante, cuando pienso en la clase política (que nosotros mismos hemos llevado al poder) apática a la difícil realidad; sin sus adornadas parafernalias, siendo meros espectadores desde sus lujosas casas de descanso, sin donar un sólo centavo de su portentoso salario para aliviar la crisis; y algunos de los que están frente al caso, sacando provecho y beneficio propio de la situación; es decir, cuando pienso en nosotros como Nación, digo: “¡cuánto nos hemos equivocado!”; “¡cuán egoístas hemos sido!”.

En estos tiempos de crisis es que hay que reflexionar sobre los gobiernos que hemos elegido; a quiénes le hemos entregado ese gran poder de Leviatán; a quién hemos dado esas cesiones de libertad individual para organizarnos como sociedad y, en últimas, a quién le hemos entregado nuestra vida y nuestra dignidad. Pensar en esto no es sólo pensar en la situación en particular; sino pensar en la situación de los demás, de los que realmente la están pasando mal. Cuando logremos comprender esto, podremos decir que como Nación tenemos el mejor antídoto ante cualquier adversidad.

Yescica Herrera Ocampo

Politóloga, Especialista en Gestión Pública Municipal, candidata a Magister en Comunicación y Marketing Político. Apasionada por las Relaciones Internacionales, la planeación y el desarrollo sostenible de los territorios. Por mi formación académica y mi crecimiento personal, soy una persona ávida de conocimiento, que le gusta indagar e investigar en el orden de adquirir un pensamiento crítico y un criterio sólido frente a los asuntos públicos domésticos e internacionales. Melómana, animalista, ciudadana del mundo. "De te fabula narratur"