De la Autonomía y las Mujeres

Esa delgada línea que trazará el síndrome de Estocolmo, inquietud que confronta entre iguales; ¿en qué momento la víctima, ante la naturalización y sublimación de la violencia, deja de ser víctima para convertirse en cómplice de su victimario?.

Insistir en “el sexo débil” para referirse a las mujeres, es un anacronismo en occidente. No obstante, la vocación democrática del hemisferio permite y garantiza la existencia de colectivos que se empeñan en destacar esta falsa premisa a partir de negar la capacidad de autodeterminación de las mujeres como individuos, proponiendo entonces la falsa solución de acrecentar el Estado para que sea una ficción política la que “iguale y proteja” de un otro caracterizado idealmente como agresor, sin previamente razonar las consecuencias lógicas de sucesos reales que permitan establecer un debido proceso en el que sea posible identificar las corresponsabilidades de las partes, los fracasos enquistados en la cultura. Romper la victimización necesariamente implica superar el estatus de víctima.

El gran dilema de la autonomía, que explícitamente lleva impresa los principios de libertad y responsabilidad, se presenta en la independencia; las cargas que conlleva asumirse como individuo, otra presencia solitaria entre tantas. La configuración jurídica que determina a una persona, es primordialmente la suma de atributos que se materializan en deberes y obligaciones que fundamentan la potestad de edificar sociedades y constituir sujetos de derecho. Trascender la esclavitud representó la conquista de cada ser humano sobre su propio destino, el adueñamiento del propio cuerpo con sus vulnerabilidades e insaciables carencias, entendiendo que las cadenas del tirano también se vieron como un plato de comida caliente y un sitio familiar estable.

En los últimos años, el machismo entre los hombres jóvenes se ha exacerbado, datos generados por encuestas y análisis de tendencias indican que son mucho más misóginos que sus antecesores de dos o tres generaciones atrás. Estudios han asociado este fenómeno a la información cada vez más sesgada que se consume en línea y a que los hombres más jóvenes se sienten amenazados por discursos extremistas en los que se les acusa y estigmatiza por actitudes que consideran comunes de su masculinidad. Se estima que aproximadamente un 30% de hombres en España considera que va en contra de su hombría quedarse en casa y asumir la responsabilidad sobre la crianza de los hijos; paradójicamente, solo aproximadamente un 30% de las personas que trabajan en el mundo de la tecnología, son mujeres.

En términos generales, nuestros entornos no son paritarios y demandan acciones afirmativas para operar sobre un tablero de competitividad equitativo, sin embargo, tampoco han sido justos desde ninguna otra óptica. Las violencias basadas en género que se perpetúan sobre las diversas identidades no hegemónicas, sobrepasan un asunto netamente sexual para convertirse en ejercicios de poder que se pretenden totalizantes, solo viables de ejercerse sobre masas homogenizadas. La reivindicación de los derechos de las mujeres y la conmemoración de un día para evocar este hito, debería ser una buena excusa para nombrar casos específicos que tienen que emerger al plano de la justicia para visibilizar la atrocidad que es capaz de perpetrar un ser humano ahora criminal, y no para agredir moralmente al sexo opuesto por, básicamente, ser evidentemente diferente. La obsesiva búsqueda de un culpable sobre quien descargar angustias íntimas que corresponden a la autocrítica reflexiva, opaca la magnitud estructural del problema: el desprecio por la dignidad humana, donde el ser humano se reduce a un objeto susceptible de poseerse.

Revestir de misandría discursos políticos que abogan por privilegios elitistas para un segmento específico de la población dentro de un sistema de poder, mientras se ignoran las desigualdades estructurales que se traducen en violencias sistémicas ocasionadas contra la generalidad de la población, desestima el argumento Feminista y revictimiza a las verdaderas víctimas, quienes reclaman justicia para sí y sobre el victimario, y no más puestos burocráticos para sus supuestas voceras, que bajo el eufemismo de “micromachismos” restan importancia a delitos así estipulados contra mujeres en situaciones de alto riesgo. Cuando se generalizan las víctimas y los victimarios, se generalizan el sufrimiento, el daño y la humillación, hasta distorsionarlos y convertirlos en la cotidianidad del paisaje. Desligar la condición de hombre al ejercicio de la violencia y considerar a la mujer como una persona capaz de hacerse cargo de su propia vida e impactar sobre la de los demás, facilitará el camino para una convivencia más justa, sana, sensata, equitativa y próspera, además de armónica, sensible y complementaria.


Todas las columnas de la autora en este enlace: María Camila Chala Mena

María Camila Chala Mena

Poeta. Abogada con énfasis en Administración Pública y Educadora para la Convivencia Ciudadana, Especialista en Gerencia de Proyectos y Estudiante de Maestría en Ciudades Inteligentes y Sostenibles. Fundadora de Ágora: Laboratorio Político. "Lo personal es político".

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