D. Thoreau, de La desobediencia civil a la Vida en los bosques

“Más conocido por su célebre libro La desobediencia civil, que inspiraría las revoluciones libertarias pacíficas de Gandhi y de Luther King, Thoreau fue también un pionero en posicionar un sentimiento de inclusión del propio ser dentro de la naturaleza, no como un transgresor, sino como uno más dentro de ese impulso vital que ahí se mueve”.


Si a mediados del siglo XIX hubiesen existido los hippies, Thoreau, junto con otros amigos de su círculo más íntimo, hubiesen sido considerados miembros de esto que algunos llaman tribu urbana. O tal vez hubiesen sido considerados anarquistas, quizá guerrilleros y posiblemente, si hubiesen nacido en Colombia a inicios del XXI, habrían aparecido con prendas militares, asesinados y considerados falsos positivos.

Estudió en Harvard, aunque entonces no era la prestigiosa universidad que es hoy en día, a la cual se negó a contribuirle con 5 dólares de la época para recibir un diploma de maestro, razón por la cual, aunque se graduó, no se tituló. Esta sería una constante en su vida, rechazar honores vacuos y premios inmerecidos, no le interesó nunca acumular riquezas, por eso, a la par de enseñar cuando podía o lo dejaban, se dedicaba al negocio familiar: fabricar lápices.

Es célebre su negativa a pagar impuestos para financiar la guerra de Estados Unidos contra México, a tal punto que fue conducido a la cárcel por una noche, ya que un pariente le pagó la multa; esta experiencia hizo que meditara acerca de la necesidad del gobierno, el cual, según sus palabras, no puede ir más allá de donde quieren los ciudadanos que vaya. Entonces surge La desobediencia civil, descubriendo toda una filosofía de resistencia pacífica, en donde desde los pequeños actos se podía hacer tambalear a los poderosos, a ese Estado opresor al cual es necesario desobedecer cuando sus principios están en contradicción con los del querer popular. “Todos los hombres reconocen el derecho a la revolución, es decir, el derecho a negar su lealtad y a oponerse al gobierno cuando su tiranía o su ineficacia sean desmesurados e insoportables”, así de sencillo y así de fuerte.

Desde joven odió los sitios cerrados, buscaba caminar su mundo, por eso instauró, junto con su hermano, una escuela peripatética, en donde las clases eran al aire libre, caminando, recorriendo el mundo para realmente conocerlo. Es quizá por ello que encontró en la Naturaleza a su verdadera aliada, ahí se sintió siempre libre, y con ello feliz, en la simplicidad de una vida donde el diario vivir estaba pletórico de gozos que, en su vida, se fueron universalizando. Vivió a la orilla del lago Walden por dos años, experiencia que transformaría su vida, ya que entendió que el hombre y la naturaleza no pueden escindirse, que es la vanidad del hombre la que lo hace acumular riquezas y amontonar cosas superfluas, pues ya que para ser feliz se necesita estar en paz consigo mismo y vivir coherentemente con lo que se piensa. Dice en uno de sus libros: “Los hombres y los jóvenes aprenden todo tipo de oficios, pero no cómo convertirse en hombres. Aprenden a levantar casas, pero no están bien alojados, no son felices en sus casas, como lo es una marmota en su hoyo. ¿De qué vale una casa si no dispones de un planeta decente donde levantarla, si no soportas el planeta en el que está?”.

Creyó siempre en el otro, en los demás, por eso buscó que se protegieran a los nativos norteamericanos, sus tradiciones culturales y sus cultivos; cuando dejó Walden, la cabaña que él mismo había hecho, la dejó con puertas abiertas y víveres, para que los esclavos pudieran tener ahí cobijo y alimento para continuar en su huida hacia el Canadá, ya que era un opositor radical de la oprobiosa esclavitud. De tal manera que estos hechos demuestran que su trascendentalismo, movimiento al que perteneció – y en donde hizo grande amistad con el célebre ensayista y pensador Ralph Waldo Emerson, con la periodista y defensora de los derechos de la mujer Margaret Fuller, con el cuentista y novelista Nathaniel Hawthorne, así como con el poeta admirado Walt Whitman, entre muchos otros más – buscaba afianzar la democracia estadounidense mucho más allá que la mera intención política, que se mostró abiertamente opositora a la garantía de los derechos civiles y al reconocimiento de la igualdad de todos, independientemente del género o del color de la piel.

Henry Miller, resume su vida así: “Ya que Thoreau insistió tanto sobre la conciencia y la resistencia activa, podríamos pensar que su vida fue vacía y triste. No olvidemos que era un hombre que evitaba el trabajo lo más posible, sabía dedicar su tiempo al ocio. Moralista severo, no tenía nada en común con el moralista profesional. Era demasiado religioso para tener algo que ver con la iglesia y demasiado hombre de acción para tomar parte activa en la política. Era de una riqueza espiritual tan grande que no pensó en amontonar bienes, tan valiente, tan seguro de sí mismo, que no se preocupó de la seguridad, de la protección. Abriendo los ojos descubrió que la vida proporciona todo lo necesario para la paz y la felicidad del hombre; solamente hace falta usar lo que tenemos al alcance de la mano.”

Y Miller se lamenta del gobierno que le tocó vivir, frente a lo que el propio Thoreau postuló al respecto. Qué pensarían de este país mal llamado Colombia, donde la indolencia de clase está entronizada en un gobierno que no tiene oídos para el pueblo que lo llevó al solideo con el que hoy se empacha, como un títere cuyos hilos penden de los grandes negociados que forjaron su magistratura, donde el equilibrio de poderes está al amparo de una universidad que lleva el nombre de un esclavista, esos que Thoreau tanto detestó y que logró vencer con sus revolución de las pequeñas cosas. Qué pensaría del ser humano de hoy, envilecido en los caprichos de mercados que le imponen suntuosidades innecesarias y en donde la belleza no está en los cuerpos sino en las revistas de modas, donde la felicidad no está en la simplicidad de lo que se come sino en la fastuosidad del lugar donde se consume.

Qué pensaría Thoreau de nosotros, sometidos como verdaderos borregos al capricho de las multinacionales, donde la naturaleza cede a sus caprichos y a sus antojos para acumular fortunas depositadas en las cajas fuertes de los poderosos que esperan, quizá, algún día comer dólares y desayunar lingotes de oro, mientras los bajan con un buen vaso de petróleo. Qué pensaría realmente aquel que fue capaz de decir: “Bajo un gobierno que encarcela injustamente, el verdadero lugar para un hombre justo está en la cárcel”, y para aquel que libera injustamente, ya que de ladrones de cuello blanco está llena nuestra sociedad, de pícaros que disfrazan su mezquindad de mecenazgo, cuando todo hoy se hace por un interés claro y descarado.

Cuánta falta nos hacen hoy en día en nuestras sociedades más H. D. Thoreau, capaces de subvertir el orden, de pensar en que en la naturaleza está todo lo que somos y lo que podemos ser, de ahí su idea germinal de su cuidado y protección; de reconocer la simplicidad de la vida como la que posibilita realmente nuestra trascendencia. Por ello, siempre será bien recordado y bien pensado este ilustre pensador norteamericano, que murió a la temprana edad de 44 años, pero dejó un legado que debe seguir sembrando la inconformidad y la lucidez del amor y del encuentro en el otro.

J. Mauricio Chaves-Bustos

Escritor de cuento, ensayo y poesía. Facilitador en procesos de diálogo para construcción de paz. Columnista en varios medios escritos y virtuales.

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