Cuando renunciar no siempre es un acto de honor

«He trabajado 60 años de mi vida con total honestidad… Lo mejor para el país es que yo renuncie… Seguiré comprometido con el país…» (Fragmento del discurso de renuncia del presidente del Perú Pedro Pablo Kuczynski

Ante lo acaecido con la renuncia del presidente Pedro Pablo Kuczynski en el vecino país del Perú, acusado de negociaciones dudosas con la empresa brasileña Odebrecht y de «comprar» congresistas con el fin de frenar una moción que lo destruiría del cargo, vinieron a mi cabeza decenas de inquietudes. En un primer momento me trasladé hacia mi biblioteca y tras tomar el diccionario de la real academia española busqué con premura la palabra honor. Dos significados me sorprendieron sobremanera:

*Cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo.

*Gloria o buena reputación que sigue a la virtud, al mérito o a las acciones heroicas, la cual trasciende las familias, personas y acciones mismas de quien se la granjea.

Acto seguido, me pregunté entonces por qué renuncian o dimiten los líderes de una nación y no pude evitar traer a mi memoria el caso del General Gustavo Rojas Pinilla quien tras haber gobernado en Colombia entre 1953 y 1957, bajo el modelo de lo que algunos llamaron una «dictablanda», renunció a su cargo el 10 de mayo de 1957, aduciendo que lo hacía porque amaba la patria, solo deseaba servirle y a la vez no quería generar un baño de sangre entre hermanos.

Toda una poesía digna de enmarcar si no hubiera sido porque tiempo después fue declarado como indigno por el Congreso de la República y castigado con la pérdida de sus derechos políticos, que aunque los recuperaría años más tarde, eso no quitaría el manto de duda frente al incumplimiento de sus deberes. Basta con leer la investigación del profesor Alberto Donadio, titulada: El uñilargo. La corrupción en el régimen de Rojas Pinilla”.

Así las cosas, no puedo más que concluir que la renuncia de un mandatario no siempre es un acto de honor que el pueblo debe reconocerle, por el contrario debería ser un acto de contrición en el que se le solicitara perdón a la sociedad por haber incumplido con el honor que ella le había entregado.

Bajo este panorama, vale la pena terminar esta columna preguntándonos: por qué no renunciaron Alfonso López Michelsen después del paro cívico de 1977; Belisario Betancur tras el holocausto del Palacio de Justicia; Ernesto Samper al destaparse el “proceso 8000”; Álvaro Uribe al revelarse los “falsos positivos” y la compra de la reelección; Juan Manuel Santos, Vargas Lleras e Iván Duque al descubrirse o no poder explicar sus vínculos con la multinacional Odebrecht…

¿Será qué al haber atentado contra el honor que los investía, lo más lógico no hubiera sido que renunciaran? Sin embargo, parece que muchos no han interiorizado suficientemente las palabras del escritor francés Alfred Victor De Vigny: “El honor es la poesía del deber”.

Mauricio Albeiro Montoya Vásquez

Docente e investigador. Coordinador del proyecto de escritura “100 preguntas y respuestas para comprender el conflicto colombiano”. Fue reconocido en 2012 con la beca Jóvenes Investigadores de la Universidad de Valencia (España). Ha sido docente de diferentes universidades de Medellín e invitado como conferencista tanto en Colombia como en el extranjero.

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