Crónica de un olvido

“Nuestro país sufre por la violencia, la corrupción y otro montón de males, pero el olvido es el peor de todos. Tan malo que no nos damos cuenta de que existe porque se nos olvida “


En la noche no existe una coordenada precisa para nombrar el momento más tranquilo del  río Atrato, algunos dicen que nunca descansa. La ausencia de los gritos estruendosos de los niños y las marcas en la arena de los partidos de fútbol que clausuraron con un marcador infinito, quizás son el referente más cercano para poner en palabras el momento al que me quiero referir, en números es imposible. Riosucio tiene miedo. Riosucio en Chocó, no su tocayo en Caldas que se apodera de todos los resultados de las búsquedas que se hacen en Google, pareciera que internet también tiene es propenso a olvidar. El año ha transcurrido al revés y ni siquiera el rincón más olvidado a la orilla del Atrato se salva, no hubo festival del dulce y tampoco las clásicas fiestas patronales de la Virgen del Carmen, los riosuceños tienen miedo de que Dios también los haya olvidado. Piden disculpas divinas ahogados en el silencio y prenden una vela en el rincón más especial de sus paraísos envueltos en la frescura de la madera vieja.

Los primeros reportes fueron atrevidos, quisieron poner en números lo que yo no fui capaz de siquiera nombrar. Unos dicen que empezó a las 9:30 pm, otros que a las 10:00 pm, y 2:00 am los que libran a la noche para culpar a la madrugada. Para el riosuceño el tiempo era indiferente, dejó de tener cauce, los segundos pesaban y no quedaba ni siquiera un instante para contarlos. Los futuros de aquellos nombres que nunca nadie va a llegar a entonar se van desmenuzado en el calor, asfixiados por un intenso naranja y un gris escandaloso. Los niños son despertados en medio del frenesí y nos les sobra tiempo para llorar, sus padres los agarran firmes en sus brazos para escapar a alguna parte. El pueblo ya está acostumbrado a las sorpresas, al sonido de cañones que ponen a volar el plomo, a puertas que caen a la fuerza por la patada de un desconocido y al Atrato tiñéndose de rojo. Las raíces de los antiguos Kuna, antiguos dueños de este territorio, se eternizaron en los genes de las nuevas generaciones, quizá esa es la única razón por la que siguen en pie y no se han cansado de luchar, pero ha de decirse que no alcanzan los atributos ancestrales para vencer al fuego y al olvido. La palabra tragedia se volvió cercana.

En 2010 y 2016 la calma en la que reposaba el Atrato también se vio perturbada por este mismo paisaje y aun así, casi diez años después se vive con la magia de la primera vez. Algunos piensan que estos hechos no hacen eco por el número tan bajo en fallecimientos, si nadie se muere no vale la pena prestar atención. ¿Pero qué pasa con aquellos que mueren en vida? Es decir, las familias que dejan de tener un techo donde resguardarse, las pérdidas materiales que marcan su valor en años y no en precios, los sueños que se iban fermentando entre generaciones y que fueron arrebatados en cuestión de instantes. Los efectos colaterales no tienen relevancia, eso el tiempo lo cura. Ni siquiera en jornadas electorales hay que llegar a Riosucio a hacer promesas, su población no lo amerita. Tampoco es de mucha importancia la ausencia de una red hospitalaria decente, los habitantes que lleguen a tener problemas de salud pueden ser atendidos de maravilla con tan solo un par de horas en lancha.

Los rumores de todo lo que estaba pasando en aquel rincón del mundo llegaron a otras poblaciones aledañas gracias al flujo del Atrato, y como este río no figura en la geografía de la capital, al capitán del barco de bandera tricolor le llegó tarde la noticia. La respuesta se dio al otro día vía Twitter para evitar conflictos en la agenda y se mandó a un viceministro, la situación no era tan grave como para enviar ministros, en este país hay muchas otras cosas que hacer como un costoso programa a las seis de la tarde. Los noticieros al medio día arrancan informando la noticia, las imágenes escandalosas son las que más venden. Mañana no se volverá a hablar del tema y la que se establece como la noticia del día va ser más bien la muerte del crack argentino, Maradona ocupa más minutos en la pantalla, se lo merece. Lo que pasa en Riosucio no es para tanto, es una emergencia que ya está siendo controlada. Los bomberos de las zonas aledañas llegaron a tiempo a socorrer a la población y en camino ya va un viceministro con unos paquetes de choco-break para brindarles a los niños. En Riosucio no existe un cuerpo de bomberos, a pesar de que el tiempo ha demostrado que tiene la necesidad. Al Gobierno se le olvida que el Chocó existe, o peor aún, que ahí habita gente. Porque para las extracciones de oro y otras riquezas naturales, si llegan las maquinarias a tiempo y sin problemas.

Se cumple ya casi una semana de los hechos, y nadie volvió a hablar del tema. Ahora lo importante es quien va punteando en las encuestas de las próximas elecciones y el cuestionamiento de la existencia o inexistencia del centro. Todos discutimos como loros, desde la comodidad de nuestras casas que seguramente no están hechas de madera, regamos nuestra indignación, sueños y anhelos. Contamos con la fortuna de llamar al futuro lienzo, a otros no les alcanza ni para eso, no tienen mente para las metáforas. De nosotros si se acuerdan, nos llenan de ilusiones y juegan a sacarnos sonrisas con proyectos increíbles que seguramente no veremos nosotros pero sí nuestros nietos. Nuestro país sufre por la violencia, la corrupción y otro montón de males, pero el olvido es el peor de todos. Tan malo que no nos damos cuenta de que existe porque se nos olvida. Hoy usted está leyendo algo sobre Riosucio escrito por unas manos desconocidas, el día de mañana no va a volver a saber nada, ni se va acordar. Ojala esas personas damnificadas gozarán de ese detalle. El olvido es el pan de cada día y los más maliciosos nos vuelven selectivos. ¿Qué sería de nuestro país si fuera capaz de recordar y entendiera que Colombia no es solo un conglomerado de ciudades con nombres bonitos? Si pasa, así sea solo por una noche donde el tema se vuelva tendencia en Twitter, ojalá que nunca se nos olvide.

Sebastián Castro Zapata

Envigadeño de corazón, amante a la poesía y a la literatura. Le tengo miedo a los truenos y llevo una tormenta tatuada en mi brazo derecho. A veces me las doy de poeta y en la actualidad, estudiante de psicología en la Universidad Pontificia Bolivariana.

2 Comments

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  • Estimado Sebastián: Soy riosuceño del Chocó y leí su extraordinario artículo «Crónica de un olvido». Pocas veces he leído algo tan sencillo y tan profundo y que desnude tantas verdades sobre mi pueblo, una tierra olvidada en un rincón ignorado de Colombia. Felicitaciones y gracias por hacer suyos los lamentos de una raza oprimida de indios, negros y mestizos, que más bien parecieran refugiados en un país ajeno. Saludos cordiales amigo Sebastián y muchos éxitos en sus estudios de psicología. Con su sensibilidad por el sufrimiento de otros, no dudo que será un excelente profesional.

  • Sebastian me gusto mucho su escrito,se los voy a poner a mis estudiantes de noveno de una institución rural que también está en el olvido del estado. Muchas gracias por ser la voz de los que no son escuchados.