Creer a ciegas: el fenómeno de la posverdad

“En el panorama actual, se ha distorsionado mucho la línea entre lo verdadero y lo falso al punto de que esto no solo es peligroso dentro del ámbito privado, sino también para las democracias.”


Se escucha un rumor de una mujer, “orgullo colombiano”, consiguió estar dentro del equipo de ilustradores de una película que llegó a ganar un Globo de Oro. La noticia inmediatamente capta la atención de los medios más importantes de todo un pais, incluso la invitan a dar una conferencia acerca de su éxito en una prestigiosa universidad. Pero entre más se comparte y difunde, se notan contradicciones y falta de pruebas que acrediten el hecho. ¿El problema? Todo era falso.

Luego del escándalo de esta fake news protagonizada en Colombia, cabe analizar por qué este fenómeno es cada vez más contagioso. En 2016, el diccionario de Oxford eligió como palabra del año, el término de posverdad que se popularizó en gran parte debido a la propaganda de noticias falsas que atacaban al candidato a la presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump. Para entonces, este término fue definido como el fenómeno en que “los hechos objetivos tienen menos influencia en definir la opinión pública que los que apelan a la emoción y a las creencias personales»[1].

Una de las características de las noticias falsas categorizadas en el término de posverdad es apelar a las emociones de forma positiva o negativa. Este ha sido uno de los elementos para el éxito en compartir información falsa como en el caso de Geraldine Fernández (El Espectador, 2024)[2] o el reciente escándalo protagonizado por el presidente de la república de Colombia, Gustavo Petro con el Fiscal General de la Nación en el que existió un intercambio de acusaciones que tuvieron origen en un tweet falso (Redacción Judicial, 2024)[3].  Ambos sucesos comparten un elemento en común: la capacidad de crear una reacción inmediata en el público porque apelan a una emoción.

Lo grave de estas historias es que pueden llegar a manipular a miles de personas incluso a través de medios que tradicionalmente tienen credibilidad pública. En los dos ejemplos anteriores puede que estos parezcan resultar inofensivos para una gran parte de la población, pero ¿qué sucede cuando colocan en riesgo la integridad y vida de una persona o ponen en juego temas de seguridad nacional o internacional? En el panorama actual, se ha distorsionado mucho la línea entre lo verdadero y lo falso al punto de que esto no solo es peligroso dentro del ámbito privado, sino también para las democracias. Aún más con la fácil propagación de la información por redes sociales y medios tecnológicos.

En 2017, se presentó un caso peligroso, en una región de Myanmar, se propagaron imágenes de crímenes en los que se acusaba a un grupo denominado como Rohingya de cometer dichos actos “terroristas”. Sin embargo, tiempo después, el noticiero BBC logró comprobar que esas imágenes, en realidad, pertenecían a otros sucesos que habían ocurrido en otras guerras y conflictos mucho tiempo atrás (Redacción BBC, 2018)[4]. Como consecuencia de esta mentira, la violencia recrudeció en contra de ese grupo. ¿Acaso no era un deber de los medios de comunicación y de los mismos ciudadanos corroborar la información antes de compartirla?

Este tipo de situaciones pueden permitirnos emitir una conclusión apresurada: a pesar de que somos seres con cierta capacidad racional, hemos decidió creer en mentiras. Bien sea porque reafirman nuestras creencias preestablecidas (sesgos cognitivos) o porque la información que recibimos nos provoca una emoción tan fuerte que no nos detenemos a analizar más allá de lo que vemos y leemos (atajos cognitivos). Aunque una de las competencias básicas en nuestro derecho a informarnos es analizar el contenido divulgado, hoy cada vez está más amenazado por distintos intereses que pueden causar un gran daño colectivo. De continuar por este camino, “nosotros como pueblo libre hemos decidido libremente que queremos vivir en un mundo de posverdad” (Tesich, 1992)[5].


Todas las columnas de la autora en este enlace:  María Camila Perdomo Forero

 [1] Oxford Languages. (2016). Word of the Year 2016. https://languages.oup.com/word-of-the-year/2016/

[2] El Espectador. (2024). Geraldine Fernández, de un chisme en WhatsApp a noticia nacional. https://www.elespectador.com/entretenimiento/geraldine-fernandez-hayao-miyazaki-el-nino-y-la-garza-y-studio-ghibli-de-un-chisme-en-whatsapp-a-noticia-nacional/

[3] Redacción Judicial. (2024). Cuenta de X del fiscal Barbosa a la que respondió el presidente Petro sería falsa. El Espectador. https://www.elespectador.com/judicial/cuenta-de-x-del-fiscal-barbosa-a-la-que-respondio-el-presidente-petro-seria-falsa/

[4] Redacción BBC Mundo. (2018). 3 noticias falsas que propiciaron guerras y conflictos alrededor del mundo.https://www.bbc.com/mundo/noticias-43725918

[5] Tesich, S. (1992). A government of lies. The Nation.

María Camila Perdomo Forero

Estudiante de derecho, he participado como líder voluntaria en organizaciones sin ánimo de lucro y activamente como monitora en proceso de lectura y escritura en la universidad. Me intereso por la literatura, la política, los derechos humanos y la escritura como forma de expresión del conocimiento, arte y ciencia.

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