Corrupción, ¿Enfermedad del Poder o Idiosincrasia?

Desde una muy temprana edad recuerdo cómo cuando nos reuníamos en eventos familiares, en algún momento de la reunión se convocaban todos los adultos a hablar sobre determinado embrollo de la política regional, y siempre había alguno que gritaba, la mayoría de los casos el menos informado o el más impulsivo, “eso siempre es igual, todos los políticos son corruptos”.

Efectivamente yo crecí con esa idea de que la política en Colombia era un ejercicio de corruptos, pero a la medida que fui entendiendo y aprehendiendo cuál era la verdadera connotación del termino fui encontrando similitudes increíbles con el vocablo “avispado” que popularmente acuñamos para acciones de menuda trampa, así que un día pensé, ¿por qué nosotros los particulares podemos juzgar y satanizar las decisiones de todos los políticos bajo la premisa, “todos los políticos son corruptos”, mientras nosotros los ciudadanos comunes cometemos actos hasta peores excusados por la frase –es que yo soy avispado? El ciudadano colombiano se ofende si se entera que el gobernante de turno se robó cierto porcentaje de los fondos públicos, lo cual no nombro como algo correcto, pero efectúa en su día a día acciones como: “colarse” en las filas para ahorrar tiempo, violando de esta manera los derechos de quienes honestamente hacen las filas, haciendo imposible cualquier orden; somos, además, de ese tipo de personajes que envían a uno sólo con cinco maletas a guardar puesto para toda su familia mientras esta sigue tranquila en otro lugar disfrutando de su comodidad, al tiempo que otras cinco personas que esperan pacientemente un puesto deben aguardar hasta el próximo bus por esta burda trampa; desde pequeños observamos, de los compañeros adelantados en los estudios o de nuestros mismos familiares, todas las artimañas utilizadas para triunfar ligeramente en los estudios sin mayor esfuerzo, y entendemos la trapa en los exámenes como una solución fácil, victoriosa e impune al trabajo de estudiar para dicha prueba –algo que empieza a establecer en la cabeza de los menores la idea de las cosas fáciles, del poco trabajo y finalmente de sacar provecho del trabajo ajeno– ; tenemos sobretodo el descaro de decir que son corruptos todos los políticos cuando somos nosotros quienes, tantas veces, preferimos pagar veinte mil pesos a un policía de tránsito que pagar la multa de la que muchas veces si somos acreedores. Actos igualmente reprochables.

 

Pero para buscar una solución no es suficiente con identificar el problema como tal, es necesario además analizar toda la historia e incluso examinar cuales fueron los eventos que dieron origen a la “civilización” en el continente. En ese caso analizaríamos, después de la exploración de Cristóbal Colón quien decía que en estas tierras solo habían nativos ingenuos propicios para ser esclavos,  la expedición comandada por Pedrarias Ávila quien partió el 11 de abril de 1514 con veintidós  barcos y cerca de dos mil hombres fletado por la corona, personaje macabro que no tenía intereses distintos de someter a los pobladores de esta región y aprovecharse de su arduo trabajo –algo similar a lo que representa la política en Colombia para muchos dirigentes hoy, tomar provecho de quienes honestamente trabajan a diario para construir país, sin importar las secuelas generadas en la sociedad, el territorio y su economía– ; posteriormente tenemos todas las campañas de pacificación y conquista que emprendieron, en parte, algunos de los que arribaron al continente en la expedición de Don Pedro Arias de Ávila, entre ellos Sebastián de Benalcázar, Diego de Almagro y Hernando Soto, con  el principal objetivo de asesinar a los no cristianos y tomar provecho de su trabajo, –acción muy parecida a tantas de los personajes que ocupan algún cargo público, tomar ventaja de los fondos recaudados a la ciudadanía y utilizarlos para beneficio personal, y no invertirlo en seguridad, salud o en infraestructura, generando de igual forma la muerte y la vulneración de derechos de tantos seres desposeídos y vulnerables– quienes, al igual que las clases más favorecidas en nuestras ciudades, ignoraron por completo el bienestar del grueso de la población con tal de ellos obtener más poder y beneficios. Podría seguir escribiendo páginas sobe eventos parecidos, o incluso mencionar cómo la cultura del narcotráfico dejó en la mente del colombiano la idea del dinero fácil, del poco esfuerzo o de que los resultados de los proyectos tienen que ser inmediatos –como se pretende respecto a los “diálogos de paz” en la Habana, presupuestando que solo un puñado de sujetos sentados en una mesa cerca al mar, escenario radicalmente distinto al del campo de batalla, podrán resolver un conflicto de una trascendencia de un poco más de medio siglo en menos de dos años–, pero creo que ya dije lo suficiente de cómo se fue introduciendo a nuestra cultura e idiosincrasia la costumbre de la corrupción, para argumentar cómo por medio de la oratoria, la educación y el ejemplo se puede acabar con este terrible mal.

Una vez analizado el marco histórico de esta problemática social considero que para erradicar esta maquiavélica costumbre de la corrupción que implica obtener poder, o dinero, a toda costa sin valorar los perjuicios ocasionados a otros, sin importar los medios, es necesario comenzar desde la academia, más propicio sería si se implementara, desde los primeros grados, un fuerte convenio social en que se les mostrara lo importante que es respetar los bienes que aparentemente no son de nadie; que se les enseñara a querer lo público como un bien propio y tratarlo como tal, evitando de esta manera grafitis, destrucción de parques púbicos o de las terminales del Transporte Público Integrado cada vez que hay un paro; convencerlos, haciendo uso de un lenguaje amable, persuasivo, entretenido pero educativo, de respetar las filas en todo momento, incluso cuando un conocido esté en un puesto más avanzado en esta; al igual que pasar la calle solo por los lugares donde está pintada la cebra, y a no saltar por encima de los sardineles para ahorrar tiempo, y; sobretodo enseñarles a los pequeños, como a los mayores, que las huelgas no se hacen en los tiempos más difíciles de las empresas, o de la nación, sino por lo contrario en los momentos más prósperos y de mayor producción, para que así haya la posibilidad de que ambos obtengan beneficios de esta actividad y esperar que de esta manera no identifiquen al Estado como un enemigo que debe pagar cada vez que ellos tengan una necesidad, ilustrarles que el nuestro no es un Estado Paternalista, lo cual traduce que no tiene la obligación de suplir todas las necesidades de su población. Después de haber comenzado la campaña de concientización ciudadana y la implementación de un convenio social, como el descrito previamente, desde los institutos educativos, se hace necesaria de igual forma una fuerte campaña mediática impulsada por el gobierno, o por los privados que la encuentren útil para sus intereses, en la que por un lado haya difusión de todo lo que implica dicho contrato, incluyendo el trato por las demás personas, el respeto a las cosas públicas y todas las responsabilidades que contienen tener contacto con una, y, respetar y apreciar el trabajo que ejercen las entidades y organizaciones gubernamentales para regular la vida en sociedad. Por el otro lado dicha campaña de fuerte publicidad implicaría, una vez creadas las normas que contengan sanciones,  no de cárcel o de repercusiones jurídicas, sino unas de corte presupuestal y material que es lo que al día de hoy más preocupa, la difusión de estas y su respectiva sanción. Pero estos dos anteriores no son los únicos elementos necesarios para suprimir este mal, indiscutiblemente el trabajar análogamente con los menores en la educación primaria y secundaria, añadiendo como un suplemento a la educación el nombrado pacto, al tiempo que éste se da a conocer a los adultos y personas de la tercera edad, para que de esta manera los nombrados puedan ayudar a su dispersión y a su aceptación por medio del ejemplo, genera un trabajo en coyuntura que puede impulsar a toda una sociedad hacia el desarrollo y el bienestar, asimismo, además de toda la presión suponemos puede hacer el gobierno, debemos como ciudadanos comprometidos con el cambio implementar nuestro papel y demostrar nuestro deseo a establecer un nuevo orden, y la forma más efectiva que entre nosotros podemos procurar es por medio de la sanción social. Esto implicaría, que nos molestara tanto ver nuestro amigo robar un dulce de un súper mercado, o un color de la cartuchera de quien nos cae mal, como nos llega a indisponer que la alcaldesa sea investigada por haber robado cuatro mil millones de las empresas públicas y sigue libre andando campantemente por toda la ciudad; al igual que si tenemos sospechas, casi contundentes, como el hecho de que ella era el único personaje con la autoridad de poder firmar los documentos, se descubrió tiempo después, fueron el medio utilizado para realizar la estafa, hacer gestos de rechazo o demostrar de alguna manera la reprobación de ambos. La idea es demostrar, como sociedad, que nos molestan los actos de corrupción; sin importar el nivel en que sean ejecutados; sin importar que quien está acusado de corrupción sea de “muy buena familia” o sea nuestro amigo, y; sin importar que la acusación no se logre demostrar en concreto, tan solo demostrar la reprobación, al menos que el acusado logre negar contundentemente su implicación, demostrar su inocencia.

He, a lo largo de todo este escrito, intentado establecer por qué considero que la corrupción es más un componente de nuestra idiosincrasia colombiana que cualquier otra cosa; he establecido, a través de eventos históricos y ejemplos, cómo es más un comportamiento de los ciudadanos de a pie, y de todos los integrantes de nuestra sociedad en general, que una enfermedad que afecta exclusivamente a quienes ocupan cargos públicos, y; una vez identificado el problema, y de haber presupuestado su gravedad para nuestra comunidad, lo que he hecho a través de los siguientes párrafos ha sido proponer y dar mi idea acerca de cuáles serían las soluciones para erradicar este mal tan arraigado en el pensamiento de toda una sociedad. Lo último que me falta por dejar en este escrito es aclarar que la verdadera esencia es que demostremos con nuestra misma actitud que nos molesta la corrupción, bien sea por parte de un político que se roba cuatro mil millones de pesos de los fondos públicos o bien sea nuestro amigo haciendo trampa en un examen, y que no toleraremos más actos de corrupción, en ningún grado. Identificaremos este comportamiento como algo dañino, y por consiguiente a los personajes “avispados” no solo les asustará actuar de manera corrupta por las consecuencias penales derivadas de este acto,  o por temor a perder patrimonio en mayor medida que el que puede ganar si es victorioso, sino también por el temor al desdén de sus padres, sus amigos y sus conciudadanos, el desdén de toda una sociedad.

Simón Arias Valencia

Al nacer en la provincia, simón, desde una muy temprana edad, ha sido un preocupado observador de las injusticias sociales que se dan diariamente en Colombia, y al comenzar por identificar las desigualdades evidentes de Armenia, su ciudad natal, decidió emprender la carrera de Derecho en la Universidad Manizales, donde además de aprender la doctrina y toda la teoría de la carrera, ha procurado por agudizar su sentido crítico para analizar la situación actual y los conocimientos preestablecidos. Hoy en día, al mismo tiempo que intenta generar un cambio progresivo en la sociedad a partir del ejemplo y de pequeños escritos que se publican en Alponiente, es un estudiante más de Manizales, La ciudad de las mentes abiertas.

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