Conjeturas para después de la pandemia

La pre-pandemia

Antes del estallido de la pandemia del COVID-19, el sistema global se encontraba sobrecargado con un exceso de contradicciones, presiones y dilemas que podían provocar un gran quiebre. En cuatro tableros diferentes, pero entrelazados, las dinámicas y tendencias observables resultaban elocuentes. Respecto a las relaciones internacionales, la transición de poder, prestigio e influencia de Occidente (básicamente, Estados Unidos) a Oriente (en esencia, China) pasó de estar caracterizada por una inestable e inexacta combinación de competencia y colaboración a un estado de creciente pugnacidad. El gradual ascenso de Beijing y la declinación relativa de Washington fue respondida con la estrategia del Presidente Donald Trump comprendida en su eslogan “America First”. Esto es; la ilusión de una primacía indisputable. En términos de la política mundial, el auge de una globalización dominada por la financiarización, es decir; la preeminencia de intereses, agentes e instituciones financieras, aceleró el desmantelamiento del Estado de bienestar y amplió la desigualdad económica, social y política.

En relación con las organizaciones inter-gubernamentales, la nota predominante ha sido la aguda crisis del multilateralismo. Los ejemplos de la ONU y la OMC en el plano mundial y de la Unión Europea y UNASUR en el plano regional son testimonio de esa crisis. En efecto, el debilitamiento de las instituciones y regímenes es preocupante pues los organismos y acuerdos son clave para limitar la arbitrariedad de los poderosos y crear mecanismos de coordinación. En cuanto al ámbito interno, ha sobresalido la regresión de la democracia liberal, el aumento de las plutocracias, la reafirmación de regímenes autoritarios y el estancamiento de proyectos progresistas. No es inusual entonces que conflictos de clase, étnicos y religiosos sigan elevándose en intensidad y alcance. En suma, un escenario plagado de tensiones inter-estatales, reacomodos mundiales, fragilidades institucionales y malestares domésticos que se fueron acentuando y exacerbando por años son el telón de fondo de esta pandemia.

La pandemia

Esta pandemia no constituyó la irrupción de un “cisne negro”. Esto es; no estamos frente a un suceso totalmente imprevisto a pesar de ser de fuerte impacto. No lo fue ya que, en 2008, por ejemplo, el informe sobre Global Trends 2025 de la Oficina del Director del Consejo de Inteligencia Nacional de Estados Unidos advirtió sobre la “potencial aparición de una pandemia global” si no se adoptaban las medidas adecuadas para evitarla. También en 2012, el profesor emérito de la Universidad de Manitoba, Vaclac Smil, publicó Global Catastrophes and Trends, en donde, con base en evidencias de pandemias previas, señalaba la probabilidad de padecer una antes de 2021. Y, en septiembre de 2019, a pocos meses del Covid-19, se publicó un informe elaborado por la Junta de Vigilancia Mundial de la Preparación (grupo investigador conjunto de la Organización Mundial de la Salud y el Banco Mundial) que presentó un diagnóstico inequívoco: «Nos enfrentamos a la amenaza muy real de una pandemia fulminante, sumamente mortífera, provocada por un patógeno respiratorio que podría matar de 50 a 80 millones de personas y liquidar casi el 5% de la economía mundial…El mundo corre grave peligro de padecer epidemias o pandemias de alcance regional o mundial y de consecuencias devastadoras, no solo en términos de pérdida de vidas humanas sino de desestabilización económica y caos social.”

A pesar de que una vez que se produjo el estallido de la pandemia el Estado retomó centralidad, la cuestión de las capacidades estatales no ha sido ni es uniforme. La preponderancia del capital financiero, con más vigor desde el fin de la Guerra Fría, ha sido tan honda que reconfiguró la relación Estado-sociedadmercado a tal punto que en buena parte de la comunidad internacional se erosionaron notablemente los atributos de la estatalidad. Regresó el Estado en distintos países, pero un Estado con funciones y aptitudes muy esterilizadas. Por ello, ante el Coronavirus, en el mundo se vieron tres tipos de respuestas. Por un lado, las naciones que buscaron suprimir la expansión del virus con cuarentenas masivas inmediatas, testeo riguroso de la población, acción sanitaria sostenida, severas sanciones a los que incumplían el aislamiento social, freno expeditivo de la economía. Por el otro, las naciones que buscaron mitigar el avance del virus y que impulsaron, firme y paulatinamente, una variedad de iniciativas respecto al distanciamiento social, al confinamiento, a las pruebas sanitarias y a las actividades económicas, entre otras. Y, por último, las naciones que negaron totalmente, o por un largo período, la existencia misma de la pandemia. Tras estas tres respuestas se pueden detectar las diferencias entre Occidente y Oriente, el nivel de desmantelamiento del Estado de bienestar, la preferencia por opciones individuales y no cooperativas y los claroscuros de diversos tipos de regímenes políticos.

La pos-pandemia

¿Qué futuro puede avizorarse para el momento en que esta pandemia ceda? No es posible, ni deseable, una respuesta unívoca. Si se considera el corto plazo, es probable que no haya un viraje rotundo en los cuatro tableros mencionados. En gran medida por la ausencia de liderazgos políticos audaces, coaliciones sociales renovadas e instituciones mundiales robustecidas con voluntad y capacidad de emprender un gran acuerdo progresista, tanto a nivel nacional como global. El neoliberalismo no feneció como resultado del potencial dañino del COVID-19. Sí es esperable una seria depresión económica, un extendido hartazgo ciudadano, una elevación de la fricción geopolítica en puntos calientes del planeta, un cuestionamiento a nivel interno de los regímenes políticos ante el manejo del COVID-19 y una potencial inseguridad alimentaria derivada de la evolución temporal de la pandemia. Habrá seguramente un período de alta turbulencia que recorrerá a muchos países, sacudirá varios gobiernos y atemorizará a algunas élites.

No hay que extremar el valor de las analogías, aunque puede ser ilustrativo recordar tres momentos distintos pos-crisis. En el ocaso de la Primera Guerra Mundial, entre 1918-1919, se desplegó la asoladora “gripe española” que produjo, según cálculos estimados entre 20 a 40 millones de muertes. La combinación posguerra y pos-virus mostró la retracción de lo que muchos denominaron la primera globalización, entre finales del siglo XIX y principios del Siglo XX; el avance de ideologías anti-liberales; un profundo pesimismo social; y un creciente militarismo.

En la inmediata pos-Segunda Guerra Mundial se gestó una nueva institucionalidad internacional mediante la creación de las Naciones Unidas, se establecieron pactos socio-políticos para establecer modalidades de Estados de bienestar y se aspiró a gestar un orden mundial estable; al menos entre las grandes potencias. A la aguda crisis financiera de 2008 le siguió, en 2009, la crisis de la “gripe porcina” que fue, con datos más precisos elaborados en 2012, más letal de lo que pareció en un principio: la mezcla de ambas no significó una efectiva regulación del capital financiero ni un mejoramiento preventivo de los sistemas de salud pública. Pareciera que estamos muy lejos de la salida posterior a la Segunda Guerra Mundial.

Después de la actual pandemia pueden aparecer diferentes cursos de acción, pero, en lo inmediato, es improbable que se produzcan reformas y transformaciones radicales en la dirección de un nuevo contrato fundado en la equidad, la justicia y la sostenibilidad. Para imaginar y construir un sendero alternativo se deberían sentar las bases para una amplia y plural coalición de vulnerables que enarbolen, con una perspectiva de largo plazo, un modelo político, social, económico y ambiental sustantivamente distinto al vigente.

Y si eso fuera viable, habría que reflexionar y polemizar sobre tres dimensiones: la naturaleza del hombre, del Estado y del sistema, recordando las tres imágenes que para otro propósito estudió en los cincuenta Kenneth Waltz. ¿Qué lecciones nos está dejando la pandemia? El hombre, atrapado entre la búsqueda de seguridad y la certeza de su finitud, perplejo entre la necesidad y la esperanza, y oscilante entre la trascendencia y la inminencia, ¿podrá atisbar en medio de la actual experiencia traumática un horizonte que se nutra de empatía y emancipación y que pueda sintetizar lo individual y lo colectivo?.

El Estado que se hereda después de este virus no es el más potente, inclusivo y legítimo. Los antecedentes más recientes, que muestran en distintas latitudes la presencia de la xenofobia, la injusticia y el fundamentalismo, combinado con una aversión a una cooperación pujante, ¿pueden derivar en nacionalismo agresivo y corrosivo? O estas tendencias ¿podrán ser revertidas como efecto de la profundidad del efecto global del Coronavirus y de las demandas de la sociedad civil internacional hacia un nacionalismo cosmopolita?.

Finalmente, en un sistema sobrecargado en el plano inter-estatal, hay pocos indicadores de que la relación entre Estados Unidos y China se vaya a desplazar hacia un acomodamiento recíproco, al tiempo que el orden internacional liberal cruje y la colaboración mundial languidece. El COVID-19 promete incluso fricciones entre las principales potencias occidentales. De hecho, ya se pasó del Consenso de Washington de los noventa al Disenso con Washington del presente. En ese contexto, ¿hay lugar para la moderación en las relaciones internacionales y cuáles y quiénes serían las fuentes de tal moderación? ¿hay disposición para impulsar el multilateralismo?.

Una Argentina atravesada por una delicada crisis que combina elementos estructurales y eventos coyunturales afrontará la pos-pandemia con múltiples retos internos e inquietantes desafíos externos. Este, me parece, no es momento para propuestas normativas. Es quizás el tiempo para entender que, parafraseando un cuento de Borges, estamos ante senderos que se bifurcan. Uno de los caminos es el más exigente pero prometedor: comenzar, desde un progresismo renovado y pacientemente, a configurar un consenso ampliado en política doméstica e internacional. El otro es el que venimos recorriendo desde hace ya demasiado tiempo.-

 

-Este artículo es un capítulo del libro «El futuro después del Covid-19» publicado en Argentina.

Juan Gabriel Tokatlian

Sociólogo argentino (1978) con una Maestría (1981) y un Ph.D. (1990) en Relaciones Internacionales de The Johns Hopkins University School of Advanced International Studies en Washingon, D.C. (Estados Unidos). Actualmente (desde julio de 2009) Profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Di Tella (Buenos Aires, Argentina). Fue Profesor en la Universidad de San Andrés (Victoria, Provincia de Buenos Aires, Argentina) entre 1999-2008. Vivió 18 años en Colombia entre 1981 y 1998. Fue Profesor Asociado (1995-1998) de la Universidad Nacional de Colombia (Bogotá), donde se desempeñó como investigador principal del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI). Fue co-fundador (1982) y Director (1987-94) del Centro de Estudios Internacionales (CEI) de la Universidad de los Andes (Bogotá). Ha publicado varios libros, ensayos y artículos de opinión sobre la política exterior de Argentina y de Colombia, sobre las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, sobre el sistema global contemporáneo y sobre el narcotráfico, el terrorismo y el crimen organizado.

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