“La polarización en Colombia pasa por el miedo y la ruptura de la confianza, por el aislamiento y la ruptura de las comunidades, por encerrarnos en nuestras burbujas incapaces de ver el bien en el otro, todo esto desencadena en un recrudecimiento de la violencia.”
En 1956 murió asesinado en Pereira León María Lozano, El Cóndor, el rey de los pájaros. Para algunos este nombre resulta en novedad, para muchos otros es huella indeleble en la historia de la violencia de Buga, Tuluá, Valle del Cauca, Eje cafetero y Colombia. Desde un bar daba las órdenes de matar a todo liberal y luego todo aquel que consideraba se atravesara en su camino.
Así lo retrató Gustavo Álvarez Gardeazabal en su novela “Cóndores no entierran todos los días”: “León María Lozano manejó con el dedo meñique a todo el Valle y se tornó en el jefe de un ejército de enruanados malencarados, sin disciplina distinta a la del aguardiente, motorizados y con el único ideal de acabar con cuanta cédula liberal encontraran en su camino. De todos sus pescuezos colgaban escapularios del Carmen. La mayoría iba a misa todos los domingos y comulgaba los primeros viernes. Todos, menos el jefe, que nunca cargó otra arma distinta que su mirada de mula cansada, iban armados con dos o tres revólveres y una carabina. Viajaban en carros azules, sin placas; o en las volquetas de la secretaría de obras públicas. Para ellos no regía el toque de queda que el gobierno impuso todos los días a las siete de la noche. Las carreteras estaban libres para su tránsito y en los retenes nunca eran detenidos. Jamás pudo presentarse una demanda contra ellos porque a los abogados liberales se les fue imposibilitando la opción a litigar y no había ningún conservador que se atreviera, por honesto que fuese, a presentar una demanda contra miembros de su mismo partido».
En el mismo libro, narra el autor cómo fue posible el salto de vendedor de quesos a jefe de bandoleros conservadores y “defensor de la fé a sangre y fuego”, un hombre introvertido, inseguro y con miedo a la muerte que terminó refugiándose en la violencia y la fe católica preconciliar de corte rural que caracterizó la época a la que hoy llamamos “La Violencia”, sembró vientos y cosechó tempestades, desplazó a cientos, ordenó el asesinato selectivo de líderes, ciudadanos ilustres, trabajadores y campesinos liberales, verdaderas masacres, y asaltos carcelarios para reclutar hombres: los pájaros. Lo trataron como héroe por haber defendido una escuela católica, el colegio salesiano de Tuluá, durante las revueltas del Bogotazo, ese fue el hecho que llamó la atención de los conservadores para verlo como aliado y dirigente local, hacían en él eco voces como la de Alzate Avendaño y Laureano Gómez “El basilisco” como fue llamado por sus opositores. Sin embargo, un personaje siniestro como Lozano no habría sido posible sin el impulso y combustible que significaban desde Bogotá los sectores más reaccionarios del Partido Conservador, los mismos que alimentaban otros grupos como las camisas pardas o los Chulavitas, y hoy a la luz de las evidencias y los relatos, entendemos que son una especie de génesis paramilitar, ya que existieron y se alimentaron o bien de dineros provenientes del erario o de los directorios partidistas y confundirían a ciudadanos y campesinos al entremezclarse con soldados y policías que no servían ya al Estado o lo que entonces se llamaba patria, sino a los intereses del partido. Las voces que invitaban a la violencia atravesaban los campos a través de las ondas radiales y alimentaban el odio entre conservadores y liberales, hacían eco en los púlpitos, desencadenó y fortaleció a los Pájaros en el sur y el occidente, y a los chulavitas en el oriente y el norte como defensores de la fé y el gobierno. Como resistencia y fuerza igual y opuesta nacerían las guerrillas liberales y comunistas y se llenarían los ríos y veredas de los cuerpos de unos y otros.
La violencia se recrudecía por la deshumanización del adversario y la creencia de que solo era posible una paz con la eliminación del otro. En 1947 el Basilisco desde la España Franquista (uno de sus lugares favoritos y aspiración para Colombia) sentenció. “Creo que la guerra civil es inevitable, quiera Dios que la ganemos nosotros…”. Alimentadas las brasas, armados los campesinos y debilitados los alcaldes y un gobierno de Laureano Gómez con brazo fuerte y católico, resultó en una ola de sangre, una dictadura militar y un pacto entre las élites, cicatrices imborrables y dolorosas en cada familia colombiana. Los invito a preguntar por esta época a sus abuelos y explorar esos silencios que habitan en nuestras casas al hablar de esta época.
Gómez subió al poder producto de la polarización, subió como respuesta al Bogotazo y el temor de que “bandoleros liberales, masones y ateos se tomaran el poder a través de una revolución triunfante” en unas elecciones adelantadas de 1950 a noviembre de 1949 con él como candidato único, “Ganamos las elecciones” decían los Pájaros según Gardeazabal. Sin Gómez no se habría extendido la violencia a esa escala, sin ese pensamiento como respuesta a la supuesta amenaza que representaban las ideas liberales a “los principios y la tradición”, sin ese impulso reaccionario que aprovechó la brecha entre los más pobres y los más ricos, entre las ciudades y las periferias, entre liberales y conservadores (ambos católicos), que permeó cada una de nuestra regiones y se integró al ideal de ciudadano y hombre, así lo explica la antioqueña María Teresa Uribe en «Legitimidad y violencia: una dimensión de la crisis política colombiana.» (1993) sobre la distribución territorial de liberales y conservadores en Antioquia durante buena parte del siglo xx. Como lo muestra Uribe, el “ethos antioqueño” tradicional se basó en el hombre blanco, conservador y católico, características que se adaptaban más a los pobladores del centro del departamento que a los de las regiones periféricas. Éstos por su parte mantenían idearios políticos, prácticas y formas de vida que chocaban con los ideales del centro.
La polarización en Colombia pasa por el miedo y la pérdida de confianza, por el aislamiento y la ruptura de las comunidades, incapaces, cada día más, de ver el bien en el otro, encerrado cada individuo en su propia burbuja. Todo esto desencadena un recrudecimiento de la violencia. Basta con leer nuestra historia con interés. Basta con ver la triste cuenta que lleva Indepaz que, a diario, crece por cuenta de las masacres y los desplazamientos y aumenta la brecha entre las ciudades y la periferia, lo cual fomenta el reclutamiento de jóvenes para las guerrillas y los grupos paramilitares como el Clan del Golfo en la periferia y para los combos y bandas criminales en las ciudades.
Como consecuencia, los cultivos de uso ilícito, igual que la extracción ilícita de minerales, la extorsión, el secuestro y las muertes, se elevan alarmantemente Los asesinatos ya no son por “godos” o liberales, sino por resistirse a dejar su tierra, por sindicalistas, por resistirse a sumarse a sus filas o por atravesarse en el camino de las economía ilegales y aumenta a diario el conteo de líderes sociales asesinados a manos de anónimos, de “bandas” que así como los pájaros llegan en las noches comandados por Cóndores que vuelan tan alto que nadie alcanza a ver quienes son. Voces y cantos de sirenas que dicen que “nunca antes habíamos estado tan mal” y “nunca antes en la historia de Colombia habiamos estado tan bien” buscando respaldarse en los 200 años de pequeña vida republicana para justificar cada uno sus bienes y sus males, hoy ya no es por rádio y púlpitos que se extiende el odio pero basta con darse una pasada por twitter y escuchar o ver noticias un par de días seguidos para sentir el corazón roto y desesperanza, sentir que vamos directo a la catástrofe regional, nacional y mundial. Estamos en epocas desesperanzadoras.
Epocas parecidas y narrativas similares a las que subieron a Gómez, y debo confesarles que me genera cierto ruido el que desde ya hablemos de las presidenciales del 2026 y estemos calentando para un gobierno de derecha o ultra derecha en el que algunos digan sin sonrojo que “la Agenda de derechos humanos es una apuesta comunista” y “necesitamos un Bukele para acabar con los bandidos”, que estemos precipitándonos no a un barranco pero sí a un Basilisco, a un Gómez en nuestra época porque Cóndores ya tenemos atemorizando las veredas y los barrios. Que no nos gane la tristeza y desesperanza, porque cuando aquí gana, gana la violencia y los que de ellos se enriquecen y benefician.
Seamos instrumentos de paz, constructores de ciudadanía y volteemos a ver a los abuelos y mayores con el beneficio de la experiencia y sabiduría, sumemos los unos con los otros para no repetir los errores de nuestra historia, el mejor ejercicio para conocer la historia es escucharles con atención y presentarles nuestra visión de la época en la que vivimos.
Por último, aprovecho para recomendarles ver la película y leer el libro “Cóndores no entierran todos los días” gracias al trabajo monumental adelantado por RTVC y Señal Memoria, amplio es nuestro capital cultural.
Todas las columnas del autor en este enlace: José Esteban Bello Pedraza
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