De traiciones y abandonos
En Canción de amor para los hombres, alguien que sería comandante de la primera hornada sandinista, Omar Cabezas, narraba el dolor infinito que le produjo la deserción del más cercano de sus compañeros. Un par de días después de un cruce con la guardia somocista, donde estuvieron ambos, espalda con espalda, a punto de perder la vida por centímetros, escondidos entre la maleza en la noche mientras los soldados armados punteaban palmo a palmo el lugar, tras uno de esos momentos donde la vida pasa por delante con la velocidad de un desenlace, el que había contenido la respiración en la noche, el que tenía preparado el fusil para disparar si descubrían a su compañero, el mejor de sus mejores amigos, partió para una misión rutinaria. Abandonó el campamento, se despidió hasta dentro de tres días, Omar le colocó bien la mochila y su camarada abandonó una vez más el campamento recibiendo el más afectuoso de los abrazos porque en cada misión, incluidas las acostumbradas, la vida peligraba. Pero fue la última: nunca más volvió.
En un primer momento, gobernó el dolor de que lo hubieran detenido. Sabían que eso implicaba torturas, ensañamiento y, con bastante probabilidad, el fusilamiento. Las dictaduras, aunque luego se nos olvide, las gastan así. Pronto entendieron que no, que no había caído preso, porque esas noticias siempre se sabían mas temprano que tarde. El compañero que, respiración con respiración, se había jugado contigo la vida luchando contra la dictadura de Somoza, había dejado la lucha.
En otras ocasiones las deserciones son aún más duras. El Comandante Cero, Edén Pastora, terminaría uniéndose a la Contra nicaragüense y a los Estados Unidos de Reagan. En El Salvador, Joaquín Villalobos, el guerrillero que, apuntando maneras, ordenó el asesinato del poeta y también guerrillero Roque Dalton, terminaría trabajando para los servicios de inteligencia norteamericanos. Es sabido que Manuel Machado escribiría sonetos elogiosos a Franco y Primo de Rivera aun sabiendo que su hermano, Antonio, había muerto en el exilio perseguido por los que en verdad odian a España.
El ADN centrífugo de la izquierda
La izquierda, está escrito en su código transformador, anda siempre separándose, pese a que el pueblo al que quieren representar les grita con frecuencia y desesperación «unidad, unidad, unidad». La izquierda en sus objetivos gestiona futuros más luminosos para las mayorías, avenidas amplias que, a diferencia de lo que le ocurre a la derecha, aún no se han concretado. Por eso dejan fácil, por su falta de materialidad, la discusión acerca de cuál es el mejor camino para la emancipación. La izquierda se mata con tanta frecuencia por culpa de la táctica como de la estrategia.
Además, la izquierda siempre ha andado perseguida por las élites, que han puesto a jueces, policías, carceleros, guardias, generales, periodistas y obispos para mandar al infierno, al de aquí y al de después -aunque también esté aquí-, a los que peleaban por convertir los privilegios en derechos para todos. Eso le ha generado con frecuencia cierta sospecha permanente de estar rodeada de enemigos, que si bien le ha ayudado a sobrevivir en una jungla llena de depredadores, también ha derivado en paranoias terribles donde el Gulag es un imaginario grabado a fuego y hielo en la historia. Los campos de concentración, que forman parte del paisaje natural de la derecha en el franquismo, en el nazismo, en el fascismo, son en la izquierda una negación de lo que se quiere construir.
«Dos comunistas hacen una célula, tres una escisión, cuatro una coalición…» «Frente de liberación de Judea, Frente judaico de liberación, Judaicos frentistas libres», «no entiendo por qué en China solo hay un partido comunista chino y en España cuatro partidos prochinos»… las reflexiones sobre las divisiones en la izquierda pueden ser graciosas y también trágicas, como ocurrió durante la guerra de España entre comunistas, socialistas, anarquistas y también algunos necios mejor o peor intencionados. En la memoria oscura de la España progresista están los espectáculos de Casasviejas, de Telefónica en Barcelona, del Frente de Aragón o de la caída de Madrid. Hay más tragedias inaceptables, como el asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebnecht bajo mandato socialdemócrata en Weimar, o cuando desde Moscú se le dio alas a Hitler por la decisión de igualar a socialdemócratas y fascistas. Y parece que nos empeñamos en seguir bien entrado el siglo XXI, por ejemplo con el desencuentro en Francia que permitió que volviera a ganar la derecha porque el Partido Socialista se negó a apoyar a Melenchon, o como cuando la creación de un partido nuevo entre Íñigo Errejón y Manuela Carmena solo sirvió, salvo nuevas informaciones sobre la operación inmobiliaria de Chamartín, para que se perdiera el Ayuntamiento de Madrid, no se ganara la Comunidad y se reforzara el monstruo de Díaz Ayuso.
Una metodología para dividir
La derecha, ayudada por la inteligencia militar, aprendió en los años ochenta a crear un mapa de los opositores de izquierda, más en los movimientos sociales que en los partidos pero válido para ambos, que les ayudaba a su principal tarea: fragmentarles. con este objetivo los dividió en Radicales (los que quieren cambiar el sistema); los Oportunistas (que buscan visibilidad y a menudo un empleo): los Idealistas (en la lectura reaccionaria, ingenuos, altruistas, que siguen principios éticos y morales, son sinceros, creíbles y también crédulos); y los Realistas (los que quieren trabajar en el seno del sistema. Gente a la que no le interesa ningún cambio radical y son pragmáticos).
Es evidente que en esta división lo que le corresponde al poder es perseguir, ridiculizar, acosar y aislar a los radicales como tarea principal. Con los idealistas el trabajo consiste en inventar contradicciones para que duden de las posiciones que defienden, bombardeándoles con argumentos y ganando para la causa contraria a personas que sean referentes, por lo general pagándoles del modo que sea (con dinero, apoyos, presencia, estatus). Los oportunistas no son un problema, pues tras un par de reuniones y dinero de por medio, los oportunistas cambian de bando.-a menudo los oportunistas son referentes para mucha gente, religiosos, intelectuales, gurús y gente con algún tipo de influencia-.
El gran objetivo de la derecha son los realistas. Bajo este epígrafe estarían personas que están dentro del bando de la izquierda a los que hay que identificar -no es complicado: los realistas siempre quieren liderar los procesos y no es difícil señalarlos – y a quienes tienen que ganar para que dejen solos a los radicales y a los idealistas. Los realistas son la cuña para que la izquierda consensue sus posiciones con el poder. Cuando los realistas están aliados con los radicales, las fuerzas de izquierda tienen una enorme fuerza. Separados, ambos se convierten o en inútiles o en activos de la derecha.
Es evidente que los realistas son, por esa estrategia de la derecha, los que van a ganar espacios en los medios de comunicación, los que van a recibir un trato de favor judicial y policial, los que van a ser menos acosados por los cancerberos de la derecha, quienes van a gozar de un trato en general más amable -que, por un lado, les ayuda a ganar posiciones electorales y entre los militantes menos radicalizados-, y por otro, les facilita la lucha política porque confrontan menos, tienen que dar menos explicaciones, son tolerados por el poder recibiendo el «beneficio de la duda» y lanzan el mensaje de que puedes sentirte transformador sin pagar un precio excesivo por estar en la izquierda.
En verdad, es bastante probable que en la izquierda todo el mundo tenga algo de las cuatro posiciones y que, es muy factible, sea al tiempo y dependiendo de los temas radical, oportunista, idealista o realista. Aunque no deja de ser igualmente cierto que esas diferentes actitudes van a generar una relación con el poder diferente que puede terminar determinando una primacía de alguna de las cuatro en el conjunto del comportamiento. Y que el poder va a trabajar con esa división es ingenuo ignorarlo. Vemos que la ley del sólo sí es sí es un ejemplo evidente de esta hipótesis, donde ser mujer u hombre, jueza, reponedora o tertuliana, tener o no tener formación feminista, haber participado o no en las peleas por hacer prevaler el consentimiento y el propio compromiso político condicionará cómo se posiciona cada persona. Pero esa posibilidad de mantener la consistencia ideológica se ve amenazada desde el propio movimiento feminista.
¿Son inevitables las divisiones en la izquierda?
Mentiría si no dijera que una de las cosas que más ira me produce en la política es la pelea interna con oportunistas y realistas. La lucha con los idealistas forma parte del ADN de un campo político donde siempre habrá gente que quiere ir más deprisa, que quiere expresar su rabia, que hace análisis equivocados donde cree que la situación política está más madura para el cambio de lo que está en verdad y que siempre imagina la correlación de fuerzas con un optimismo que no se adecúa con la realidad. De la enfermedad infantil del izquierdismo ya habló Lenin hace cien años. Pero sería injusto no aceptar que, por lo general, se trata de buena gente aunque yerre el análisis. Hay una izquierda que no quiere gobernar y prefiere vivir en el incienso evangelista de sus ideas inmaculadas. Y no siempre es malo que exista ese polo de tensión.
El oportunista y el realista son harina de otro costal. Una de las cosas de las que no siempre se habla es que la izquierda no está formada por superhéroes sino por gente normal de carne y hueso, con necesidades, miedos, angustias, familias, proyectos y esperanzas parecidos a los de los demás. Y que, por tanto, la perspectiva de mejorar su propia vida siempre circunda la lucha. Estar en la izquierda tiene algo de sacerdocio, pero no es lo mismo ser un militante de izquierdas que un misionero, aunque Lorca no se cansaba de decir que para que salgan aventuras hermosas como la II República o La Barraca, necesitamos muchos «misioneros patológicos». Es así como te conviertes en uno de esos imprescindibles de los que hablaba Bertolt Brecht.
Es difícil mantener la unidad cuando la voluntad del poder es romper la unidad. Cuando los poderosos van a dedicar todos sus recursos, que son muchos, a masacrar a los radicales, desanimar a los idealistas, comprar a los oportunistas y ganar para su bando a los realistas. Porque somo seres humanos y no superhéroes de la Marvel.
Mentiría si no dijera que la mayor tristeza en la política me la han brindado los compañeros y compañeras que convierten la lucha un una cuestión laboral y su esfuerzo principal está marcado por consolidar un puesto de trabajo o un reconocimiento de las élites. El desencuentro con los que terminan en el bando de los realistas (que a los oportunistas siempre se les ve venir de lejos), heridos por la carga de cierta gloria y el buen sueldo que tiene la política institucional. A los que termina pesando más que las convicciones que nos pusieron en marcha algún interés personal, sea de gloria, dinero, trabajo o reconocimiento por parte del poder. Creo que es humano abandonar, cansarnos, enfadarnos. Pero nada justifica que te apoyes en los adversarios políticos para acabar con un compañero con el cual tienes disidencias pero forma parte de tus propias filas. Pero separados, aún más en estos tiempos de crisis neoliberal donde es más fácil que la salida sea por la extrema derecha, ir separados es firmar la sentencia de que nos ahorcarán juntos. Dice Wendy Brown que tener odio de clase sin rencor de clase lleva al fascismo. Es muy previsible que el penúltimo, enfadado, le eche la culpa al último en vez de señalar a bancos, fondos buitre, empresas despiadadas, vendedores de armas, oligopolios de la energía o medios de comunicación mercenarios. Difícil dilema. ¿Qué haces cuando tus compañeros no vuelven al campamento donde estás peleando por la democracia? ¿Tienen razón ellos apoyando, por ejemplo, operaciones inmobiliarias, guerras, beneficios de las grandes empresas, leyes mordaza, altos precios de los alquileres, señalando a inmigrantes o pactando con la derecha?
En momentos en donde hace falta unidad sabemos que los oportunistas y los realistas van a aprovechar la urgencia para promover sus posiciones. Es un momento en donde los que tienen ira dudan entre echarse a un lado para que las cuentas salgan o seguir porfiando para no dejar que los que tienen menos escrúpulos se salgan con la suya. Es muy importante que los radicales tengan altas dosis de realismo. Por eso la izquierda se la juega en si acierta en el diagnóstico. En las encrucijadas, un paso en la dirección incorrecta te aleja miles de kilómetros de la meta. En estos momentos en donde los radicales dudan pensando en la unidad necesaria, son los momentos en donde los realistas se ven más invitados a abrazar finalmente los presupuestos del poder y cuando los oportunistas ven la ocasión de dar el salto.
Una solución nada sencilla
Quizá hay dos grandes reflexiones que ayuden a pensar este dilema. Una, que el auge de la derecha y de la extrema derecha siempre es la expresión de un fracaso de la izquierda. Porque las élites no perdonan y siempre reaccionan ante la pérdida de poder o ante la expectativa de perder el poder. Lo peor que puede hacer la izquierda es «amagar y no dar». Y no debe olvidar que la derecha siempre va a pensar que van «a dar». Por tanto, haga lo que haga la izquierda, la derecha está ya dispuesta para descargar su hacha. En segundo lugar, que cada vez que la izquierda cede a la derecha en una ley, una crítica o la defensa de las propias posiciones, lejos de ganar alguna ventaja refuerza el frente reaccionario. Solo se avanza cuando las élites, las oligarquías, el poder ve enfrente solidez ideológica y de acción.
El éxito de la izquierda no está en pretender que todos sus militantes y activistas sean radicales, sino que haya una convivencia y diálogo entre radicales, idealistas, realistas e incluso oportunistas (porque siempre van a existir oportunistas también en la izquierda), donde la coherencia de los argumentos y el correcto análisis de la correlación de fuerzas y de la construcción de imaginarios siga permitiendo que la democracia se ensanche y cada vez más gente puede decidir su propio destino en paz y, si puede ser, con alegría.
Encuentro muy interesante el análisis del politólogo Juan Carlos Monedero.
Desde las Neurociencias Comportamentales (campo en el que me muevo como médico) acoto algunas consideraciones complementarias.
1.Los diversos sistemas operativos de pensamiento (U.de Michigan) pueden explicar, en la derecha y en la izquierda, las discrepancias en las «ideologías»
2.El cerebro humano posee diferentes estructuras de supervivencia, emocionales, racionales y según estudios recientes, de «consciencia» (política, ecológica, social)
3.El canibalismo y el purismo doctrinario, son expresiones del egocentrismo y las creencias mesíánicas, que acompañan a muchos líderes que se creen «iluminados»
Muy interesante seguir en comunicación con el autor.