Ni el maestro jardinero ni el maestro escultor

Boris Dubrov. «Sevivon»

La contribución del judaísmo al ser de la educación en la perspectiva de Martin Buber

“Tu pregunta ¿Qué es el hombre? es, por tanto, un problema auténtico para el que tienes que buscar la solución”

Martin Buber  

Immanuel Kant (2003) sostiene que en la educación y en el gobierno residen los dos más grandes “descubrimientos” de la humanidad. En la educación se guarda el secreto de la perfección de los seres humanos, lo que incluye la capacidad de vivir los unos con los otros, gobernados por leyes buenas con la humanidad. Es decir, leyes que la dignifican. Dicho de otra forma, estos dos grandes “descubrimientos” constituyen la base del problema antropológico básico: qué es el ser humano y cuál condición —naturaleza— corresponde a este ser. Se requiere una apreciación adecuada de estas preguntas para poder obrar en justicia con respecto a los seres humanos. Resulta sencillo pasar por encima y prescribir lo que deben ser, omitiendo responder a la pregunta qué es lo humano. Los movimientos sociales, en muchas ocasiones, actúan de manera prescriptiva: informan que tienen que hacer los individuos concretos, pero no se ocupan de responder si eso que deben hacer está de acuerdo según su condición. Se promueven estilos de vida y formas correctas de vivir acorde al capricho y al vaivén de la época, sin considerar qué tanto lo que se promueve aguanta una prueba de honestidad antropológica. En este sentido es que se entiende la afirmación de Buber (2012) en torno a que Kant es el primero que formula el problema antropológico con toda la seriedad que exige. En adelante, por mucho que se insista en lo contrario (Wulf, 1996), toda antropología es deudora de Kant. Por él se sabe que ya no se puede indagar la morada del ser humano en las estrellas. Dicha morada hay que apreciarla como la casa que los mismos seres humanos preparan a lo largo de la historia. Por eso, para volver al punto, hablar de la educación y del gobierno como los dos más grandes “descubrimientos” no significa imaginar que estos están ya dados; más bien, de lo que se trata es de organizar las fuerzas disponibles, individuales y sociales, privadas y públicas, para elaborar y alcanzar lo que debe “descubrirse” para garantizar la preservación de la humanidad. En otras palabras, la —buena— educación y el —buen— gobierno no se descubren, se forman con paciencia, como enseña el judaísmo, puesto que solo a aquellos que son pacientes les será revelado lo mejor. 

Para Kant, la escuela es el espacio donde se aprende lo que la comunidad humana exige de la ciencia para el conocimiento del mundo. Una escuela que descuida esta exigencia está fallándole a los niños y a las niñas. Le está fallando a la humanidad. La escuela también es el espacio donde se aprende la importancia de la moral, aprendizaje iniciado por lo padres y que no es otra cosa que la disposición hacia la vida en común. A pesar de la exhortación de Kant de enseñar a los niños y las niñas que la búsqueda de privilegios es el origen de toda desigualdad —con el mal que esto causa a la perfección de la humanidad— o de su advertencia de no ceder al capricho de los niños y de las niñas porque esto significa condenarlos a la formación de un mal carácter, todo esto permanece programático para la pedagogía, esto es, actuando como ideales regulativos con los que debe confrontarse toda práctica educativa. Buber (1978) intenta ir más allá. En Sobre la educación nacional ofrece dos imágenes paradigmáticas en torno a los maestros, la del jardinero y la del escultor. El primero imagina que en los niños y las niñas ya está prefigurado lo que estos han ser, por lo mismo, la labor del maestro no es más que acompañarlos para dar testimonio de su florecimiento. Para el segundo, puede ser que los niños y las niñas dispongan de múltiples capacidades, pero estas no están creadas ni se desarrollan por sí mismas. La labor del maestro es darles forma, embellecerlos acorde a su idea. En apariencia estas dos imágenes son opuestas. Pero, en el fondo están amarradas a un individualismo carente de contenido social y cultural; al final, lo que el maestro espera de su labor es formar un individuo, sea porque a este se lo imagine como una semilla a la que hay que ayudar a florecer o porque se lo imagine como una piedra informe a la que hay que esculpir. 

Según aclara Buber, la educación está vinculada a algo más que a la imaginación de los maestros. La educación está en directa relación con la cultura de los pueblos. Frente a lo que estos han alcanzado, lo que imaginan los maestros de los niños y las niñas es parte de la actividad educadora, pero no es el todo. A su juicio, la Ilustración y la Revolución francesa son dos acontecimientos históricos de una magnitud altísima pues de ellos se deriva los Derechos del hombre —hoy los Derechos humanos— y los movimientos anticoloniales —a los que se debe las independencias—. Estos acontecimientos interrumpen el curso repetitivo de la dominación del hombre por el hombre y avizoran el porvenir de la humanidad, su perfección en la autonomía y la libertad. En este sentido, quedan integrados al ser de la educación; ilustración y revolución son su contenido. El ser de la educación entonces ya no se caracteriza por la preservación del orden heredado, sino por la formación de los niños y de las niñas como seres de autonomía y libertad. Esto es, seres que por medio de la educación han aprendido a gobernarse a sí mismos y también por medio de la educación han aprendido lo que deben a su pueblo para llegar a ser lo que son. Niños y niñas que saben de la sangre derramada por los suyos para que ellos puedan mirar de frente y no de soslayo. 

Aunado a lo anterior, cabe destacar que para Buber, en efecto, la educación consiste en preparar a los niños y a las niñas para que vivan su individualidad, pero ningún ser humano está más allá de lo que la sustancia viva de su pueblo le ha donado para poder dar forma a su existencia. La educación es social y cultural por su propia definición y esto significa que los niños y las niñas no solo han de aprender a ser para sí mismos, también han de aprender lo que adeudan a su pueblo y deben adquirir el compromiso de que su pueblo no desaparezca. Si, como ya se indicó, el ser de la educación es ilustración y revolución, las fuentes judías añaden una cualidad más: “Desde el punto de vista de la eternidad, la salvación en el judaísmo no significa la salvación de almas individuales” (Fackenheim, 2005, p. 39). D-os promete la vida eterna a la humanidad. Sin embargo, esto no significa que esta vida sea la del individuo. Lo que ha de vivir eternamente es la humanidad.  Extrayendo de aquí otra cualidad que el judaísmo añade al ser de la educación, esta versa sobre la responsabilidad compartida de todos los seres humanos por hacer de la humanidad un solo pueblo y velar porque este pueblo viva.      

 

Referencias bibliográficas

Buber, M. (1978). Sobre la educación nacional. En Sionismo y universalidad. Ediciones Porteñas.

Buber, M. (2012). Qué es el hombre. Fondo de Cultura Económica.

Fackenheim, E. (2005). ¿Qué es el judaísmo? Lilmod. 

Kant, I. (2003). Pedagogía. Akal.

Wulf, C. (1996). Antropología histórica y ciencia de la educación. Tübingen, 54: 84-92.

Alexánder Hincapié García

Doctor en Educación de la Universidad de Antioquia, Magíster en Psicología, con estudios de pregrado en psicología y filosofía. Realizó su estancia doctoral en la Universidad Nacional Autónoma de México. Su tesis doctoral obtuvo la máxima calificación, Summa Cum Laude. Reconocido como Investigador Asociado por COLCIENCIAS. Ha sido profesor de pregrado y postgrado en distintas universidades. Se define más que profesor como un investigador social sin credos epistemológicos.

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