Es claro que un atentado como el perpetrado por el ELN en la Escuela General Santander merece un pronunciamiento social, dado que las victimas fueron policías inocentes que ajenos al conflicto terminaron siendo asesinados infamemente. Adicionalmente, el atentado golpeó una arteria institucional importante, y ese es un hecho que no se supera fácilmente como sociedad. Acá no hay pero que valga.
Por esa razón, resulta inmaduro tratar de ‘vendidos’ a quienes siendo afines a partidos alternativos, decidieron marchar libremente el pasado 20 de enero en contra del terrorismo, pese a que los convocantes de la marcha fueron, precisamente, los obstruccionistas de un Acuerdo de paz con las Farc.
Sin embargo, de peor talante fue ese maniqueísmo que trató de mezquindad la decisión de muchos colombianos de no salir a marchar, cuando todos y todas sabemos que ese mismo gobierno que convocó la marcha es el mismo que en su momento a través de su Ministro de Defensa, Guillermo Botero, alegó la necesidad de regular la protesta social justo cuando millones de colombianos salieron a las calles para repudiar el asesinato sistemático de líderes sociales.
¿Por qué para este gobierno, no todos los muertos valen lo mismo? ¿Por qué solo las manifestaciones promovidas por el gobierno son legítimas?
¿Por qué no atender el llamado de un sector político dominante que promueve la polarización sangrienta, es mezquindad?
Considero que una sociedad fundamentada en una solidaridad coyuntural, nunca será una sociedad sana, es más importante una sociedad con criterio cuyo estado no suspenda su soberanía para unos hechos y para otros sí.
Me explico mejor, según Anne Peters, en su trabajo ‘los méritos del constitucionalismo global’, hay una ‘soberanía suspendida’ cuando el estado no garantiza en hechos los derechos básicos de la sociedad, en nuestro caso específico, los líderes y líderesas sociales son un sector de la sociedad cuya necesidad de seguridad institucional, ha sido cuestionada y revictimizada por el mismo gobierno; durante el gobierno de Santos y ahora el de Duque, a través de ministerios como el de defensa y del interior, se ha reducido el carácter sistemático en los asesinatos perpetrados a esta población, a líos de faldas o a problemas entre particulares.
En unos pocos días, exactamente durante los primeros días de febrero, una investigación sobre los patrones comunes alrededor de los asesinatos de líderes sociales, realizado por varias organizaciones en el país, saldrá a la luz. No obstante, Camilo Bonilla, Coordinador del área de investigación de la comisión colombiana de juristas, ha dado luces sobre lo que ha arrojado esta investigación.
Según lo conversado entre Camilo Bonilla y el diario El Espectador, ‘Se evidenció una correlación alta entre los municipios que votaron el Sí’. Es decir, entre más se fortalecieron los diálogos de paz con las farc, más se agudizó la matanza a líderes sociales, a tal punto que hoy quienes han sido blanco de esta matanza son aquellos líderes y líderesas que trabajaban por la implementación del Acuerdo y la restitución de tierras. La misma investigación arrojó que los victimarios siempre son grupos armados, entre los cuales no solo se encuentran grupos insurgentes al margen de la ley como el ELN y los paramilitares, sino también policías y el mismo ejército nacional. Macabro.
El gobierno ha revictimizado a los líderes y líderesas sociales, a través de argumentos infames sobre los móviles de estos asesinatos. La negación alrededor de estos asesinatos siempre ha sido una constante. También ha sido constante la omisión y la negligencia alrededor de las amenazas que los mismos líderes ponen en conocimiento de las autoridades, pero preocupa todavía aún más, el discurso de estigmatización del que son víctimas los líderes.
El discurso de estigmatización que legitiman algunos al relacionar a los líderes sociales con grupos insurgentes es el primero de muchos, esta práctica de estigmatización se conoce, en términos del sociólogo Daniel Feierstein, como una práctica social genocida.
Valdría la pena preguntarnos, a la luz del trabajo del sociólogo Daniel Feierstein, ¿Cuáles son las particularidades que los líderes sociales guardan entre sí, para catalogarlos como una identidad cohesionada y así poder hablar de genocidio? Pero también valdría la pena preguntarse ¿Qué es lo que persiguen los victimarios con el asesinato de líderes? ¿Cuál es el statu quo que pretenden mantener?
Por ahora el sociólogo Daniel Feierstein, arguye que la prácticas desarrolladas por el estado a través del paramilitarismo en contra de zonas rurales, campesinos e indígenas, es un genocidio, que no ha sido catalogado como tal dado que el Estado no ha querido aclarar sus nexos con el paramilitarismo. Es por esa razón que, un gobierno que acepte el carácter sistemático en los asesinatos a líderes sociales, necesita primero aceptar que el Estado y el crimen han venido siendo amantes.
Por eso me parece válido decir que quienes no salimos a marchar, lo hicimos para no engrosar esa polarización sangrienta de quienes suspenden la soberanía del Estado, dependiendo si los muertos incomodan o no el statu quo de terratenientes y actores de la vida política. No fue por mezquindad que se decidió no salir a marchar. Dejen de decirlo. Dejen de recordarlo. Mezquindad es apatía e indiferencia hacia quienes no recibirán protección ni justicia y este no era el caso, pues ante el atentado la fuerza pública reaccionó y la mesa de negociación con el ELN se levantó.
Por esa razón, a los de la fila de atrás en la marcha, a los que realmente marcharon en razón del dolor de los familiares de las victimas; a los que marcharon en razón de la paz y la unidad; o a quienes con pancartas, fotografías y flores recordaron a los líderes sociales, a ellos mil gracias; gracias por no caer en la intimidación de aquellas hordas de fanatismo, gracias por la valentía que le imprimieron a aquél dominical día al defender todas las vidas como lo hizo el joven Alan Andrés Garzón: en el lugar equivocado.
‘Este no es el lugar’, le gritaron a Alan cuando recordó a los líderes sociales asesinados como crímenes de Estado, y razón tenían. No era el lugar.