Colombia y el vituperio

No contenta esta raza mansa con estarse agachando reverente ante los ojos saltones del tirano, ahora lo ayuda en su esfuerzo y lo emula en el actuar. Así parezca que lo contraría, lo ayuda la racita bailadora en su esfuerzo de censura y lo emula en esa superioridad moral que lo distingue. Con extrema vehemencia, pues la susodicha podrá ser mansa para lo que le conviene, pero iracunda y arrebatada para lo que no.

Como si estuviéramos en tiempos de Stalin, levanta esta raza vallenatera con singular implacabilidad el dedo superior de la moralidad para señalar y condenar a todo el que toma partido. Con el motivo de censurarlo y algo más. Hoy le toca al pobre caricaturista este, que ensimismado por los ataques no es capaz de defenderse de los atropellos. Y lo van arrollando, y se van alzando, y entre más grandes el otro más chiquito. Y sonríe el desdichado; sonríe Matador ante las presiones. ¡Que diga! ¡Que diga! ¡Que condene!

Pero es que las presiones y los señalamientos son menores ante las nuevas pretensiones.

Es que ahora sí se nos terminó de degenerar esta cosa que llamamos Colombia.

Porque ha sido libre la desdichada. Libre para matar, para robar, para extorsionar, para secuestrar, para engañar. Para hablar. Colombia en tanto es un país desgraciado es un país libre para decir. Para opinar. Y esta cualidad es escasa. O es que ustedes creyeron que porque en la tierra de los gringos no hay guerrilla ni pobreza sistematizada -y eso habría que verlo- como en la madre loca, entonces uno puede ir pensando y diciendo. No señor. Aquí es más peligroso hablar que matar. Dizque el país de la libertad. Me da risa. En este país no hay libertad sino para comprar fusiles de asalto y matar niños con ellos. Niños y muchachos y adultos y viejos. En eso no discriminan los colosos del norte. De resto, querido lector, o marcha o se marcha. Y si no, mínimo lo condenan al aíslo del raro. A la más absoluta soledad. A la vergüenza. Lo “cancelan”. En Colombia, dado que los problemas son de inescrutable complejidad, y no hay más autoridad que la de la madre, puede hablarse con libertad. Arriesgándose, cabe decir, al contacto con el acelerado plomo, pero nunca al de la privación de la libertad o el vituperio. El veto.

O, eso pensaba yo.

Las pretensiones hoy son mayores. La situación de Matador, el caricaturista, que ha sido matoneado por sus caricaturas alusivas a la guerra entre Israel y Palestina -que es antigua pero está de moda- muestra que este fenómeno oprobioso, vergonzoso, ha alcanzado una nueva instancia, y ha concretado esta ola de intolerancia a la opinión, a la palabra.

Lo quieren encerrar.

¡Es que esta subespecie no aprende! Se repite la historia una y otra vez y cada vez peor…

Publicaba ya Orwell, subversivo, a mediados del siglo pasado y a modo de prólogo en uno de sus más importantes libros, Rebelión en la granja, un pequeño texto de trece páginas llamado Libertad de prensa. En él una carta de un editor que le escribe preocupado, luego de haber hablado al Ministerio de Información, que lo alertaba de la peligrosidad de publicar semejante blasfemia. “Ahora veo que podría ser un error publicarlo en el momento actual”. Que porque la fábula no trataba de dictaduras y dictadores sino que seguía con cuidado y describía con mordaz concisión y claridad la del mafiosito Stalin. Ah, y que “la elección de los cerdos como casta dominante ofenderá sin duda a mucha gente, y en particular a cualquiera que sea un poco susceptible…” ¡Susceptible!

Y entonces que no, que muy querido, que tan inquieto el señor, pero que muchas gracias. Que para la próxima. Que se pusiera más bien a escribir acerca de la Tudor Rose.

Respecto de este tema el autor se extiende en su crítica. Entre las cosas que dice, reflexiona: “En este momento lo que exige la ortodoxia dominante es una admiración acrítica de la Rusia Soviética.” Y el que la critique, condenado sea.

Aborda Orwell, pues, un fenómeno deshonroso. El de la autocensura; el acuerdo tácito de los críticos de decir lo que es ampliamente aceptado y callar lo que no. Y de condenar al que ande por ahí de boquisuelto diciendo lo que no debe. “Las ideas impopulares pueden silenciarse, y los hechos inconvenientes mantenerse en la oscuridad, sin necesidad de prohibición oficial.” Esa era la concepción de libertad, bien singular, de éstos; liberales antiliberales e intelectuales que denigran el intelecto. Este mundo siempre ha estado patas arriba.
Callaban los ingleses ante la barbarie del tirano genocida, representado en la obra de Orwell como un cerdo -como Duque-, y a todo a quien osara decir, fuera de aquella “ortodoxia dominante” caían rayos y centellas y el peso de la torcida crítica de la intelectualidad y hasta la de la madre.

Hace algún tiempo, a propósito de este tema oí al Nóbel peruano, Vargas Llosa, hablar con la tranquilidad y la naturalidad de quien describe los terrores del pasado, que algún día fueron, los momentos en que el monstruo de la censura le respiraba en la nuca. Que eso era cosa de antes…

Se equivocó el Nóbel.

En la mitad del mundo hoy ya no se puede hablar y en Colombia, como si no tuviéramos suficiente con las insanias que importamos y que reproduce el analfabetismo sistemático, nos van a empezar no solo a callar, sino a encerrar, sin agüeros, a uno detrás del otro, por emitir juicios de valor. Opiniones.

A Luz Fabiola Rubiano, esta mujer desagradable que maltrató a la inepta de Márquez, vicepresidente de Colombia, por su color de piel y sus facciones, se le fue hondo. Por desbocada. Esa condena es necia y vergonzosa. Y el problema es mayor, porque ahora se alega en favor de la censura, incluso, aludiendo a ella.

Quieren encerrar al caricaturista por una caricatura, y la condena contra la histérica racista sirve como cimiento.

Es la libertad de expresión la cualidad máxima de este desastre circunscrito. La milagrosa. En este país han apagado todo cuanto han querido, arrollado todo cuanto han querido, saqueado todo cuanto han querido. Y a pesar del plomo que ha silenciado, y de los exilios a periodistas y escritores, y pensadores, y de los magnicidios, y las desapariciones, y de la mezquindad de esta raza que ha dado la espalda a quien la ha querido sacudir, la libertad de expresión ha prevalecido.

¡La van a matar también!

Las palabras, palabras son. Las palabras no son causa; son consecuencia. Las palabras son medida del acontecer y no fundamento. En los libros no hay sino palabras y en los lienzos pintura pincelada.


Todas las columnas del autor en este enlace: https://alponiente.com/author/smontoyag/

Santiago Montoya Gómez

Actualmente curso Negocios en la Universidad Central de Florida y estudio para ser piloto. Vivo hace unos años en el exterior, desde que me gradué del colegio. Soy quindiano, de Armenia. Me fui del país en la búsqueda del conocimiento de pensares nuevos y diferentes, y con el motivo de asumir una posición alejada, una perspectiva exterior que me permitiera visualizar la vida del país desde otro escenario. He aprendido mucho de la vida y he crecido significativamente durante estos últimos años. Quiero aportar a Colombia. Todos los días trabajo en eso.

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