En las elecciones mexicanas del seis de junio pasado, se confirmó lo que ya se esperaba: Morena perdió simpatía. Afirmo esto, ya que, el “carro completo” que anunciaba Mario Delgado (el infausto presidente del partido) no se consiguió. Se han conformado con mantener lo que tenían y echarle la culpa a la supuesta guerra sucia por la pérdida de territorio controlado por sus candidatos.
A pesar de haber conseguido la mayor parte de las gubernaturas, Morena tiene el reto, cada vez más grande, de incrementar sus bases electorales. Dichas bases, en esta elección, tuvieron poquísima importancia, ya que, se han encargado los dirigentes y líderes políticos del partido, de tratar de movilizar a sus intereses. Delgado ha llevado al partido a un camino de “reformismo” integrando exmilitantes del PAN, haciendo a un lado a los militantes de base, incluso a los fundadores del partido, privilegiando las candidaturas de personas que no están afiliadas. Es por esto por lo que, personajes emblemáticos como Porfirio Muñoz Ledo, han mostrado en continuas ocasiones, su descontento con la dirigencia del partido. Frente al poco apoyo de la militancia, solo queda conformarse.
Además, esta elección es una antesala, un ensayo, de lo que será la revocación de mandato al que se someterá Andrés Manuel López Obrador el próximo año, y que puede costarle su permanencia como presidente de México.
Los resultados de esta contienda electoral demuestran que la fuerza que tuvo Morena con el <<Efecto AMLO>> en 2018 se ha perdido. La falta de resultados concretos, las candidaturas impuestas de exmilitantes de los partidos tradicionales, la democracia interna simulada y la falta de propuestas han llevado al partido a un estancamiento, del que deberán aprender a salir si desean mantenerse en el poder, porque, diría el presidente López Obrador: “El pueblo pone y el pueblo quita” (algo de razón debe tener…).
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