Cartas a Adela – Decimosegunda carta (12/20)

CARTAS A ADELA
CARTAS A ADELA

Pasan días, horas y minutos de alfajor como si fueran labriegos u hormigas. Pasa una imagen diluida llorando colillas de cigarrillos alegrando vagabundos e ídolos de barro, es decir, querida mía, esa cosa pegajosa, viscosa e incomprendida que es el tiempo, nos absorbe lentamente y ya no somos seres libres, ya somos títeres sin titiritero, mimos llorando a moco tendido, seres perdidos tras un escritorio o un libro para conseguir el éxito… ¿Dónde estás vos? ¿Dónde estoy yo? Enamorados, libres y cobardes.

¿Ves? No sé si a vos te pasa, quiero decir, busco tu imagen en el espejo pero veo un rostro cansino y una solapa con medallas derretidas como lágrimas… tiempo, tiempo. Hace poco éramos vos y yo, hace menos, éramos Maga, Sasha, Sissi y yo, ahora estas tu en tu Macondo, Maga hecha humo en Paris, Sasha herida de muerte con un corazón a medio latir, Sissi bestia indomable y yo… ¿Y yo? buscándote en el espejo, llegando a ti por medio de cartas y metáforas.

Ese tiempo empalagoso ha convertido a Sasha en un ser medio vivo, no porque esté medio muerta, sino porque vive a medias. No encuentra paz ni sosiego nadando entre los gendarmes por esos mares de alquitrán y rosas, es cada vez un poco más extranjera entre los suyos, más flor de loto entre el barro, más triste entre los tristes.

Cuando busco su carne en las noches de mándala y recorro cada poro de su piel entre letras y piolines, sus besos de fuego queman de frío y su vientre, que antes era el pan de cada día, ahora es una heladera vacía. Sólo sexo y sexo sin amor, sin pasión, sin alegría, sin poesía… circunloquios vacíos de la prosperidad, el diario en blanco de una descorazonada.

He intentado devolver el tiempo, verla sonreír con su inocencia azul, quemar dulces de anís y recobrar el nombre de las cosas… pero ni con uno solo de este montón de ojos puedo ver un ápice de sonrisa en esos labios, ni alegría en esa mirada cabizbaja, y ninguna de mis tres bocas ha sabido evocar la palabra adecuada, la sílaba correcta, el fragmente indicado para cambiar esa indiferencia cicatrizada por una sonrisa de antaño.

Confieso que no lo soporté… no pude más y me derrumbé sobre libros antiquísimos, me envolví en tramas de reyes y filósofos, busqué el calor que me faltaba en la esquiva Dulcinea, pinté a la Magdala con carboncillo y acuarelas, viajé en tren viendo el césped celeste de esta patria olvidada y me arranqué el corazón para mandártelo por correo express.

Pasé muchas lunas pegado a la espuma de mar fumando flores de cerezo y tomando fermentado de agave, pensando en nada y en vos, alimentándome de mate y cuentos de Benedetti, entonces la magia… empecé a volar nuevamente como hace tanto no lo hacía, me elevé recorriendo valles artificiales, bailé con las luces de neón, fui canción y verso, y vi a los ministros de dios en un aquelarre, ciudadanos decentes con cabezas de paraguas, diputados mendigando votos en los pasacalles y niños dándole clases a los adultos en las calles.

Puede decirse que empecé a comprender eso de que lo importante es el lente con que uno mira la realidad, porque realidad no es una sola, son muchas, todas con matices multicolor y sabores agridulces. Entonces no me dibujé una sonrisa en el rostro, me hice una gran mueca de alegría y ya ves, cuando menos lo pensé andaba de colibrí en colibrí abrazando a las personas, les regalaba sonrisas y hasta pedacitos de mi piel, jugué a la cuerdita con unas niñas con corbatas de mil colores, sentí a Maga en el viento tarareando en un hermoso francés y te vi ahí en una esquina, luego en un café, después corriendo tras los coches o cabalgando en un burro naranja, era el mundo al revés… eras mi mundo al revés, como siempre lo has sido, querida.

Ya desnudo de ropas y tristezas, me fui corriendo a casa, prendí la radio y empecé a bailar con las estatuas y las sombras, entonces esa amalgama viscosa se hizo rápida, dinámica, ya no era miel rancia sino agua traslúcida. Sentí que me hinchaba de alegrías estúpidas, que me inflaba de colores y luces… volvía a ser feliz, como cuando lo era con vos.

Me eché a rodar por todo el piso hasta que un eco me paralizó, más de sorpresa que de miedo, ahí estaba, ¡era el gato!

Debo admitir que lo había visto siempre en compañía de Sissi, como su guardián del más allá, pero ahora estaba ahí, tan bola de pelos con bigotes y yo tan pálido y sucio de rodar por los suelos.

Su maullido fue eco cálido que me rebotaba en las paredes del estómago mientras sus ojos fueron canción rondando en la casa.

Tengo tanto que preguntarle, tanto que contarle, tengo tanto que pensar y decir… tengo tanto tiempo para amarte y tan poco para maullar.

Querida mía, hija del tiempo y del aire, amante visceral, loca de cristal, constrúyeme un puente hecho de canciones y adoquines de filosofía, ven a mí en la distancia, este camino hecho de epístolas no ha de ser eterno y este hambre de tu aliento no ha de saciarse. Dicen que no hay nada más sincero que el amor de una persona fría… Te quiero, y no un te quiero por decir te quiero, sino, un te quiero de un hombre con tres bocas y muchos ojos, un te quiero de un hombre con una herida en el pecho, un te amo frío como los vientos de Santa Elena, de esos raros pero sinceros.


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César Augusto Betancourt Restrepo

Soy profesional en Comunicación y Relaciones Corporativas, Máster en Comunicación Política y Empresarial. Defensor del sentido común, activista político y ciclista amateur enamorado de Medellín.

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