Carta de post-amor

He dudado de usar el guión ortográfico, y es que soy muy joven para saberlo.

¿Para qué escribir un domingo 14 de febrero…? Ese día estaba muy ocupada disfrutando de una ceremonia capitalista, consumiendo mis emociones para explotar dopamina, oxitocina, testosterona sobre los estrógenos y el ADH que hacían polo en mi cuerpo.

San Valentín no suena tan sensato desde que suicidé a mi último enamoramiento – bueno, enterré agonizante la esperanza y desconecté mi energía de bondadosos sueños en el precepto de una moral, que por doble, está en decaimiento -.

No sabía si haría un poema, y es que ya no fluyen, del dinero aprendí a cancelar ciertas sutilezas que entregas – con el alma, las musas, la emoción, o lo que al artista libere de su anhelo – junto a tu tiempo. Pero hoy, días de incertidumbre, ese tiempo es preciado, costoso, limitado, finito y cada vez más corto.

Una carta a la sección de cultura. Borges decía que en la Biblioteca de Babel, donde constaban todos los textos escritos y por escribirse, ninguno que tuviera que existir se podría evitar. Publicar en AlPoniente y saludar con cariño a quien este pasaje de Escudero podrá, en mi columna indiscreta, recordar.

Vendría entonces a lanzar una opinión parándome sobre la realidad que es saber que no hay nada ni nadie que esté por encima de la propia vida (ninguno de los que pregonan las ideologías violan este principio, y hasta en la de los cristianos donde Jesús murió por su pueblo, a los tres días resucitó), y no cualquiera como en las tiranías (cláusula democrática de los ideologizados que buscan constantemente la libertad, que es la propiedad de su ser cada vez más integral, partiendo desde el cuerpo con la abolición de la esclavitud) sino la bella, donde se persigue la felicidad (o lo que más se le parezca).

Un mundo feliz de Huxley me causa pavor cuando recuerdo que, el ídolo empresarial «de la ciencia» postmoderna es Elon Musk y Estados Unidos se suma al romance que define el reggaetón. El amor romántico de la ilustración se desgasta para hasta “innovar” como Only fans o un ‘sugar’ rentable (el trabajo sexual es la profesión más antigua y la regla general en la historia ha sido casarse para asegurar patrimonio) promocionados como empoderamiento – general y mayoritariamente femenino -, aún así, este poder suave a través del algoritmo acierta con letalidad al tentar la resistencia, que no viene a ser otra cosa que contener (detener) al capitalismo en la ética que permita dimensionar el valor de la vida y deje de aniquilarla por un precio.

La expresión «patriarcado» toma sentido tras un breve análisis en comparación al derecho romano, donde el paterfamilias (hombre jefe de familia) era propietario de «sus» tierras, «sus» animales, de «sus» esclavos, «sus» hijos y «su» mujer. Resalta en las comillas que bajo la construcción social de la época, solo unos pocos hombres ricos ciudadanos romanos eran propietarios, lo demás – la vida de otros hombres, las mujeres, los niños y niñas, animales y toda la biodiversidad – eran cosas, intercambiables y reducibles a objetos inertes destinados a satisfacer una necesidad. Medios para el fin que es la vida del paterfamilias. Esta lógica sigue vigente en los pilares de la sociedad occidental – y otras más -.

Así las cosas, la tendencia de la expresión «ganado» para definir relaciones sexo-afectivas clandestinas es contemporánea a la tendencia animalista/vegetariana que dejó de consumir carne para evitar el maltrato animal y la contaminación que producen los criaderos de ganado de vacas para el consumo humano, insinuando un indicador de lo «capitalizada» de nuestra ideología que ve al otro como patrimonio, susceptible de disponer sin mayor implicación o culpa, como a cualquier producto capaz de producirse en masa. En esta disyuntiva es apenas comprensible la relación entre el feminismo, el ambientalismo, el animalismo y las bases de la dialéctica marxista.

100 años de soledad es la guerra idílica contra ese superviviente interno que espera toda una vida por el amor de la vida, ese con el que se procrea y/o se inspira la ilusión creativa para vencer a la muerte – aún cuando sea un triunfo meramente metafórico plasmado en información para la historia -. Pero en medio de una revolución tecnológica de quinta generación, donde necesariamente las culturas para adaptarse se colonizan, las instituciones se van a la borda mientras el cambio climático es auspiciado por las industrias lobbistas transnacionales cuyo discurso “liberal” acaba cuando de reconocer la otredad se trata, la inteligencia artificial también es arma biopolítica y la nueva generación de seres humanos nacen más tontos que sus ascendientes; no hay mente para el idilio porque prevalece sobrevivir, vivir y vivir bien mientras transcurre la transformación – de lo que conocemos como humanidad y llamamos humanismo -.

Las relaciones senti-mentales, compuestas por sentimientos desarrollados desde las emociones persistentes y el tráfico de pensamientos que proyectan al otro, implican una relación directa con el propio yo. Sin embargo, nos corresponde el siglo de las enfermedades mentales – a las que prefiero llamar desequilibrios espirituales como algunas culturas milenarias – donde buscar establecerlas ya no es una odisea como las de Homero que se libra contra los dioses, sino la libertad que se persigue de la propia mente atrofiada por la ansiedad constante que genera la domesticación para el consumo (aquí los «dioses» no tienen nombres tan sonados como Zeus ni tientan con ninfas – bueno, no de manera literal – pero tienen el poder de reorganizar el paradigma planetario y venderte sus marcas hasta que las idolatres ignorando que la acumulación de la riqueza es proporcional al empobrecimiento de los que Galeano llamaría «los nadie»).

¿Será posible comprender el amor desde una lógica puramente positiva y racional?

¿El amor presente en la literatura y la filosofía es imaginable sin la fe que se desarrolla entorno a la aspiración divina – guía que nos desprende del EGOísmo – de la consciencia que construye una deidad, una persona ideal para compartir la vida con nosotros y/o alcanzar la práctica del saber?

Todos somos un compuesto de lo mismo pero cada vida arrojada a la existencia en una experiencia definida por la sustancia que le compone y las reacciones que determinan su particularidad, su especialidad y su esencia misma. Millones de vidas que son movimiento buscándose compatibles en su singularidad para transcurrir el tiempo mientras su materia les permite respirar en este planeta no pueden ser comparables desde ningún punto con las hamburguesas de carne falsa de imperios industriales de «comida rápida», aún así, aplicaciones como Tinder lo pretendieron, ahora cobrar en Only fans lo reafirma, y replicar estupideces virales en TikTok no brinda mucha esperanza de lo que será la “adultez” de los hoy adolescentes.

De la censura, la autocensura, las pruebas de admisión y la autoevaluación para entenderse en la época en la que una se encuentra, que con gajes a superar, son nuestros abismos mismos, carentes de algo (quizá un Dios inconmensurable e indefinible, muy superior a cualquier imperio y a nuestra prepotencia misma), en el sistema donde se huye de la muerte con algo tan muerto como el dinero – amor por dinero, deforestación y destrucción de la flora y la fauna por dinero, aniquilación de lo otro por dinero -.

Esas naves a Marte – con objetivos de colonización interplanetaria – al tiempo del cambio climático en el planeta tierra, es un delirio mal idilio completo.

Posdata: Rose, tras colapsar el Titanic, lanzó a su amor Jack al agua cuando la tabla le quedaba pequeña para sobrevivir… Pero eso sí, con una esplendorosa joya (corazón de mar) en su bolsillo.

María Mercedes Frank

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