[…]Mi intención no es juzgarle. Pues, después de tanto odiarlo, siento comprensión. Usted no es más que el resultado de un país lleno de oportunidades, pero que están en las manos de unas minorías.
Señor pillo, le confieso que las primeras 24 horas después de nuestro encuentro, no salió ni un minuto de mi mente. Y espero que el sentimiento haya sido el mismo por su parte. Así demostraría que es nuevo en esto. Con lo cual, me da la esperanza de que, aún le queda algo de remordimiento en su ser.
La verdad, deseo de todo corazón que no llegue el día en el que presuma actos como estos, en un choque de egos, por saber quién denota más profesionalismo entre todos sus colegas. Porque sí, el hurto es un arte, algo hijueputa, pero un arte al fin y al cabo.
He de admitir que fue un encuentro no planeado, poco grato y lleno de experiencias. Las mismas que serán rabietas del futuro presente, y buenas anécdotas del más lejano. Hubiera preferido que nos ahorráramos la cuestión de los insultos, y el situar a mi madre como tema de la conversación, unilateral. Puesto que, ella ya tiene suficiente con mantener a un desgraciado (yo), para que otro de igual índole se atreva a insultarle. Por otro lado, con la cuestión del arma blanca, no presento altercado alguno. De hecho, todo lo contrario, me servirá de excusa frente a mi acto de cobardía. Y de esta forma podré alardear en las conversaciones post pola, con joyitas como “no nos paramos porque el tipo tenía cuchillo. De lo contrario, ¿sabe qué? nos damos en la cara” garantizándome un poco de atención femenina.
En agradecimiento, procederé a darle instrucciones de lo que puede hacer con mis pertenencias.
En mi billetera se encuentran 8 mil pesos, de antemano, perdón por tan poco. Pero, espero que los sepa usar en estos tiempos de crisis, y que por lo menos mitigue su próxima salida a laborar. También está mi carnet de la biblioteca, el cual, le cedo para su permanente uso. Y así, la próxima vez, en algún encuentro no tan casual, amenicemos el ambiente hablando de literatura. Tal vez usted si me pueda explicar el trasfondo del “médico rural” de Kafka.
Además, le ruego que me envíe una foto de mi carnet de la universidad, porque no sé el código, y no podré firmar la asistencia virtual, en la clase virtual, con el profesor virtual. Por ende, puede que me den de baja en la materia virtual. Y no quiero perder el dinero de la matrícula, que no es tan virtual.
Y por último, detrás de las fotos de mis padres, está un papelito en el cual reposan todos mis sueños, metas y aspiraciones. Considero que, si ya se dio a la tarea de arrebatármelos, por lo menos hágalos propios, y culmínelos en mi nombre (el cual nunca preguntó). Más aún desearía que estuvieran allí mis tristezas y pesares. Pero nunca les he puesto precio alguno, llevando los siempre conmigo. Tal vez, sea por eso que no me las ha arrebatado aún algún necio.
Mi intención no es juzgarle. Pues, después de tanto odiarlo, siento comprensión. Usted no es más que el resultado de un país lleno de oportunidades, pero que están en las manos de unas minorías. Así como unos pocos no saben si estudiar medicina o Derecho; Usted es de los mucho que no tienen la opción de escoger una vida alejada a la realidad.
Sé que su profesión no es de especializaciones, ni postgrados y mucho menos de charlas. Pero, me atrevo a considerar que requiere de un puntaje ICFES, uno muy bajo. Porque al cerrarse una puerta, como lo es la educación, se debe de abrir las ventanas, y si hay casa sola, mejor. Con base a esto, entre el temor de la desigualdad que nos agobia, le ofrezco mi respeto.
Por último, quiero advertirle que si nos volvemos a encontrar, recibirá de mi parte un saludo fraternal. Porque entre abrazos y puñales, me veo obligado a entender que en un país de “mantenidos”, los pillos, no se pensionan.