Carta a la hija que se irá

Llegará el día en que elegirás los caminos por donde vas a caminar. También será tu elección si irás sola, y hasta dónde; si dejarás que alguien te acompañe, y de qué forma. Quién sabe si la vida me obligue a buscarte en lugares oscuros por donde nunca te enseñé a caminar, y si me toque jurar que esas no son tus huellas, que no pueden ser las tuyas, que las desconozco, que soy tu padre y que sé perfectamente la dimensión de la planta de tu pié y de tus dedos. Para entonces mi memoria se hará vieja y terca, más terca que vieja, por lo que diría, sin concesiones de ningún tipo, que tus pies no pudieron crecer tanto y tan rápido, sin que yo lo percibiera. No faltará entonces quien se ría de mi nostalgia hecha de canas y arrugas. Y asegurará: no señor, usted es el que está equivocado, esas sí son las huellas de su hija, ¿cómo no las va a reconocer? Y por qué no pensar que eso lo diría un joven papá que después del trabajo iría a su casa, tomaría en sus manos los pies de su hija de un año, y luego pensaría: ¿cómo es posible olvidar los pies de una hija?

Puede ser también, y ojalá que la providencia me haga un guiño de felicidad, que tus pasos se encaminen hacia lugares seguros y bellos que nunca alcancé a soñar ni para mí, ni para ti. Y no porque sea mezquino, sino por esa pobreza de mi espíritu que me impide volar, y de la que espero no heredes nada. Si no me llamas, si nadie me avisa nada, también iré a buscarte por esos caminos hechos de glorias ligeras y pasajeras. Titubeando y temblando pensaré en tú, en tus piecitos descalzos que apretaba en mi pecho mientras oraba en silencio, y estaré agradecido por donde decidiste caminar y la huella que decidiste dejar.

En cualquier caso, y pese a si te busco y no te encuentro, si te vas demasiado lejos, o si estando cerca olvidas el olor de la comida de las 6 de la tarde, y aún los rostros de quienes te hemos amado con el alma, quiero que sepas que te espero de regreso en casa. Lo haré cuando se asomen las primeras flores de la primavera, cuando llegue el verano con su folclor, también cuando se desnuden los árboles para el otoño, y por supuesto en el frío invierno. Todo tiempo es perfecto para tu regreso. Perfecto incluso si llegas unos minutos antes de mi muerte, o de la tuya. Mi corazón es siempre tu casa.

Prohibido olvidar que las huellas no solo sirven para saber qué tan lejos nos vamos, también son marcas para recordar el camino de regreso. Algunos afirmarán que soy yo quien debo tener cuidado por dónde camino, que vienes siguiendo mis pasos y atenta a mis huellas. Quizá sea así, quién sabe si siga siendo así cuando afirmes tu cara ante el mundo. Yo he conocido gente de pie grande que ha dejado huellas enormes por donde sus hijos no asoman. Ahora, no aspiro a que vayas por donde yo he ido en la vida, no sufro de esos egos. Mas bien, soy yo el que deseo seguir tus pasos, estar cerca cuando el desgano se te insinúe, tomarte de la mano si en algún momento lamieras el polvo de la derrota y la vergüenza, sentarme a llorar contigo al borde de esos caminos florecidos pero insidiosos, caminar contigo a la velocidad de unos pies desgastados, pero caminar. Este es mi deseo más profundo, que revela también mi gran impotencia, porque pudiera pasar que no permitas que te acompañe a ningún lado, sino que tomarías tus propios atajos, caminarías velozmente hasta perder tu rastro, y por muy amada, valorada, cuidada, que seas, tomarás la decisión de irte sola, a veces y a mi pesar, hasta perderte.

Te ofrezco mi corazón como tu casa, aquí no tienes que dar explicaciones por las heridas de tus pies, ni por el tiempo que pasó sin que regresaras, tampoco tendrás que justificar tus cansancios. En casa habrá otra mañana después de tus largas y oscuras noches. No tienes que tocar, ni pedir permiso, ni disculparte, porque recuerda que contigo, y en cualquier camino, van las llaves.

*En memoria de los hijos que no regresan


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Juan Fernando Morales Valencia

Juan Fernando Morales Valencia, seguidor de Jesús, teólogo, magíster en hermenéutica literaria.

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