Cantaleta contra la cantaleta

Hace algunos días conversaba con un amigo sobre las columnas que se leen en tantas páginas que hay de opinión, y concordamos en que lo que no nos gustaba de estas es que la mayoría de personas que escriben, hacen lo mismo: echar cantaleta. Así, como una mamá regañona, cantaleta, del tema que sea: política, medio ambiente, cultura. Hasta hablando de deporte lo hacen. Y lo curioso es que estas páginas son la plataforma de muchos jóvenes para hacerse oír, y justamente son ellos los que más escriben de esta forma. ¿En serio no hay más cosas sobre las que escribir? Sí, vivimos en Colombia, donde a diario tenemos más y más razones para quejarnos, pero ¿Solo de eso se puede hablar? No, imposible.

Entre columnas sobre el gobierno Santos, la marcha del 2 de abril, el día sin carro, la crisis energética, daría gusto ver alguna que se titule “Las deliciosas perras del parque del Poblado”. Pero no, ninguna se llama así, o ninguna que sea muy compartida en las redes sociales, porque así como lo que se escribe, lo que se consume es cantaleta. Se nos volvió deporte el quejarnos; no es extraño ver una noticia de farándula compartida por un periódico y ver comentarios como “¿Y esto cómo ayuda a los niños de La Guajira?”, y eso que pocos se escriben con buena ortografía. Nos encanta quejarnos, a veces da la impresión de que quién no lo hace o prefiere hablar de otras cosas es un bruto, un desinteresado, desalmado y enceguecido por los medios, que muestran unas cosas para tapar otras. Pero entonces, ¿qué? ¿Noticieros de hora y media sobre lo mal que está el país? ¿Lo que no proponga una crítica social no sirve? A veces me gusta ver noticias sobre la situación de James en el Real Madrid, o lo último que ha pasado con la familia Kardashian, porque me recuerda que lo banal también es importante.

Ni las mismas personas que tanto escriben críticas están libres de este mundo de las banalidades: se ven los partidos de la selección, salen a rumbear un viernes (con reggaetón, que suele recibir críticas a cántaros), se ríen de chistes descachados… Y pocas veces, alguien escribe sobre eso. Ni siquiera lo banal es lo único que sirve para escribir sin criticar: que mi abuela me enseñó la receta del postre que mis primas siempre le han dicho que venda; que me puse a hablar con mi portero y nos hicimos “panas”; que un compañero me contó que le toca hacer un viaje de cuatro horas para llegar a la universidad; de todo se puede escribir, como bien me dijo antes ese mismo amigo, simplemente hay que ponerse la tarea de hacerlo. A veces es necesario fijarse en este tipo de cosas, cotidianas e insignificantes, pero que para alguien tiene significado.

No digo que dejemos de quejarnos, de mostrar inconformismo e injusticias, pero que esto no sea lo único que veamos al entrar a leer una columna. Hay gente a la que le interesa cómo se mantiene Leonel Álvarez la barba, los gatos que tiene su tía solterona o por qué es el Jesús María el mejor colegio de Antioquia. Cosas qué contar, y sobre las que opinar hay muchas, muchísimas, pero de lo que se escriba, con menos pereque: ya es más que suficiente.

Federico Montoya

Estudiante de comunicación social y periodismo. No leo tanto como me gustaría y de vez en cuando me tiro un chiste bueno. Hincha del verde.

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