¡Camilo vive! pero lo estamos matando…

Llevo ya varias horas entre sentarme frente a esta pantalla y estar acostado intentado averiguar cómo y sobre qué voy a desarrollar este escrito. Y delante del “papel blanco” que simboliza el rectángulo de pixeles me pregunto: ¿por qué no puedo comenzar? Lo primero que se me ocurre es escribir sobre Vertov, sin embargo lo rechazo porque me hace falta motivación y ya he hablado de él.

Entre los documentales que vimos, El rastro de Camilo fue el que me pareció entre ellos el más conmovedor, y a pesar de ser un documental que en forma difiere mucho de los demás, ha sido el que más me ha gustado. Sin embargo, me sorprendió que durante la clase, cuando el profesor preguntó sobre el filme dos personas demostraron sentir contrarios sentimientos y apreciaciones a las mías sobre el documental.

En primera instancia podría uno decir que no todos deben sensibilizarse por las mismas cosas y que en condición de sujetos tenemos cada quién gustos y pensamientos diferentes. Sin embargo, tengamos en cuenta que pertenecemos a una misma masa académica y sacamos pecho llamándonos artistas y sensibles. Una masa sensible, llamémosla.

Camilo Torres en realidad vive. Pocos muertos pueden darse el lujo de estar vivos y no contemos aquí a los muertos en redes sociales que están atrapados en la virtualidad y cuyas ánimas revolotean todavía en esa ilusión de masa que llamamos internet. Camilo Torres, en cambio, está vivo en boca de jóvenes y ancianos. Las palabras, huellas de lo que no está porque necesitó ser dicho en su falta, como un símbolo, son las que lo mantienen vivo, Camilo no muere hasta que lo hemos decidido con las palabras.

Por eso es tan importante que su nombre esté en todas nuestras paredes, porque lo estamos olvidando. ¿Cómo es posible que mis compañeros de universidad no se hayan conmovido al ver a Camilo profesar tan bellas palabras sobre la vida y la brega humana en un idioma tan amoroso? Aquel que en los mismos espacios en que deliberamos y reflexionamos sobre tantas cosas de la vida, pensó en cómo cambiar esto que ahora nosotros no somos capaces siquiera de criticar con juicio.

Recuerdo mucho el plano durante el cual llevaban un ataúd vacío, un duelo doloroso de cargar. Allí pasaban por el jardín de Freud, entre sociología, departamento cofundado por Camilo, y aulas de humanas. Lugar que no fue más respetado desde que dejó de ser pisado por ideas de cambio y revolución, para ser pisado por la horda colombiana que no ha dejado florecer este país. El jardín del Freud fue conquistado por la pereza y los excesos – Y no digo que los excesos no puedan sernos de utilidad- . Esa huella de semejante pisada de ignorancia, refleja la verdadera carencia de sentido de pertenencia de mis compañeros de masa.

Y me gustaría que el problema fuera tan sencillo como esa falta y ya. Pero de diversas maneras me he dado cuenta de que la academia es un círculo de desinterés que se manifiesta y ratifica de diversas formas como en el siguiente ejemplo, que es una de ellas: Un estudiante llega, digamos, al Jardín de Freud después de haber estado en clase. Comenta a sus amigos que viene de una clase de la que no puede sino pensar que pudo haber estado haciendo mejores cosas en ese tiempo. Agarra una botella de licor barato y se desquita con la universidad, odiando la academia, reduciendo su amor en relación con el conocimiento.

Pero no podemos decir que sea culpa del profesor, pues él también ha disminuido su amor por la academia, porque le duele que el gobierno de su patria, frente a sus ojos, abandone de tal manera la educación de sus ciudadanos, y se desquita perdiendo interés por el aprendizaje de sus estudiantes, porque además los ve ya desinteresados, pues ellos también sufren el abandono.

Me hace pensar entonces que el sentido de pertenencia e interés del estudiante de la escuela de cine de la Universidad Nacional, por su universidad y finalmente, por el conocimiento, es superficial. Hacemos las cosas por encima, aprendemos por encima, amamos por encimita, construimos sociedad de la misma forma y no podemos decir que vaya a resultar más fácil en esta sociedad adormecida por una ilusión de unidad en un espacio que ni siquiera existe. ¡Qué terrible es el Facebook!

Finalmente, resulta triste, porque ese pueblo por el que Camilo tristemente murió, es la misma horda que mata hoy sus ideales. Ese mismo pueblo que lo mantiene vivo, en el olvido, como a un fantasma, que es el fantasma de su lucha.

Puedo hablar del documental respecto a la forma en relación con lo que hemos discutido en la clase, pero considero que este lleva consigo unas características aún mucho más conmovedoras y emocionantes para nosotros que, por ejemplo, el cine ojo de Vertov, que no podemos tampoco hacer a un lado.

Me disculpo si resultó ser este escrito todo, menos teoría cinematográfica, pero esta reflexión también es cine en su lenguaje más primitivo. Y podremos intentar dar el poder al pueblo como lo quiso Camilo por la vía del arte y la sensibilidad. Revivo su objetivo amoroso diciendo: ¡Camilo vive!

Juan María Gallego Fernández

Estudiante en brega. Aficionado de la vida.

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