Jamás se me hubiera ocurrido pensar acerca de un personaje de la historia nacional de tanto renombre en el silencio de la revolución como Camilo Torres. Había conocido al prócer de la patria en las clases de historia de cuarto de primaria, y siempre que oía del tal cura Camilo me hice la imagen de que el escritor del memorial de agravios, a quien yo había representado en una obra de teatro, había sido un presbítero de la Iglesia colonial, hasta me lo imaginaba dando misa o revolucionando con su hábito talar. Sin embargo la academia me ayudó a salir de la ignorancia y saber que más recientemente había existido un hombre excepcional en virtudes intelectuales y sociales y que era símbolo, emblema y ejemplo de las luchas revolucionarias contemporáneas, en especial en los campus universitarios y en los sindicatos con aspiraciones socialistas. Había oído de la tal “Teología de la Liberación” difundida por sacerdotes rebeldes que leían en claves casi “heréticas” o “reformistas” los postulados de la revelación y el magisterio eclesiástico respecto a la pastoral social del catolicismo.
Camilo Torres fue ordenado sacerdote hacia 1954 luego de estudiar las ciencias eclesiásticas en la arquidiócesis de Bogotá. Fue allí donde empezó a despertar su sentido pastoral y su corazón social en atención a los más desprotegidos del sistema. Su postura radical la debió seguramente a su procedencia de familia liberal, pero sin embargo en la acción siempre se vio como un padre para quienes a él se acercaba. Nos contaba Monseñor Gustavo Cadena Sendoya en una de las charlas que sabía darnos en las tardes soleadas descansando de hacer deporte que “El compañero de Seminario, Camilo Torres, que ya estaba grande, mucho más grande que yo, que todavía era mediano… de trece años, no había aprendido a nadar, como cosa rara, pues a nosotros desde los 11 años nos enseñaban a nadar los mayores… Un día mientras todos se bañaban en la piscina, él estaba parado mirando a los que estaban en la parte honda de la piscina. Se me ocurrió empujarlo y no caí en cuenta que no sabía nadar… y él fue a parar a la parte más honda de la piscina, y se quedó parado en el fondo de la piscina con la cara hacia el muro. No dije a nadie sino que me tiré y fui por detrás, lo levanté de los brazos y lo saqué. Salió llorando. Todos los demás concurrieron a ver qué había pasado y se admiraron de que yo me hubiera lanzado a sacarlo, siendo más pequeño que él”[1]. Ese día casi se ahoga por un juego de infantes el que sería el promotor de la Teología de la Liberación en Colombia, que defendería la no incompatibilidad del catolicismo y corrientes marxistas que defendían los derechos del pueblo y la construcción de una sociedad educada, justa y libre. Viéndose censurado por la alta jerarquía colombiana y sintiendo que la plenitud de su vocación estaba en la lucha directa contra la opresión y la explotación hacia los preferidos del Reino de los cielos, se enlistó en las filas del Ejército de Liberación Nacional, donde luego en combate moriría apretando en sus manos el fusil y el evangelio: imagen antagónica e inspiradora de la lucha social en nuestros días.
Hablando del paro generalizado que hay en el país y de la imagen de los estudiantes activos del Movimiento 8 y 9, me ponía a pensar hasta en la Madre Laura Montoya. ¡Qué revoltijo de cosas! La vida de Camilo Torres, a mi parecer fue lúcida. Por eso es un ícono de movimientos sociales que luchan por la liberación del pueblo, no solo ideológicamente sino incluso por las vías de hecho en señal de protesta por la indignación causada ante la desprotección estatal y las falencias del sistema. El caso es que pienso que a Camilo lo hubieran declarado Santo antes que a la religiosa de Jericó. Ahora la cuestión se hace más clara. Y solo reflexionaba acerca de este ilustre personaje y el “que falló” en su proceso de canonización.
La ética católica no admite la rebelión como salida, incluso en casos extremos, donde se promulga es la obediencia y la sumisión confiada a la divina providencia. Camilo se rebeló haciéndose blanco fácil de las miradas frívolas de los obispos e incluso del colegio presbiteral de su diócesis, un cura que había manifestado su posición de izquierda incluso desde el seminario era la piedra del zapato de los jerarcas colombianos que no vieron en su martirio una acción admirable sino un justo castigo por su postura desobediente. Ese fue el error de Camilo, y que la labor su abogado del diablo se vio allí agotada. La Iglesia y el comunismo no se la van desde hace unos diecinueve siglos cuando los discípulos de Jesús practicaban el comunismo, de una manera muy pura y el termino es bastante anacrónico pero en los actos descritos por los textos del nuevo testamento es evidenciable la conducta a ellos aducida.
Volviendo a Camilo queda solo una cosa por decir: aunque no es reconocido en el martirologio romano como una de las vidas virtuosas y admirables, para el pueblo colombiano es uno de los mayores intercesores en las luchas contra la opresión, no me refiero a la Intervención divina, sino que es él y su vida el medio por el que muchos encuentran la esperanza de continuar en pie y de frente denunciando la explotación y la injusticia y anunciando el tiempo próximo del resurgir popular.

Huilense, Estudiante de Ciencia Política de la Universidad de Antioquia.
Asesor Administrativo en el Comité de Asuntos Estudiantiles del Consejo Académico de la Universidad de Antioquia. Subdirector del Grupo Juvenil Ruah en Prado Centro.
Editor y Diagramador en la Escuela de Teología “San Miguel Arcángel” en 2010. Director y conductor del programa radial “El esplendor de la verdad” en 2011.
[1] Tomado de http://seminariogarzon.blogspot.com/p/historia.html
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