Calles con aroma de café

Foto: fedecafeterosc
“Para un colombiano, un café es cultura; es sabor, es dulce, amargo, y agrio; es aroma; es oscuro como la noche que ilumina las calles de las ciudades del país y claro como la lluvia cuando se junta con la tierra del campo; es también arraigo, autenticidad e identidad; es el esfuerzo del campesino, es paz, es tranquilidad; es el campo colombiano que le habla de una tradición de más de 200 años; es orgullo y honor; es nuestro embajador por excelencia; es progreso y oportunidad; es felicidad y amor.”

 Me gusta imaginar el aroma de las calles de la incipiente Colombia de hace 200 años. Pienso que, entre todos, el que más destacaba en un día de mercado era el del café. Me gusta hacerme la imagen de una plaza de mercado repleta en donde los comerciantes de la época llevaban sus productos, y allí siempre estaban un par de costales de café. No podían faltar, eran los reyes del mercado. Junto con el campesino que los sembraba y el caballo o la mula que los transportaba, eran los chachos del lugar. Su aroma era inconfundible, penetrante y al que lo olía le embargaba un éxtasis de otro mundo.

A lo mejor, algún buen colombianólogo me pueda refutar aludiéndome que el café por las grandes villas ni se dejaba ver, que era muy escaso en la plaza pues la mayoría de su producción se exportaba inmediatamente al mercado europeo; y eso, si acaso el aguardiente y el tabaco, productos insignia y detonantes de la independencia en el territorio neogranadino, le dejaba algún espacio en el mercado. Pero, a final de cuentas, cuando se trata de imaginación, no hay nada que pueda ser error.

Este gratificante panorama imaginario, en mi parecer, en absoluto ha cambiado. 2 siglos después, y las calles que en algún momento vieron tantas revueltas e independencias, aún huelen a café. No es sino pensar en lo siguiente:

Lo más probable es que quien me esté leyendo pasó alguna vez un desayuno con un tinto o con un café. Quizás, en un momento de afán o de cansancio, se haya tomado una taza para recuperar energías. También es muy probable que en alguna ocasión haya agendado una reunión en una cafetería para hacer un trabajo o cerrar un negocio. Incluso, no sería raro que dé cuenta de haber visto en la calle a un vendedor ambulante de tintos y café. Y, si nada de esto le ha pasado, sí debe de recordar momentos en los que sus padres o abuelos le contaban anécdotas sentados en la sala con un cafecito por la tarde.

La cultura del café está más que unidad a nosotros. Somos cafeteros por excelencia. Para un colombiano, un café es cultura; es sabor, es dulce, amargo, y agrio; es aroma; es oscuro como la noche que ilumina las calles de las ciudades del país y claro como la lluvia cuando se junta con la tierra del campo; es también arraigo, autenticidad e identidad; es el esfuerzo del campesino, es paz, es tranquilidad; es el campo colombiano que le habla de una tradición de más de 200 años; es orgullo y honor; es nuestro embajador por excelencia; es progreso y oportunidad; es felicidad y amor.

No obstante, ello no ha sido suficiente en la época moderna. Sin ser y sin tener ínfulas de economista, creo que un análisis no muy profundo de los boletines que expidió el DANE sobre el PIB del año pasado nos debe llevar a concluir que la importancia del sector cafetero en la economía nacional ha mermado con el tiempo. Basta con ver que su participación, hasta antes de finalizar el tercer trimestre del 2019, no superaba el 0,7% en dicha medición económica, algo que, claramente, nos debería cuestionar e intrigar.

Ahora, el panorama no es tan malo. En la misma oportunidad se entendió que el cultivo permanente de café creció en un 9,5% en su producción respecto al mismo periodo de 2018. Además, el ingreso en todo el año para los mercaderes del grano fue de 7,2 billones de pesos colombianos, una cifra más que buen

Lo anterior se debe, además de las variaciones del precio del dólar registradas el año pasado, a las renovaciones de los cafetales producto de la importante—pero insuficiente—inversión del Gobierno actual con el plan 2030 que busca garantizar la sostenibilidad del sector caficultor.

Para mí, en el mejor de los casos, el café debería volver a ser el epicentro de la economía nacional. Ya en la agenda pública, con ocasión de las elecciones presidenciales del 2018, se sentó precedente de la necesidad de pasar de ser una economía petróleo-dependiente a otro producto. ¿Qué mejor para ello que el café?

En fin, hay muchas cuestiones alrededor del café que en esta columna no alcanzaría abordar. Aquí sólo quise dejar entrever por qué considero que se le debería dar mayor importancia de la que actualmente se da. Habrá otras oportunidades para analizar esto en detalle, por ahora, me basta el gusto del café.

 

Webgrafía:

https://www.larepublica.co/analisis/guillermo-trujillo-estrada-505837/cafe-y-pib-departamental-2900753

https://www.dane.gov.co/files/investigaciones/boletines/pib/bol_PIB_IVtrim19_producion_y_gasto.pdf

https://www.portafolio.co/economia/el-cafe-aporto-7-2-billones-a-la-del-pais-en-2019-537124

https://federaciondecafeteros.org/wp/listado-noticias/caficultura-crece-95-en-2019-tres-veces-mas-que-la-economia-nacional/

https://www.elespectador.com/economia/colombia-termino-2019-con-una-produccion-cafetera-de-148-milones-de-sacos-articulo-899842

https://www.americaeconomia.com/negocios-industrias/colombia-lanza-plan-2030-para-garantizar-sostenibilidad-de-la-produccion-de-cafe

https://id.presidencia.gov.co/Paginas/prensa/2019/Presidente-Duque-entrego-a-los-cafeteros-la-Agenda-2030-para-el-sector-y-anuncia-que-sera-documento-Conpes-191206.aspx

Eduardo Gaviria Isaza

Abogado especialista en Derecho Privado y Politólogo, todos en la Universidad Pontificia Bolivariana. Editor en Derecho en Al Poniente. También soy un apasionado autodidacta del café.

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