Bullying

Hacia 1980 el sueco Heinz Leymann dio a conocer la investigación que efectuó sobre un fenómeno que hacía estragos en el mundo laboral y lo identificó por su nombre en inglés como bullyng, conocido en buen romance castellano como acoso laboral que, según los entendidos, podría estar afectando a por lo menos el 20% de la población trabajadora.

Otro autor, Iñaki Piñuel y Zabala, se ocupa de diseccionar con agudo bisturí el cuerpo del delito y señala, entre otras muchas prácticas dañinas, la imposición de objetivos, tareas, proyectos con plazos quiméricos improbables de cumplir, la sobrecarga de trabajo, la privación de competencias primordiales a cambio de tareas nimias, la alteración subrepticia de atribuciones y responsabilidades, la retención y manipulación de información concluyente para el desempeño laboral, inducir a error para endilgar faltas, la difamación de la víctima con calumnias, injurias y rumores que menoscaben su reputación, imagen, buen nombre, su profesionalismo.

También Piñuel y Zabala enumera: restarle valor al esfuerzo de la víctima, bloquearle el acceso a capacitaciones y promociones, desconocerle los éxitos profesionales o atribuirlos a terceros, al acaso, el reproche sistemático a su trabajo, ideas, iniciativas, decisiones, vigilarle las labores con mala intención, bloquearle las facultades para tomar decisiones y formular iniciativas, no trasladarle, extraviarle, retrasarle, alterarle o manipularle documentos o resoluciones que le conciernen, menospreciar su trabajo, sus ideas o los resultados obtenidos, irrumpir en la privacidad del acosado interviniendo sus correos y teléfonos, allanarle documentos, escritorios, computadores, robarle, destruirle o sustraerle elementos necesarios para sus faenas, hostilizar sus convicciones personales, ideológicas o religiosas.

A esta enunciación habremos de agregarle otra del eminente pensador Sansón Carrasco y tienen qué ver con la exigencia de tareas abiertamente fuera de los libretos institucionales, la inequidad salarial entre iguales, los cambios súbitos de reglas contractuales, las alusiones despectivas, la atribución mendaz de incapacidad para el cumplimiento de alguna misión, de falta de compromiso, también la discriminación protocolaria.

A esta anomalía, ante todo moral, sanguinaria, le decimos acoso laboral en buen romance castellano. Como se deduce de lo discurrido, se trata de innobles cargas innobles rayanas en la bellaquería, emparentadas con varios tipos penales, que se vuelcan sobre los trabajadores a través de actos hostiles metódicos, repetidos, algunas veces acompañados de accidentes aparentemente fortuitos, generados por superiores, subalternos o compañeros dirigidos a producir resultados indeseables en las víctimas y a la buena administración del recurso humano, generando intensas, infames e injustas demandas emocionales.

El acoso va destinado a dañar a las víctimas y, obviamente, que los victimarios son personas que deberán ser reputadas como de la peor calaña.

Ahora, si quiere quitarse de encima a un acosador sáltele como hacen las liebres y confróntelo sin temor porque son de una cobardía única y si son como el aldeano que tiran la piedra y esconden la mano, monte guardia que él caerá y no olvide que existen herramientas legales a  disposición. Pero no sufra, actúe que se la velan y lo enferman.

Tiro al aire: de acosadores laborales está sembrada la viña del Señor. Por lo general son lobos que lucen pieles de carneros.

Autor: Francisco Gálvis

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Editor

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