Buenos Aires: un Estado dentro de un país

El nombre de Buenos Aires lo puso don  Pedro de Mendoza en ocasión de la primera fundación, porque dos sacerdotes que viajaban con él y que eran mercedarios de Sevilla, veneraban a la Virgene di Bonaria (virgen  del Buen Aire)  culto originario de Cagliari, Italia. Uno de estos sacerdotes, fray Justo de Zalazar era director espiritual de Mendoza. El patrono de Buenos Aires es San Martín de Tour y su historia es por todos conocida pero menos se sabe de la Patrona  que es Nuestra Señora de las Nieves.

En su libro titulado El puerto de Buenos Aires es un puerto fundado para el contrabando, Mario O’Donnell sentencia que dicho puerto y la ciudad nacieron para el delito. A partir de 1580 cuando Garay vislumbraba la nueva fundación la llamó ciudad de la Santísima Trinidad y puerto Santa María de los Buenos Aires. Ese nacimiento de puerto   le dio esta triste vocación por el contrabando y el  comercio ilegal. Por ello, sin duda, Felipe II dispone su cierre por la Real Cédula de 1594. Pero claro la picardía de aquellos primeros pobladores logró neutralizar dicha Real Cédula. (1)

El gobernador Pedro Esteban Dávila informaba al Rey de España en 1635 de las características del Puerto y el Río: “… de la dicha isla de San Gabriel se viene a dar fe de este puerto, el cual tiene por frente de la ciudad un banco o bajo de arena que se prolonga desde el riachuelo de los navíos, que es debajo de la ciudad un cuarto de legua hasta lo que llaman de Palermo, que para entrar en este puerto es menester descabezar este bajo y luego se viene prolongando la tierra firme donde está situada la ciudad entre ella y el dicho bajo; que habrá de canal del banco a la tierra firme media legua, poco más o menos, donde hay tres pozos que sirven de surgidero , el uno enfrente del convento de nuestra señora de la Merced y más adelante hacia el Sud , otro pozo que está enfrente del fuerte y casas reales, que es en medio de la ciudad, la parte más eminente y donde está mejor para ser señor de mar y tierra , y otro más adelante casi en la boca del riachuelo donde invernan los navíos, que es un estero que tendrá de largo de su principio diez leguas y ancho muy poca cosa, capaz para muchos navíos de hasta 200 toneladas.”

Durante el período colonial comerciantes británicos estuvieron presentes sin considerar las restricciones que España había puesto, utilizaban el contrabando o presionaban para que España abriera algunos puertos. Siempre buscaban el libre comercio. En 1713 con el tratado de Utrecht los ingleses fueron autorizados a comerciar esclavos. Los comerciantes del Río de la Plata buscaban hacer negocios con los ingleses pues estos además de su natural capacidad  los seducían  con aspectos culturales que encantaban también a las señoras. Ellos no sacaron nunca lo mejor de nuestra gente (tampoco se lo propusieron)  pues los movía (y mueve) el dinero y sobretodo en un puerto de un país tan rico. Recuerden que ellos se llevaban las materias primas y nos vendían el producto elaborado causando enormes perjuicios en las economías provinciales.

El gobernador Hernandarias puso celo en arbitrar el manejo portuario lo que le provocó serios conflictos con la provincia de Córdoba. En 1602 Felipe III otorgó 84 licencias para exportar mercaderías en navíos propios. Poco tiempo después se organizó una banda para el delito llamado los Confederados quienes con la anuencia del municipio contrabandeaban esclavos en gran escala. Los jefes de esta banda eran: el escribano Juan de Vergara, el tesorero de la Real Hacienda Simón de Valdés y el comerciante portugués Diego de Vega. Usaban distintas estrategias, entre ellas simulaban desperfectos en los barcos y solicitaban permiso para arribar y vendían la mercadería según el protocolo vigente. Dicha práctica se utilizó durante mucho tiempo, desplegando coerción, presión, miedo, influencia y violencia. (2)

Ante tamaño descontrol la corte de España dictó una nueva Real Cédula en 1618 que autorizaba por tres años dos navíos anuales de permiso de no más de cien toneladas cada uno para el tráfico entre Sevilla y Buenos aires, además una Aduana Seca en la ciudad de Córdoba para cobrar los impuestos a los productos procedentes de dichos navíos. Sin embargo estas medidas no amenguaron la ilegalidad, otra vez la picardía vernácula sorteaba la justicia, porque quienes ejercían el contrabando eran las principales familias de Buenos aires, y muchos eran miembros del Cabildo. Todo esto enriqueció al grupo puesto que se practicó durante mucho tiempo y terminó cuando se declaró el libre comercio. Un claro ejemplo sucedió en la Invasión Inglesa de 1806, los comerciantes aplaudieron la llegada de los británicos al extremo que Sarratea y Altolaguirre les ofrecieron una recepción con todo el glamour y no faltó la Mariquita Sánchez de Thompson, alegando que esos jóvenes rubios eran hermosos. (3) No fueron los únicos: muchos firmaron el libro de fidelidad a la corona británica entre ellos estaba Castelli. Este junto a Saturnino Rodríguez Peña, Manuel Padilla, Vieytes y Antonio Berutti organizaron la fuga de Beresford.

Después de la Revolución de Mayo, Gran Bretaña gozó de todos los beneficios económicos imaginables. Larrea era consignatario del corsario inglés Marcus Byfield y fue socio de los ingleses.  Lord Strangford (4) estuvo en Buenos Aires  en 1811, lo homenajearon, le dieron una carta de ciudadanía y unas 2500 hectáreas.  A este inglés en 1815 Manuel García le entregó dos cartas de Carlos María de Alvear que era el Director Supremo (en reemplazo de su tío Posadas) donde le dice:

“Cinco años de repetidas experiencias han hecho ver a todos los hombres de juicio y opinión que este país no está en edad  ni en estado de gobernarse por sí mismo y que necesita una mano exterior que la dirija y contenga en la esfera del orden antes que se precipite en los horrores de la anarquía. En esas circunstancias solamente la generosa nación británica puede poner remedio eficaz a tantos males acogiendo en sus brazos a estas provincias que obedecerán a su gobierno y recibirán sus leyes con el mayor placer.”

En 1800 Buenos Aires podía comerciar con barcos de distintos países, pero estos, no podían tener propiedades, establecerse como empresas, y debían respetar las restricciones de las normas vigentes. Todo esto se va a modificar con los hechos de 1810 cuando patrocinaron a los patriotas de la revolución y consiguieron el libre comercio en forma contundente. Así entonces llegaron muchos comerciantes con el fin de hacer fortuna en estos lares con sus productos manufacturados. Gran Bretaña  reconoció la independencia del virreinato y puso en estas tierras un consulado para auspiciar y fomentar el comercio y firmó un tratado de amistad y Libre comercio. Ese tratado ofrecía beneficios para Gran Bretaña respecto de otros países, ¡vaya manera de entender el liberalismo! Los ingleses estaban eximidos del servicio militar y podían establecerse y realizar cualquier tipo de transacción. Sin embargo necesitaban de la colaboración de los comerciantes locales quienes los asesoraban sobre los productos, los trámites aduaneros y las dificultades con el idioma. El golpe final a España se lo dan las medidas de Rivadavia, un anglófilo contumaz, como ministro de Martín Rodríguez.  Solamente la gestión nacional y seria de Rosas puso un límite. El crecimiento rápido no permitió un marco jurídico que acompañara con eficiencia y por lo tanto  se siguieron  aplicando las leyes españolas hasta que en 1859 se sancionó el Código Comercial.

Los británicos representaban un modelo político y cultural que era  (y aún lo es) admirado por ciertos miembros de la sociedad porteña.

Buenos Aires usufructuó su preeminencia, manejó su relación de poder con un marcado estilo inglés que tan bien había aprendido y fue para el interior de nuestro país lo que los ingleses fueron para Buenos Aires. El país se dividió por un encendido sentido pecuniario, sin moral, sin sentimientos y sin solidaridad. Así el interior fue otro país que buscó en sus dirigentes, caudillos que los representaran y una referencia para poder sobrevivir. No duden que los verdaderos sentimientos de patria y religión se refugiaron en el interior en nuestras gentes, en gauchos, indios y criollos. La  Europa toda, fue tardíamente maliciosa y  comenzó su acelerada decadencia. Poco ha cambiado nuestra realidad, es menester volver a mirar  nuestro interior y revalorizar esa forma tradicional de relacionarnos con la tierra con Dios y con los hombres.  La historia de nuestro país se relaciona con el puerto, solo así podremos entender nuestro pasado y ordenar nuestro  futuro.

El Puerto de Buenos Aires fue sin duda una de las razones del crecimiento de la Ciudad, que al mantener el control del flujo de mercancías y de ingresos tributarios, poseía más riquezas que el resto del país. Este fue uno de los puntos de disputa más fuerte entre unitarios y federales: el control del puerto. Buenos Aires creció mirando a Europa y negando a nuestras provincias. Las potencias extranjeras no dejaron de comprar gobiernos hacer sus negocios  y llevarse las ganancias aprovechándose de la corrupción que este puerto creado para el delito, como decíamos ut supra, siempre le fue funcional.

Eduardo Agustín Gil

 

 

Eduardo Gil

Profesor de Historia
Lic. en Educación
Máster en Museología

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