Boris Johnson, de negacionista a “genio” de la pandemia

Foto: New York Times

Porque mientras en bastantes países el diálogo de la pandemia se centra en la política, en Gran Bretaña (en el tiempo reciente) ha sido exclusivamente científico.”


Han leído bien, el título no es una broma o un artículo satírico: Reino Unido ha llegado ya (al menos según los estudios realizados en las islas) a la famosa inmunidad de rebaño, la tan necesitada para poder convivir de la forma más “normal” que se pueda con un virus que se ha llevado vidas, negocios y la salud mental de muchos. Cada vez falta menos para que, al menos allá, regresen a la cotidianidad de antes.

Es sorprendente como esperanzador ver el cambio radical que se realizó teniendo los antecedentes, no tan lejanos, de cómo se estaba gestionando la pandemia. Como punto de partida, se debe hablar de la anexión al “eje del mal”, conformado por los amigos Jair Bolsonaro, Donald Trump y el ya mencionado Boris Johnson. Para sorpresa de nadie, los tres se contagiaron del virus y en un estado delicado, demostrándoles a cada uno de ellos la magnitud de la enfermedad.

Pero pasó el tiempo y la visita a una UCI no había concienciado al presidente brasileño y al expresidente estadounidense: el primero sigue acumulando miles de fallecidos mientras que vive en su particular mundo de fantasía; el segundo, al menos, mejoró ciertos protocolos de bioseguridad en actos oficiales, pero negligente también a la hora de intentar controlar la pandemia en todo su país. Pero como dicen por ahí, siempre hay una excepción a la regla. Ese fue Johnson.

El presidente reacio durante la gran primera parte de la pandemia fue partidario del discurso de la inmunidad de grupo. A pesar de su deseo, se impuso el deseo del ministro de salud y del comité de expertos de su gobierno, por lo que hubo una cuarentena obligatoria para aliviar la presión hospitalaria y preparar lo que se le vendría en un país mal económicamente, que todavía no había recibido los coletazos del Brexit. Disfruto de un verano “de la nueva normalidad”, como el resto de Europa.

Llegaría otoño, con una subida en los casos. La mortalidad y los contagios se disparaban, en búsqueda de explicaciones apareció la ya conocida variante británica del coronavirus. Una que obligó cerrar los pubs, eventos deportivos, sociales y culturales que disfrutaban en el país. Primer paso de prudencia que daba Johnson, pues resultaba raro verlo realizar eso cuando es amigo de lo contrario. Pero la dualidad no es sinónimo de negación. Gestionó la “nueva pandemia” hasta el tiempo reciente, el 2021.

El 2021 empezó de forma óptima para muchos países, la vacuna empezó a distribuirse en el globo con el Reino Unido como uno de los principales protagonistas: sin la regulación de la EMA, ser el principal país aliado con AstraZeneca y sus influencias políticas les permitió poder ocupar la pole en el plan de vacunación más ambicioso de la historia. Pero Johnson en el primer trimestre del año no tenía certeza (o eso se puede suponer) de cómo marcharía el plan de inmunización.

Ahí la clave de su éxito actual, guiarse de la ciencia y de las certezas que hay en el hoy. La ciencia avala, con una sola pauta de la vacuna es, al menos, suficiente para proteger e inmunizar a la población, lo que le ha permitido mayor cobertura en su población. Si la ciencia dice que mientras más test mayor control, pues le permite a su población disponer de dos pruebas rápidas gratuitas a la semana. Si su comité de expertos le recomienda cerrar los bares por tiempo indefinido, lo hacían.

Porque la clave del “milagro británico” fue el giro en la forma de pensar en su máximo dirigente, fue el de dejar al lado la política y abrirle la puerta de forma completa a la ciencia a la hora de gobernar en la actualidad. Porque mientras en bastantes países el diálogo de la pandemia se centra en la política, en Gran Bretaña (en el tiempo reciente) ha sido exclusivamente científico. Y, a lo mejor, es esa la razón de su logro.

Rafael Eduardo Oviedo Carrillo

Estudiante de Periodismo en la Universidad Autónoma de Barcelona (España). Fanático de todo lo que le transmita emociones al ser humano, especialmente del sentido social de las cosas.

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