Se contextualizará al autor bajo tres tópicos: Aurelio Arturo, el hombre, con una breve aproximación a su origen y a su momento histórico; Aurelio Arturo y su obra editada, en alusión a la recepción de su obra, llevada a imprenta, y que permitirá su difusión: y en tercer momento, épica y trascendencia de su obra, donde se hace una aproximación acerca del puesto que ocupa e las letras con el irrumpiendo con su palabra singular y única en el escenario nacional.
Aurelio Arturo, el hombre.
No ha habido en Colombia poeta de mayor significación que Aurelio Arturo, bien sea por la originalidad de su canto, sin par en las letras colombianas, bien por la evocación simbólico-metafórica del cosmos, de la naturaleza, del mundo que lo rodeó y que le fue ensoñación en la añoranza.
Saliendo el país de uno de sus más cruentos enfrentamientos, y poco antes de morir en Madrid uno de los más aviesos personajes que alimentaban la llama del encono en el sur del país durante la Guerra de los Mil Días, Ezequiel Moreno, nacía Aurelio Arturo Martínez, un 22 de febrero de 1906, en la antigua Venta Quemada –en cuyas montañas de Berruecos fueron sacrificados el Mariscal Sucre y el poeta soldado Julio Arboleda-, hoy La Unión, departamento de Nariño. No hay datos fidedignos acerca de su niñez, pero es esta época pretexto para que la añoranza se tejiera en filigrana de bellos recuerdos, especialmente esa agreste y generosa tierra nariñense, en cuyos confines se abre dadivosa a las cordilleras del país, y que marcará el derrotero de su canto: No todo era rudeza, un áureo hilo de ensueño / se enredaba a la pulpa de mis encantamientos. / Y si al norte el viejo bosque tiene un tic-tac profundo, / al sur el curvo viento trae franjas de aroma. / Yo miro las montañas. Sobre los largos muslos / de la nodriza, el sueño me alarga los cabellos. Recuerdo por demás universalizado bajo el ejido de su fantasía, llevado al mundo de las letras de manera tan singular y única que es imposible ubicarlo en uno de los tantos grupos o escuelas que copan los anaqueles de nuestra literatura, diremos, sin embargo, que históricamente se movió entre el grupo de Los nuevos y Piedra y Cielo.
Bajo esa tradición humanista propia del sur del país, en 1925 ingresa a estudiar derecho en la Universidad Externado de Colombia, profesión que ejercerá hasta el final de sus días, alcanzado el más alto peldaño en la rama judicial, la de Magistrado. Habiendo ocupado algunos cargos en la administración pública, tuvo la oportunidad de viajar a los Estados Unidos, en dónde perfeccionó su inglés, el que le sirvió para conocer obras de algunos escritores anglosajones y norteamericanos, a la vez que para traducirlos a nuestro idioma, y así mismo la oportunidad de conocer poetas que serían de relevancia mundial, como Yeoryos Seferis, Mijaíl Shólojov, Alexander Solzhenitsin, entre muchos otros de igual importancia. En 1931, Rafael Maya publica en la Crónica Literaria del periódico El País sus primeros poemas, tal honda impresión causó en el poeta caucano los cantos de Aurelio Arturo, que éste se expresa así: “Leí, pues, los poemas y quedé un poco perplejo. Aquello no se parecía en nada a cuanto se había escrito en Colombia hasta entonces, en el orden de la poesía. (…) Es poesía que se siente, como se siente el rumor de la yerba sacudida por el roció, el hábito de la noche plateada en el campanario o la emanación de los pinos que respiran bajo las estrellas. La poesía de Arturo es un sonambulismo luminoso”, y de ahí siempre la admiración por lo novedoso de su estilo y de su estro, tanto del escritor, como del hombre.
De su personalidad, diremos lo que recogen quienes lo conocieron e intimaron: Rafael Maya dice: Muy parco en la conversación, casi monosilábico. Álvaro Mutis: no tenía Aurelio ninguno de los signos convencionales que en nuestra juventud admiramos como propio del poeta. Rogelio Echavarría: “Era un hombre lejano y silencioso, aun para sus más allegados. No logramos nunca entrevistarlo para la prensa. Decía que la poesía no es para los periódicos ni los periódicos para la poesía”. De ahí que distara tanto de los paradigmas impuestos y expuestos, no tenía el halo misterioso de León de Greiff, ni la prepotencia atávica de Carranza, ni mucho menos el dejo despectivo de Rafael Maya. No era el poeta por antonomasia que el imaginario colectivo había labrado en Colombia, fue diferente hasta en eso. Aurelio Arturo rompe con el estereotipo del poeta, no es bohemio, no tiene una personalidad arrolladora, ni es taciturno o ensimismado, no rompe las reglas, sino que más bien su ética profesional le traza un sendero de pulcritud y honestidad en todas sus formas; más bien serio, formal en el vestir y por sobre todo esquivo a las multitudes, parco en el hablar, huidizo a los reconocimientos y promociones, sólo ante las insistencias de sus amigos y allegados acepta el Premio Nacional de Poesía Guillermo Valencia, otorgado en 1963, y por sobre todo sustancial en una poesía brevísima, pues poco más de 30 poemas constituye la totalidad de su obra, en un país, que como reconocen muchos, se acostumbraba a la edición anual en grueso, las más de las veces en inversa proporción a la calidad de lo publicado. Es innegable el origen burgués del poeta, y para quienes no ven la conjugación entre lo real y lo ideal, es necesario acotar que en Arturo, dada su experiencia de meditado creador, su vanidad se hace elocuencia y su desdén por la figuración lo acercan a esa cotidianidad que él ve, siente y canta. Lo importante es que su vida se hizo poema, poema desde Nariño, desde Colombia, donde el verde se hace ensoñación para todo el universo.
Aurelio Arturo y su obra editada
Hace algunos lustros se difundió la errónea idea que Aurelio Arturo había sido realmente poco editado y que sus obra tenía una recepción reducida, quizá por la afirmación que William Ospina hace al respecto, “Desconocido por su pueblo, sigue siendo lo que fue en su vida: el más anónimo, el menos editado y el más importante de los poetas de Colombia” (1989, p. 42), afirmación que ha sido rebatida por críticos como Fernando Charry Lara, R. H. Moreno-Durán, Hernando Cabarcas Antequera, Vicente Pérez Silva, entre otros, en el que es quizá el principal estudio sobre la obra arturiana: Aurelio Arturo, Obra poética completa, publicada por la Colección Archivos en 2003.
Si bien Arturo publicó un solo libro, Morada al Sur, ediciones del Ministerio de Educación en 1963, donde aparecen 14 poemas, también es cierto que sus obras fueron publicadas en los principales periódicos y revistas del país desde 1927, cuando aparece la “Balada de Juan de la Cruz”, publicada por el Suplemento Literario Ilustrado del diario El Espectador de Bogotá. Sin embargo desde 1917 se tiene noticia de su incursión en la poesía, sobre todo de carácter social, debido a los acontecimientos del momento, y en 1918 ingresa al Colegio San Francisco Javier de Pasto, donde permanece hasta 1924, ¿será posible que no exista en las revistas del colegio algunos aportes suyos?, Camilo Orbes afirma que en 1919 aparece un poema dedicado a la madre, pero no se ha podido comprobar su autoría, pero es de suponer que si en carta a su padre afirmaba: “… yo rimaba, leía y escribía. Estaba hecho un poeta y había descuidado el álgebra y el francés, estoy bastante atrasado en esas materias”, y se compara con Don Quijote, enloquecido por la literatura, lo más seguro es que su producción literaria iniciara entonces y estén en los anaqueles del Colegio Javeriano sus primeras obras, habrá que rastrearlas.
La publicación en el Suplemento Literario Ilustrado, hay que decirlo, es muy significativa, ya que por el semanario habían pasado las plumas de Francisco de Paula Rendón, Carlos E. Restrepo, Baldomero Sanín Cano, Tomás Carrasquilla, Efe Gómez, Luis Tejada, Armando Solano, Luis Eduardo Nieto Caballero, José Vicente Combariza, Alberto Lleras Camargo, Rafael Maya, el caricaturista Rendón, entre muchos otros. En 1928 publicará en el mismo magazín los poemas “La voz del pequeño” y “Noche oscura”. En el mismo año publica en la revista Universidad los poemas “La Vela” y “Balada de Max Caparroja”, los cuales aparecen con el retrato del artista gráfico más importante del momento, Lisandro Serrano.
La revista Universidad fue fundada por Germán Arciniegas en 1921, donde aparecieron autores como Carlos Pellicer, Rafael López, José Vasconcelos, Luis López de Mesa, entre otros.
El 7 de octubre de 1928, publica en el periódico más prestigioso del país, Lecturas Dominicales de El Tiempo, sus poemas “La isla de piel rosada”, “Muertos”, “Poema del Silencio” y “Alba”, además los poemas aparecen con una nota crítica escrita por el poeta barranquillero Víctor Amaya González. En 1929 publica en la más prestigiosa revista bogotana, El Gráfico, el relato “Desiderio Landínez”, parte de una serie de cuentos que jamás vieron la luz pública.
Sus obras aparecerán en las principales publicaciones literarias de Colombia, entre las cuales tenemos:
Cromos de Bogotá, La revista Cervantes de Manizales; la Crónica Literaria, suplemento de El País de Bogotá, dirigida por Rafael Maya; Cántico; La Revista de América; Revista Pan; Sábado; La Revista de las Indias; Cuadernillos de Poesía Colombiana de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín; Revista del Colegio Mayor del Rosario; Revista de letras y artes Espiral; Golpe de Dados; Eco; En la Antología Lírica publicada por Carlos Arturo Caparroso en 1951; la Selección Samper Ortega de Literatura Colombiana No. 84, como Poetas de La Naturaleza; Panorama de la Nueva Poesía Colombiana, publicada por Fernando Arbeláez en 1949; Hojas de cultura popular en 1954); Jaime Tello publica Rapsodia de Saulo en Colombia, el hombre y el paisaje (1955); Andrés Holguín, los poemas Interludio, Morada al sur y Clima, en Las mejores poesías colombianas (1959); Boletín Cultural y Bibliográfico (1963); Panorama de la nueva poesía colombiana (1964); Síntesis de la poesía colombiana (1964); 50 años de poesía colombiana (1973).
La Universidad Nacional de Colombia publica en la revista trimestral de cultura moderna Morada al sur, Junio-agosto de 1945, No. 3, el cual aparecerá como texto en 1963, publicado por el Ministerio de Educación.
En Nariño, parece que la primera obra la publicó Sergio Elías Ortiz, el poema Interludio, en el texto La Unión, Municipio del Departamento de Nariño, Bogotá, 1945. Luego la Revista de cultura nariñense, en el volumen 7, No. 71, mayo de 1974. No sobra recordar que la Universidad de Nariño, bajo la rectoría del Edgar Bastidas Urresty, le ofreció el doctorado Honoris Causa, el mismo que no fue aceptado por el poeta de La Unión.
Algunos cortos ensayos fueron publicados por Arturo, como “Colón, el que portaba a Cristo, el único”, Boletín Cultural y Bibliográfico, V 14, No. 2, 1973. “De La Fontaine a Pombo”, El Crítico, 1974; “Del arado al tractor”, Lámpara, No. 2, 1952. “Introducción a luna de poetas. Antología de poemas a la luna, 1969; Pasto, artículo recuperado por Santiago Mutis Durán y publicado en 1994; el Prólogo a los cuentos de Alberto Dow, en 1948.
Como puede apreciarse, es un error decir que fue un poeta desconocido y poco publicado, tal vez es cierto que las revistas literarias eran revisadas detenidamente por los escritores y amantes de las letras, pero fueron populares, principalmente las que circulaban con los periódicos nacionales como El Tiempo o El Espectador, otro es el hecho conocido que el propio Arturo fuese renuente a publicar en masa, por eso su obra principal se reduce a los 14 poemas que aparecen en Morada al Sur, cuya segunda edición aparecerá en 1975, publicado por Monte Ávila de Caracas, así como el último periodo del poeta, tiempo en el cual se dedicó a corregir algunos poemas de su preferencia, sin que el afán por la publicidad o los méritos fuesen su preocupación, estos le llegaban solos, como el Premio Nacional de Poesía Guillermo Valencia, concedido en 1963.
Épica y trascendencia de su obra
Sin duda alguna la obra cumbre de Aurelio Arturo es Morada al Sur, cuyo poema central fue publicado en 1945 en la Revista Trimestral de Cultura Moderna de la Universidad Nacional de Colombia, posteriormente en el anuario Colombia en cifras, en 1945, donde aparece junto a 27 poetas más; posteriormente en el Índice de la poesía contemporánea en Colombia, editado por la Librería Suramérica en 1946; luego en la Antología de la nueva poesía colombiana de la Revista Espiral, en 1949; a continuación en Cuadernillos de poesía Colombiana de la Revista Universidad Pontificia Bolivariana en 1951; aparece luego en 1954 en la Revista Hojas de Cultura popular Colombiana; en 1959 se publicó en Las Mejores poesías colombianas; hasta que aparece como libro en 1963, publicado por el Ministerio de Educación Nacional, con el que obtiene el premio Nacional de Poesía, Guillermo Valencia,
Es de anotar que Arturo despertó la atención de los lectores desde sus primeras publicaciones, si bien Morada al Sur, como anotamos, es su poema esencial, el resto de su obra lo caracteriza como el poeta singular e inclasificable dentro del panorama nacional, como se dijera en su momento. Puede decirse que si fue un poeta reconocido, atina a decir Oscar Torres Duque, que si bien fue publicado, su obra, difícil de rumiar en un medio provinciano y tardíamente moderno, no permitió generar un estudio crítico de su poemario sino hasta después de su muerte. La primera lectura seria y detenida la hace el poeta Víctor Amaya González “Un pequeño escorzo de Aurelio Arturo”, publicado en Lecturas Dominicales de El Tiempo el 7 de octubre de 1928, en donde aparecen 4 poemas, pero Amaya hace un breve estudio sobre los once poemas que hasta entonces había publicado Arturo, encontrando ya elementos que prefigurarían la obra definitiva y total del poeta nariñense, tales como el viaje, el episcismo y el amor (Torres, 2003).
Hay con seguridad en la obra de Arturo el deseo interno de renovar el pensamiento literario de su época, por ello ha sido difícil ubicarlo en cualesquiera de los grupos contemporáneos al desarrollo de su obra. Logra imprimirle una vitalidad a su obra, una vitalidad desde la tierra, era la manera como Arturo trataba de encauzar su intensa experiencia en un esquema formal previo; por eso sus poemas no son fruto de una apasionamiento momentáneo, sino de un apasionamiento meditado, planeado antes que construido, en ello denotamos que entre el pensar y el escribir hay un mecanismo complejo de ajuste; sin embargo, al tener el sentido de creador en su pensamiento, trata de plasmar un sentimiento, una pasión, y quizá su estilo es renovador dentro de las letras colombianas porque hay una en su obra una rara conjugación de lo lógico racional con lo pulsional entitivo, hay un acuerdo entre vida y escritura, quien lee Morada al Sur, parafraseando a Whitman, no lee un libro, lee a un hombre.
Algunos existen sin experimentar en realidad la vida y sin ser rozados por ella, en especial quienes desdeñan lo cotidiano, aquellos que no hacen contacto con lo menos evidente, de ahí que el papel fundamental de la poesía de Arturo sea rescatar lo cotidiano, la experiencia diaria del campesino u obrero frente a las faenas del trabajo, por eso trabajar era bueno en el sur. Pero hay un deseo también de admirar la existencia, la suya propia dentro del mundo, por eso aquí lo particular se vuelve universal, que es fundamental en el proceso de interpretación de la cultura.
Las palabras de Arturo se mecen entre los recuerdos infantiles y juveniles de esa telúrica tierra Nariñense en donde, como bien lo vislumbró, el verde es de todos los colores, y entre la magia del modernismo y lo coloquial que se vivencia en las grandes ciudades, encontrando especialmente en Bogotá el barullo con que aprendió a amar: la noche de los cristales/ en la que apenas se oye si agita/ el corazón sus alas azules. La poesía de Arturo se mueve así entre la dualidad del recuerdo por lo pasado, encontrando en su lejana Nariño el pretexto de una pureza de sentimiento labrada en filigrana de añoranza y melancolía; ve en esa tierra mágica el sinfín de figuras y de personas que le marcaron el derrotero de su destino y que logra simbolizar en el consentimiento de lo racional con lo pulsional, creando así la magia de sus ensueños en la poesía: el viento como símbolo que recrea en el aquí y el ahora la magia de lo pretérito, ese viento que: viene, viene vestido de follajes/ y se detiene y duda ante las puertas grandes,/ abiertas a las salas, a los patios, a los trojes, o la geografía singular y generosa que le permite ascender desde el plano de lo concreto a un mundo de ensueño y fascinación, por eso se permite decir: yo subí a las montañas, también hechas de sueños,/ yo ascendí, yo subí a las montañas donde un grito/ persiste entre las alas de palomas salvajes, o su persistente y recursiva hoja capaz de formar un país, un mundo: este poema es un país que sueña,/ nube de luz y brisa de hojas verdes, y son también su madre hecha melodía y nota frente al piano que interpreta, o su nodriza entre cuyos muslos: el sueño me alarga los cabellos, o aquellos hombres que labraron la patria desde el sur, por ello: trabajar era bueno en el sur, y por eso en ese dualismo hay un eco que desde siempre le arrullaba al oído: Torna, torna a esta tierra donde es dulce la vida.
Pero Arturo, sin dejar de amar la provincia, su provincia sureña, vislumbró en el norte el mundo de su siglo, el de los viajes espaciales y la informática, es el norte que irrumpe con la razón frente a lo entitivo de su corazón: Y en mi país apacentando nubes, / puse en el sur mi corazón, y al norte, / cual dos aves rapaces, persiguieron/ mis ojos, el rebaño de horizontes. Bogotá se convierte así en su morada permanente donde habita para trabajar, para ejercer su profesión de abogado, de traductor de los modernos poetas norteamericanos, es la que le permite prefigurarse como un hombre contemporáneo; aunque el Sur sigue siendo su morada constante, la de los pretextos que se convierten en texto, en metáforas casi aparentes para proseguir con su canto. Si el recuerdo hace de Arturo un poeta de añoranza en la provincia, el presente hace de él un poeta de la ciudad, cabe recordar que desde que salió de su tierra para Bogotá en 1925, sólo en 1950 y en 1955 con motivo de su viaje a los Estados Unidos y de su nombramiento como Magistrado del tribunal en Pasto, jamás abandonará esta ciudad por largos espacios de tiempo. Y él, amante del susurro taciturno de los secretos que le confía la naturaleza, en la metrópoli también encuentra el eco melodioso de las avenidas, capaz de seguirle susurrando sus cantos, por ello la ciudad se le vuelve instrumento: Yo amo la noche sin estrellas/ altas; la noche en que la brumosa/ ciudad cruzada de cordajes,/ me es una grande, dócil guitarra, no puede cantar donde no hay murmullo, por eso nuestra Bogotá le es propicia para sus cantos, donde en la singularidad se universaliza la experiencia del hombre provinciano en la metrópoli. Siendo Arturo el poeta de la atenta escucha, no podía pasarle desapercibida por entre su percepción creativa el diario trajín, pero en su oído hecha melodía, la música capaz de permitirle al hombre despertar una nueva conciencia, no la de la inocencia, sino la de la experiencia, por ello nos dice a todos: Tú (…) que encendiste en la ciudad tu corazón. Bogotá, la ciudad, le permite la acción en lo real concreto, pero cantado desde el ideal como advocación permanente de su quehacer como poietes, en donde, si bien pausado, una explosión de sensaciones le eran diatriba permanente para que las hiciera arte en la candidez de sus palabras.
La séptima también le es su Almaguer: en oro y en leyendas alzada, y los jóvenes caballos con seguridad se le seguían presentando en la fuerza mecánica de los automóviles que recorren la capital; el viento lo seguía acompañando desde la corriente gélida que desciende del gozne de Monserrate y Guadalupe: he escrito un viento, un soplo vivo/ del viento entre fragancias, entre hierbas/ mágicas; he narrado/ el viento; sólo un poco de viento; y las hadas se le siguen presentando: se han transformado en trajes de seda; Aurelio Arturo es el poeta citadino en añoranza de lo provincial, y hoy a cien años de su nacimiento en la lejana La Unión, la morada de su añoranza, así como en Bogotá, la morada de su existencia, seguimos descubriendo en él y a través de él, que hace siglos la luz es siempre nueva.
Maravilloso, Mauricio, maravillosa manera de incitar a leer poesía. Siendo el escritor de la «atenta critica» parece que el mundo se regocija con la palabra hecha arte
Es triste, da rabia, que en la FACULTAD DE EDUCACIÓN de la Universidad de Nariño, haya un » docente» ( Mario Erazo Belalcázar ) que ha manifestado en uno de sus habituales exabruptos que «… hay que dejar de rendirle tanta pleitesía a Aurelio Arturo» . En una ocasión, para una conferencia que dictó en el Centro cultural Leopoldo López Álvarez, y para la cual tuvieron que llevar un grupo de estudiantes, dijo sin vergüenza: » ¿ Para qué Aurelio Arturo? Si tenemos a Virginia Vallejo y a Lando ? ( Lando, era un personaje exótico, que había sido alcalde de Guaitarilla y que se entendía más con la botella que con la pluma ?)