El rechazo por la Suprema Corte de la demanda interpuesta por el fiscal de Texas contra las elecciones en cuatro estados, sepultó las esperanzas de Donald Trump de revertir el resultado de la votación del 3 de noviembre. El 14 de diciembre, como estaba previsto, el Colegio Electoral oficializó la victoria de Biden. Aunque falta la confirmación por el Congreso el 6 de enero de 2021, Trump tendría que hacer explotar una verdadera bomba poselectoral para que no sea ratificada la decisión del Consejo.
En la noche de 3 de noviembre, en 46 de los 51 estados de la Unión, incluido el Distrito de Columbia, se habían definido los resultados, sin que en ninguno de ellos se hubiese escrutado la totalidad de los votos, pero el porcentaje contabilizado era suficiente para establecer el ganador. Biden tenía 254 votos electorales y Trump 237. Faltaban cinco estados – Georgia, Michigan, Nevada, North Carolina y Pennsylvania – que en conjunto representaban 73 votos electorales. La elección no estaba definida: cualquiera podía ganar.
Entonces apareció Joe Biden en televisión proclamándose vencedor y diciendo al mismo tiempo que había que esperar con paciencia hasta el conteo del último voto. Como quien dice: ni se les ocurra proyectar con base en lo ya escrutado. Lo curioso del cuento es que, en cuatro de esos estados, con la excepción de Nevada, iba ganando Trump, por un amplio margen – 12,8% con el 64% del escrutinio – en el caso de Pennsylvania. En Georgia el margen era menor, 2,2%, pero bastante confortable, habida cuenta de que el conteo iba en el 94%. En Michigan cualquier cosa podía ocurrir, pues el margan a favor de Trump era de solo 0,3% con el 90% de los votos escrutados. En North Carolina, donde finalmente resultó ganador, el margen a favor de Trump, en la noche del 3 de noviembre, era de 1,4% con el 94% de los votos contabilizados.
La tabla muestra los resultados de los cinco estados bisagra en la noche del 3 de noviembre y los resultados finales. Es claro que, para poder ganar en Michigan, Georgia y Pennsylvania, Biden tenía llevarse la parte del león de la votación que faltaba por escrutar, como efectivamente ocurrió. En Georgia se quedó con el 70,7% y en Pennsylvania con el 73,9%, ganando en el primero con un margen de 0,2% y de 1,2% en el segundo. En Michigan se llevó el 62,3% para ganar por un margen de 2,8%.
Para que Trump hubiera ganado con el mismo margen que ganó Biden esos estados, habría bastado con que éste se llevara “solo” el 66,8% de los votos adicionales de Georgia, el 70,9% de los de Pennsylvania y el 50,2% en Michigan. Así las cosas, el presidente electo de los Estados Unidos sería Donald Trump, con 284 votos electorales.
Los abogados de Trump denunciaron, sin éxito, irregularidades en la en la votación de esos estados. La simple aritmética electoral presentada sugiere que es muy alta la probabilidad de que en ellos haya ocurrido fraude y que, por tanto, esas denuncias sean ciertas.
Si esas cosas pueden acontecer en la que supuestamente es la mejor democracia del mundo, aterra pensar lo que pueda pasar en Colombia. Después de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2014, se presentaron ante la autoridad electoral 133 denuncias documentadas por delitos electorales – presión de grupos armados, compra de votos, participación de funcionarios públicos y constreñimiento al elector- cometidos para favorecer a Santos. Esas elecciones estuvieron marcadas por los más descarados abusos de poder de que se tenga memoria en la historia reciente del País.
En las elecciones de 2020 Colombia se juega no un cambio de presidente y congreso sino toda una transformación en su régimen económico y político de triunfar una alianza de izquierda como la que se está delineando. Se viene una coalición que agrupará el santismo, el fajardismo, el claudismo, el robledismo, el petrismo y las Farc. ¡Ojo con el 2022!
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