“Auri sacra fames”
(“Maldita pasión por el dinero”),
de Virgilio en la Eneida.
…la corrupción, en primera instancia, no siempre es inmoral, desde el punto de vista de una moral crítica.
…las virtudes cívicas, no dependen de la moral, dependen de la humildad, de lo que nos enseña a ser sobrios y de la pobreza material.
En la actualidad no existe sociedad alguna que esté libre de la corrupción, menos aún las sociedades americanas, las que en esta desviación somos líderes mundiales.
Este artículo no tratará de algún caso de corrupción particular ni de la corrupción que solemos escuchar a diario en los medios comunicativos, éste delimitará su concepto y causas a la luz de la literatura que tengamos al alcance, y que nos sirvan para inteligir cabalmente este fenómeno social que socaba las estructuras de las sociedades modernas. Precisemos también que nos aproximaremos al tema, generalmente, desde la sociología y la filosofía tradicionales.
Cuatro siglos a de C., Aristóteles, el padre de la filosofía occidental, en su obra Ética Nicomáquea, llamaba corrupción a la “destrucción de algo que se tiene en común”. No obstante, pasarían varios siglos para que el concepto moderno de corrupción se instalara tal como lo conocemos hoy, y nada menos que de la sapiencia sobresaliente de Nicolás Maquiavelo, padre de la Ciencia Política Moderna, allá en el siglo XIV d de C., determinando como corrupción a la falta de un deber posicional a cambio de un beneficio propio, y que esta falta es previa al momento de la destrucción de algo que tenemos en común. Después, otros pensadores enriquecerían el concepto, aclarando que la corrupción se da en los ámbitos públicos y privados, que es la falta a un deber posicional por el imperio del poder, posición aceptada voluntariamente, que se enmascara o se disfraza en el apego irrestricto al reglamento o ley, haciendo uso de una retórica que lo envuelve todo (mala conciencia), y que finalmente la corrupción, en primera instancia, no siempre es inmoral, desde el punto de vista de una moral crítica.
¡Haber!, legítimamente usted se puede preguntar por qué la “corrupción” no siempre es inmoral; sin duda que la aseveración incomoda, ya que manejamos criterios morales que la refutan, y de inmediato; los siguientes ejemplos nos pueden aclarar este asunto: cuando un estado democrático, de libre mercado, monopoliza un fármaco para la sanidad de la población, ¿está siendo corrupto?, si soborno a un torturador para que no cumpla con su cometido de torturar estoy siendo también corrupto, el empresario alemán, en la lista de Schindler, que salvó de morir en el Holocausto a más de mil judíos polacos, empleándolos en sus fábricas, sobornaba a las milicias macis, ¡no era corrupto! , las acciones son moralmente correcto (moralidad contextual de la corrupción). Esta es la ambivalencia en donde se entrampa la concepción de la “corrupción”, el pretexto moral.
Pues bien, ahora vamos a sus causas sociológicas. Desde Max Weber a Robert Merton, sociólogos alemán y americano respectivamente, el fenómeno de la corrupción se da en sociedades capitalistas pre modernas o en tránsito hacia la modernidad. Weber, plantea que todas las sociedades tienen un impulso o anhelo escondido de ganancia, pero que, sin embargo, paradójicamente, el sujeto capitalista sería más bien un ser racional, ordenado, que se preocupa de ahorrar, de carácter austero, que no se pervierte en los negocios, y que por ello inventó la contabilidad, el control de las finanzas, costo y ganancia…
Y al final del siglo XX, Wel y Robert Merton, plantean que el capitalismo contemporáneo experimenta una contradicción insalvable, porque por una parte alienta el respeto irrestricto a la ley y por otra desarrolla una cultura del individualismo, del avasallamiento al prójimo y el espíritu innovador tras un objetivo, especialmente económico. En relación, Merton, enfatiza magistralmente, cuando dice que la sociedad moderna socializa a sus miembros en la prosecución de objetivos que considera importantes, en especial el éxito, y del mismo modo los orienta en los medios legítimos para lograrlos. No obstante, no siempre estos dos aspectos se dan a la par, produciendo la anomia, una especie de desajuste de sus miembros, en relación a los fines a lograr y los medios legitimo para lograrlos, alentando una cultura permanente de la innovación, que no es otra cosa que el abandono de los deberes posicionales. Y de modo extremo, para esta teoría, aparecen las conductas de retraimiento (cuando por cansancio se abandonan fines y medios) y de rebelión (cuando se quiere cambiarlo todo).
Antes de la ciencia sociológica, entre los siglos XVI y XVIII, entre “La Historia de Florencia” de Nicolás Maquiavelo y el “Ensayo sobre la Historia de la Sociedad Civil” de Adam Ferguson, la teoría alude que la corrupción se debe a la prosperidad de las naciones: la especialización del trabajo, el aumento de la población, la expansión del mercado y el hedonismo de las clases industrializadas, porque vendrían estas causas a deteriorar la virtud cívica de sus ciudadanos, aquella virtud ciudadana de “amar más la Patria que la propia alma” (N. Maquiavelo). Nótese. Estas últimas palabras, de forma implícita, establecían que, en especial, las virtudes cívicas, no dependen de la moral, dependen de la humildad, de lo que nos enseña a ser sobrios y de la pobreza material.
Y para qué decir, ¡estimados lectores!, la notabilidad de Aristóteles en su Tratado de Política, al referirse a los deberes de un empleado público, que porque el hombre está lleno de pasiones escribió la ley, la que debieran honrar más que a sus propias convicciones, porque en suma es la máxima racionalidad frente a las flaquezas de los hombres.
(SEGUNDA PARTE: TEORIAS LIBERALES SOBRE LA CORRUPCIÓN)
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