Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura. La época de las creencias y de la incredulidad. La era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación.
Dickens
Para desesperarse no hay una receta ni mucho menos mandamientos, cada subjetividad debe encontrar sus coordenadas, sus umbrales y valores. No temerían tanto los dueños del país a la desesperación colectiva si esta no fuera la promesa más próxima de su caída. Desesperarse hasta explotar de rabia, ante la violencia de quienes dicen defendernos, rabia por la pobreza y la desigualdad, rabia por el descaro de humillar al humillado, por desproteger al desprotegido, por atacar al indefenso.
Nuestra desesperación quema a quien la toca. Reconozcámonos en nuestra desesperación, en sus potencias y posibilidades y abracemos sus medios naturales de expresión.
Basta ya de recetar paciencias y resiliencias, este país necesita romperse, quebrarse y parirse de nuevo. Nos exigen soluciones, formas “proporcionales” y maneras pacíficas. Si querían paz, ¿por qué nos gobiernan con odio? Nos piden aguantar lo inaguantable como destino. No más. Hemos sido arrojados a la angustia, estamos haciendo habitable aquello que, tal vez, no es posible habitar más.
Rabia porque vivimos en un país gobernado por personas que intentan bajo toda costa negarnos nuestra dignidad. Trabajar, estudiar, perseguir algunas metas, crear utopías y jugar a alcanzarlas, no es posible en este territorio bañado de sangre e injusticia, básicamente porque nos tratan peor que a sus enemigos.
Rabia porque las consecuencias de las crisis las vivimos día a día, mientras los ausentes —que dicen gobernar —no podrían vivir un solo día como nosotros transitamos por el mundo. Nosotros somos la crisis, ustedes los culpables.
Rabia porque nos odian, porque no nos reconocen personas.
Rabia de todo lo que representan, rabia de sus represiones y falta de empatía. Rabia de sus intenciones, de convertirnos en víctimas de la historia. No más. Ya no queremos ese reparto y esas posibilidades. Somos víctimas, pero también resistimos y si se descuidan vamos a fundar un país donde sus proyectos no serán bienvenidos. Hemos sido llamados esclavos, proletarios, mujeres, migrantes, estudiantes, afros, zapatistas, rojos, revolucionarios… el nombre es lo de menos; lo que importa es que nuestra multiplicidad no es identificable en la mirada del dominador. Si lo observamos bien, simplemente estamos desesperados buscando nuevas formas de vivir. Su violencia no es equiparable a la nuestra, sus balas nos rompen y la historia y la memoria los juzgarán para siempre.
La masacre está siendo televisada. Ya no más perdón. No vamos a perdonar a quienes nos devastan en nombre del poder. Ustedes que saben de democracia van a conocer de soberanía popular, ustedes que dominan las reformas van a conocer de la acción directa. Somos más grande que su violencia. Su país no es el mismo que el de nosotros, sus problemas no se asemejan al de nuestros semejantes. Si quieren seguir alentando violencia van a conocer la digna rabia paseándose por las montañas y las ciudades.
No hay más política que la de buscar acontecimientos capaces de destruir el continuum de lo posible y trastocar la realidad.
¿Quieren saber quiénes somos? Somos la acción conjunta, cuerpos invisibles para sus políticas, sacos de boxeo de sus animales de defensa, cuerpos que no le importan al Estado, somos los nadie, somos los pobres, los indignados, los sin sueños, somos el impulso fundamental de la dignidad de un país, somos los que demandan empleos, vivienda, atención a nuestra salud, somos los sin futuro, los desesperados, somos los precarios, somos su pesadilla, somos desesperación.
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