Antonio Gramsci y la filosofía política actual.

A la memoria de Rosa Luxemburgo,

 a los cien años de su asesinato.

 

La filosofía política actual ha visto un inusitado renacer del pensamiento del filósofo italiano Antonio Gramsci.  Conceptos como sociedad civil, ideología, intelectual orgánico, reforma intelectual y moral y, muy especialmente, el de hegemonía, hacen parte del vocabulario político de movimientos como Podemos en España y de parte de la izquierda latinoamericana. Incluso la derecha se ha apropiado de parte de su pensamiento. ¿A qué se debe esto? La respuesta es sencilla: esos conceptos se han convertido en herramientas teóricas importantes a la hora de pensar la elaboración de ideologías coherentes, la obtención del consenso social, la transformación del sentido común, la organización militante, la acción política y el logro de la hegemonía social, donde un proyecto político logra el apoyo de la mayoría (hegemonía), así sea de manera transitoria.

En interpretaciones actuales de su pensamiento, como las del recién fallecido pensador argentino Ernesto Laclau o de la filósofa belga Chantal Mouffe; en las del filósofo colombiano Santiago Castro-Gómez, entre otros, no se trata ya de la materialización del comunismo por parte de la clase obrera, sino de luchar por la construcción de una voluntad colectiva para radicalizar la democracia. A mi juicio, esta reinterpretación gramsciana, complementada con lo más selecto del pensamiento crítico actual, permite formular un constructivismo político, donde la diversidad y la diferencia propias de la sociedad actual y sus actores, tienen plena cabida y se constituye en una herramienta fundamental a tener en cuenta en los procesos políticos y electorales.

A mi juicio, los siguientes doce puntos- en estela gramsciana, aunque no exclusivamente- condensan una apuesta democrática, constructivista y vitalista. Veamos estas tesis de manera simple:

1º. El hombre hace la historia, puede cambiar la realidad en la que vive, tal como pensó Gramsci, quien sostuvo: “La historia como acaecimiento es pura actividad práctica”, es decir, la voluntad del hombre produce transformaciones, no sólo en el nivel económico, sino en el nivel cultural, intelectual y moral. Tener conciencia de la historia como creación típicamente humana es un punto de partida fundamental para evitar la indiferencia, la resignación, el conformismo y la claudicación ante el presente, pues el porvenir siempre es abierto.

2º. La contienda por el poder y por ganar la dirección de la sociedad se da no sólo a nivel de la sociedad política (parlamentos, sistema electoral, poder ejecutivo) sino especial y principalmente en el campo de la sociedad civil, es decir, en las organizaciones políticas, sindicales, educativas, grupos ambientales, movimientos pro LGBTI, grupos religiosos, movimientos culturales, organizaciones u ONG´s en defensa de los derechos humanos, etc., es decir, en el seno de la sociedad misma. La sociedad civil es l campo de batalla ideológico por la obtención del consentimiento y el consenso.

3º La política consiste en disputar el sentido común (opiniones, creencias, supersticiones, prejuicios, valoraciones, en fin, la concepción del mundo de la gente) de la sociedad. Para ello, se requiere partir de lo “que hay”, criticarlo, elaborarlo y “superarlo” en una visión nueva (o nueva concepción del mundo) que se debe difundir y consolidar por medio de la propaganda, la discusión, la seducción, la persuasión, etc. La política es el arte de seducir y convencer, como pensaba Gramsci, de tal manera que los nuevos intereses de un grupo o partido, se impongan en la mayoría de la sociedad y reciban el respaldo de la gente. En eso consiste que una determinada idea, visión del mundo o programa político se torne hegemónico, tal como en el horizonte de Ernesto Laclau.

4º. Sustituir una vieja concepción del mundo, por ejemplo, la neoliberal, basada en el darwinismo social, el exitismo, el egoísmo, la competencia, la destrucción de la naturaleza, la mecanización de los procesos vitales en la sociedad del frenesí, etc., requiere deconstruirla y sustituirla por un nuevo sentido común, que, por ejemplo, esté afincado y constituido por otros valores y prácticas. Se trata de una rebelión de los instintos vitales contra la tanatopolítica y la creación de nuevas formas de vida. Éstas pueden recoger y aprender de la tradición, recoger los sedimentos revolucionarios y los restos de libertad y dignidad aún no realizados en la historia de las luchas emancipatorias, como pensaron algunos miembros de la Escuela de Frankfurt.

5º. Destruir el sentido común de la clase dirigente, oligárquica, señorial, aristocrática, corrupta, etc., y cambiarlo por una concepción del mundo que defienda lo común (tierra, agua, aire, conocimiento, intereses colectivos) toma tiempo, y requiere trabajo con las “gentes sencillas”. Para lograrlo, es necesario el trabajo social, la militancia, la educación popular, el trabajo en cultura política, pues las ideas progresistas, novedosas, etc., no ganan la aprobación de la gente de un momento a otro.

6º La lucha política implica la construcción de un adversario, que, a diferencia del enemigo, se lo respeta, considera y asume como un interlocutor válido. El adversario representa un orden que fenece, que ha producido un orden social que se encuentra en crisis orgánica, pues ya no responde a las necesidades de la gente. Es ese viejo orden el que se debe criticar, deconstruir, superar y vencer en la lucha por la construcción de las hegemonías políticas. Ese adversario es, comúnmente, la clase dominante, oligárquica, corrupta, despótica y nepotista que ha consolidado una hegemonía utilizando los “aparatos ideológicos del Estado” (Althusser) y que ha logrado convertir su ideología en una encarnación viviente, esto es, que la ha naturalizado.  

7º. En la lucha antagónica por la hegemonía es fundamental el papel de los intelectuales, de los estratos más conscientes, en pleno contacto con la sociedad. Es así como se puede elaborar, en la retroalimentación con los sectores subalternos, una visión más coherente y sistemática de la realidad. Por eso, los intelectuales son fundamentales en la construcción de la ideología, entendida no como falsa conciencia, sino como un conjunto o sistema de ideas que tienen poder real para la definición y la movilización en pro de la construcción de una nueva concepción del mundo. Aquí, la ideología es el cemento o pegante ideológico que cohesiona a los grupos que representan las alternativas políticas. Sin ideología no hay, entonces, hegemonía.

8º La definición del adversario, la construcción de un relato alternativo sobre el ser social, el proyecto cultural y moral, la construcción de ideologías, la educación, el diálogo de los intelectuales con los subalternos, etc., fundamentan cierto “constructivismo político” donde es posible mediante procesos de articulación política, construir una universalidad donde quepan los intereses comunes, las reivindicaciones y las demandas de los distintos sectores y actores de la sociedad civil. Esto sin desconocer a las minorías.  Desde esta perspectiva se construye desde abajo hacia arriba, hasta lograr devenir clase dirigente de la sociedad. Esa dirección no es más que la suma de un máximo de consenso y un mínimo de coerción si se pretende legítima.

9º. La construcción de hegemonías es una tarea permanente, pues ésta nunca es absoluta, ni totalizante, de tal manera que no clausura lo social, ni totaliza la realidad; mucho menos elimina una de las características fundamentales de las sociedades actuales: el conflicto y el antagonismo. Aquí no hay paraísos, ni fin de la historia, sólo un devenir conflictivo de lo social. Desde este punto de vista, se revoca el acta de defunción de la historia que Francis Fukuyama proclamó pletórico de optimismo el siglo pasado en su libro El fin de la historia y el último hombre.

10º. El objetivo es construir sociedad civil. Sólo así se puede radicalizar la democracia, radicalización que consiste, por un lado, en la creación de instituciones que materialicen y garanticen la libertad, así como los derechos ganados; y, por el otro, el control democrático del Estado y sus decisiones. Aquí la participación política y la fiscalización de la actividad gubernamental es fundamental, pues el poder es considerado como potestas o poder delegado (Enrique Dussel) que en ningún momento escapa a la veeduría y fiscalización de la sociedad y de la comunidad política; es decir, es la ciudadanía activa y participativa la que evita la fetichización del poder.

11º. Los programas alternativos deben alimentarse de las distintas apuestas del mundo, de los aportes de los intelectuales críticos latinoamericanos, africanos, asiáticos, europeos, sin perder de vista el constructivismo y la necesidad de la articulación política para construir un mundo común, diverso, rico, donde quepamos todos.

12º. Esta apuesta política no puede perder de vista estos dos sub-principios: a) la vida biológica es la condición de posibilidad de la vida humana y b) el fin de los sistemas sociales y políticos es garantizar, en la mayor medida posible, en condiciones de libertad, justicia y dignidad, la realización de la pluridimensionalidad humana para todos los habitantes del planeta.

Estos puntos sustentan la convicción de que el hombre produce, reproduce y crea sus propias condiciones de existencia y de que la lucha por la vida digna y gratificante, es la principal tarea que tenemos hoy, sino que queremos que la empresa humana fracase.

 

Por: Damián Pachón Soto.

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Damián Pachón Soto

Profesor Escuela de Trabajo Social, Universidad Industrial de Santander. Ha sido profesor invitado en varias universidades nacionales y extranjeras, ente ellas, la Universidad Nacional de Colombia, La Universidad de Antioquia, El Instituto Cervantes de Tokio, La Universidad de Nanzan en Nagoya y la Universidad de Estudios Extranjeros de Kobe en Japón. Autor de varios libros, entre ellos: Estudios sobre el pensamiento colombiano, Vol.1, Estudios sobre el pensamiento filosófico latinoamericano, Preludios filosóficos a otro mundo posible, Crítica, psicoanálisis y emancipación. El pensamiento político de Herbert Marcuse (2a ed.).

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