Anatema

Se encendían las alarmas de aquel fatídico 21 de noviembre, con la posible salida de Paz Ventura del hospital psiquiátrico de la ciudad donde pagaba su condena. La misma mujer cuyo nombre era totalmente disonante con quien era realmente, pues si algo la caracterizaba, es que su vida no era para nada un remanso de paz, ni mucho menos venturosa; tanto, que hasta la iglesia a la que pertenecía, la excomulgó en virtud de la atrocidad que había cometido 20 años atrás. Ante tal situación, Alondra Castillo tomó la decisión de solicitar cuanto antes una entrevista con la que fuese catalogada desde mucho tiempo atrás como “La Triste Fratricida”.

Alondra era una periodista aguerrida, soñadora y muy sagaz, capaz de lo que fuera con tal de obtener una exclusiva para su columna quincenal en el diario El Refugio, y la cual trataba sobre situaciones que, si bien no podrían etiquetarse como paranormales, se salen de cualquier contexto de lo que podría considerarse como común o habitual. Leer los escritos de Alondra, fuera de que sobresalían por su impecable redacción, resultaban apasionantes, muy a pesar de algunas de las abrumadoras historias que esta genio de la pluma compartía en el espacio que le correspondía dentro del portal para el cual trabajaba…

Pronto, recibió aquella llamada telefónica que tanto estaba esperando, y en la que le confirmaron que efectivamente, podría ir hasta la estancia en la que Paz Ventura había permanecido las últimas dos décadas.

Eran las 10 de la mañana del viernes siguiente al día en el que se anunció oficialmente que Paz Ventura se encontraba supremamente cerca de recibir su indulto. Así, Alondra tomó su Volvo y se desplazó hasta el hospital psiquiátrico de la ciudad. Dicho lugar, una construcción de arquitectura republicana antiquísima, aunque muy bien conservada, albergaba no solo a personas con múltiples trastornos y enfermedades de carácter mental, sino también, a maquiavélicas mentes criminales que, debido a lo que padecían, constituían un riesgo incluso para los más peligrosos reos. Para ellos, dos pisos por debajo del nivel de la tierra, se había acondicionado un impresionante búnker que obedecía a los más estrictos protocolos y controles de seguridad, aplicables tanto para el personal de salud y otros que allí laboraban, como para visitantes. Paz estaba en una de las habitaciones almohadilladas del segundo nivel hacia abajo. En el momento en el que Alondra llegó al hospital, ya se encontraba en la entrada principal, esperándola el médico a cargo de Paz Ventura, Santiago Arrázola.

–¿Es usted Alondra Castillo? –le preguntó el médico.

–Sí, soy yo. Como sabrá, tengo una entrevista con Paz Ventura –respondió determinada y emocionada a la vez.

–Curioso que una mujer tan bella y reconocida por los temas que suele tratar en un diario como El Refugio, quiera retomar una historia que es bien conocida aquí y en toda la región, ¿acaso no existen historias más actuales en las qué usted podría profundizar? Realmente, no sé qué interesante pueda aportarle la misma Paz Ventura, porque si algo siempre llamó la atención de ella es que nunca representó un problema para nadie en este centro médico.

–Le agradezco por sus elogios señor Arrázola. El asunto es que, siento, y no me pregunte el por qué, que más allá de lo que se ha dicho los últimos 20 años, aún hay una parte de la historia que no ha sido contada.

–¿Será?

–Créame que sí. El caso siempre me ha parecido muy particular, más todavía porque yo a Paz la conozco desde que éramos niñas.

–Ya entiendo por qué cuándo le dije que se trataba de usted, ella sonrío casi susurrando: “Qué bueno que quieras verme vieja amiga”, y luego profirió: “¡Acepto encantada el recibirla!”

Alondra sonrió también al escuchar las palabras del médico Arrázola, una vez debió seguir una parte de los protocolos de ingreso al hospital (el médico junto con un grupo de unos cuantos enfermeros, la escoltaron hasta el segundo piso bajo la tierra). Allí, Alondra debió almacenar en un casillero todo aquello que podría ser utilizado como un arma por el paciente (alhajas, llaves, lapiceros, y otros objetos puntiagudos o cortopunzantes), no obstante, supo camuflar muy bien su celular para poder luego, escuchar la grabación de aquella entrevista que se disponía a hacerle a la que fuera una amiga de la época de la infancia y parte de la adolescencia. Debió ingresar a aquel recinto con un traje similar al que usaba el personal de salud que trabajaba en el hospital (para fines de preservar su integridad individual).

–Para qué tantos protocolos ¿no se supone que Paz es una de las mejores pacientes que ustedes han tenido? –preguntó Alondra a una de las enfermeras.

–Sí, sin duda. Lo que pasa es que, hasta el más estable y tranquilo de los pacientes, en momentos determinados puede actuar mal. Independiente de que usted ya la conozca, y ella hasta ahora haya sido inofensiva, no implica que debamos dejar de tomar las medidas pertinentes –le respondió.

Después de escuchar esto, Alondra consintió sin titubear y se dispuso por fin a entrar a la celda donde se encontraba Paz, mientras, el personal médico y de seguridad, ingresaban en un cuarto contiguo a esa cámara, y que no solamente se separaba de esta por una pared, sino por una ventana desde donde serían observadas y que, en el ámbito de Paz, se visualizaba como un espejo blindado o antirupturas. Por fin se dio ese momento que tanto ansiaba Alondra, no solo porque una vez más, lograría algo que anhelaba hace mucho: reencontrarse con alguien que, de alguna manera siempre había sido parte de su vida, sino porque también aguardaba una historia que sentía iba a tener mucho éxito, y que, por supuesto, sería contada por ella.

–¡Mira tú! ¡A ti también te hacen vestir como si fueras una enfermera más! –exclamó Paz, una vez Alondra estuvo frente a ella.

–Se supone que es por un asunto de protección, ya que, por muy tranquila que hayas demostrado ser hasta ahora, seguías siendo considerada una rea peligrosa –respondió.

–Es un gusto volverte a ver. Esperaba que estuvieras radiante y esbelta como siempre, pero superaste mis expectativas Alondra Castillo, si algo siempre te caracterizó fue el ser una mezcla casi perfecta entre belleza, inteligencia y buena persona.

–De verdad te agradezco por tus palabras, no me cabe duda de su sinceridad. ¿Sabes por qué estoy acá? ¿verdad?

–Para, fuera de verme, ganar unos cuantos centavos con lo que hoy te voy a decir.

Alondra no pudo evitar dibujar una sonrisa en su rostro ante lo dicho por Paz, al tiempo que se las ingeniaba para activar la opción de grabación en su teléfono celular, el cual, estaba muy bien camuflado entre su ropa interior.

–Siempre tan sincera Paz, y siempre tan radiante, además. Por mucho que te llamen “La Triste Fratricida”, tú de triste no es mucho lo que has tenido, aunque claro, momentos de tristeza todos hemos tenido, y seguiremos teniendo.

Alondra, se dirigía con dulzura hacia su vieja amiga, en ese espacio que impresionaba tanto, y sobre todo por el contexto: una alcoba con acolchados blancos, y en una de sus esquinas, una mujer sentada cubierta casi por completo por una camisa de fuerza, a pesar de que, en lo absoluto, parecía ser una psicópata o una criminal de lesa humanidad.

–Ya sabes Alondra, son calificativos producto de la emotividad de un momento o de un tiempo, y pues también esto que ves, son reglas, y las reglas únicamente se rompen cuando estas son contradictorias con tus principios y valores. Alguna vez leí por ahí que: “Cuando la ley y la moral se contradicen, uno se encuentra ante la cruel alternativa de perder la noción de moral o perder el respeto por la ley, dos desgracias igualmente grandes entre las cuales es difícil elegir”.

Tan convincente y serena se escuchaba Paz, que era casi impensable imaginar que por 20 años había sido tratada con medicamentos y terapias que buscaban recuperar sus posibles trastornos mentales, los que la habían conducido a hacer lo que hizo. Alondra se acercó mucho más a su amiga de la niñez, y dio pie a la que sería la inspiración para, probablemente, su mejor columna.

–¿Qué pasó realmente?

–¿Qué pasó?, bueno, ya tú sabes, Raquel Angarita, mi mamá, y José María Ortiz, mi novio, fueron asesinados “calculadora y vilmente” como catalogó el juez que me sentenció a este encierro, por mí.

–¿Te sentenció? La que se sentenció a sí misma fuiste tú, y no por lo qué hiciste y cómo lo hiciste, sino porque una vez pasó todo, llamaste de inmediato a la policía. Dime entonces, ¿por qué te entregaste a las autoridades?

–Porque era lo correcto. Independiente de que yo tuviera alguna razón para matarlos como lo hice, un crimen es un crimen. Acá no aplica eso de “ira e intenso dolor”, ya que lo que hice, lo hice con mucho tacto. Cada paso que di formaba parte de un plan que llevé a cabo de forma magistral, vergonzosa eso sí, pero magistral, al fin y al cabo.

Era extraña la sensación que producía Paz en Alondra, sus confesiones no estaban basadas en el cinismo, sino en una profunda y absoluta sinceridad. Paz estaba exhortando, nada más.

–¿Por qué lo hiciste? –Alondra prosiguió.

–¿Por qué no debía hacerlo? –expresó Paz con intriga.

–Te pido que por favor no empieces con tus juegos retóricos, no juegues conmigo tal cual lo hacías conmigo como cuando éramos niñas. Tu historia debe ser revelada, pero desde la verdad, no desde las percepciones equívocas que todos tienen de ti. Dime las cosas como son y dejémonos de rodeos.

–También lo hice porque era lo correcto –contestó.

–¿Era correcto matar a tu madre y a tu novio? Paz, tenías 15 años, tenías toda la vida por delante.

–Precisamente porque tenía toda la vida por delante, debía hacerlo. Y el mundo, por más difícil que pueda ser a veces, no merecía que dos personas tan miserables le restaran oxígeno a los que sí pueden hacer de este un lugar mejor.

–El que fueran malas personas, no te daba derecho a quitarles la vida.

–Tienes razón, pero también cuando alguien pasa por encima de otros, automáticamente pierde todos sus derechos como ser humano. Eso pasó con mi mamá y con José María, pasaron por encima de mí.

–Momento ¿pasaron por encima de ti?

–Sí. Escucha con atención.

Alondra se acomodó sobre uno de los tantos cojines que albergaba la celda (total, era una alcoba acolchada), a escuchar lo que Paz tenía para ella, y cada vez, más cerca de su presencia.

–Yo estaba muy enamorada. ¡Muy! José María fue el primer varón que me hizo sentir que valía la pena ser mujer. De hecho, a nadie más he visto de esa manera. No la pasábamos increíble. Desde ir a comernos un helado, ir al cine, hasta salir un fin de semana completo en una finca en medio de la nada, todos, absolutamente todos los planes, eran para mí un deleite. Me entregué fácilmente a él, en cuerpo, alma y espíritu, tanto, que no me importaba perderlo todo por él ¡Hasta el fin del mundo me hubiera ido de habérmelo pedido! precisamente por eso es por lo que él ahora ya no está.

–Estás queriendo decirme, qué… ¿Lo mataste porque lo amabas profundamente? –preguntó Alondra con tono de desconcierto.

–Más que porque lo amaba, se debió a la traición de la cual fui objeto. No sé si sabías, pero yo estaba embarazada de José María.

–¿Qué? –preguntó Alondra impresionada por semejante confesión, pues nunca se imaginó que el vínculo entre ella y José María pudo ser tan, pero tan fuerte…

–Así como lo oyes. De hecho, el estar esperando un hijo fue lo que desencadenó lo que siguió, y nada tenía que ver nuestra edad. José María tenía 18 años y yo 15, pero él, a pesar de ser tan joven, ya contaba con una capacidad para seducir que muchos hombres mayores desearían tener, y a eso añádele el hecho de que era sumamente guapo y, como era un deportista consumado, no sé si recuerdas que tenía un cuerpo al que era imposible resistirse.

–Si lo recuerdo. Era un hombre sumamente bien puesto…

–Tan sumamente bien puesto que, paralelamente a la relación que él sostenía conmigo, le gustaba meterse en las noches en las sábanas de mi mamá ¡Y con mi mamá!

–Momento ¿tu mamá y José María eran amantes?

–No, esa no era una relación de sexo efímero y pasajero. Esa relación era aún más trascendental que la que él y yo teníamos. Su mujer realmente era la Sra. Raquel Angarita. Yo era la otra.

A pesar de que, el relato de Paz tenía un dejo de indignación y aún el recordarlo, evidentemente le generaba dolor, Paz era incapaz de perder los estribos. En ningún momento entre ella y Alondra, las cosas se salieron de control, todo siempre se mantuvo en orden. Luego, Alondra preguntó:

–¿Cómo te diste cuenta de eso?

–Porque los vi, justo la noche que yo acababa de llegar a mi casa, después de estar varias horas en una clínica con motivo de un legrado ¡Sí Alondra! Yo perdí a mi bebé, y lo peor es que los médicos que me atendieron ese día me dijeron que posiblemente jamás volvería a ser madre. –Para Paz fue imposible no derramar unas cuantas lágrimas en ese momento. Ya para ese instante, ella y Alondra estaban tan cerca, que lo mejor para ella fue unirse en un abrazo con su amiga de toda la vida… Una vez se calmó, que fue por poco tiempo, continúo con su relato.

–Cuando sorprendí a José María haciéndole el amor a mi mamá, que, por fortuna, ellos no notaron que yo los estaba viendo, escuché, con un cinismo que jamás había escuchado y percibido en otro ser humano, José María le decía a mi mamá la manera en la que él se había percatado de que las personas que contrató para que me golpearan brutalmente, hicieran todo lo posible para que yo no tuviera a mi bebé.

Con la voz entrecortada, y nuevamente sin poder contener el llanto, Paz volvió hacia Alondra buscando consuelo… Minutos más tarde, le pidió que le secara las lágrimas con lo que tuviera a la mano, para que por fin diera por terminada aquella lamentable historia.

–Sentir que probablemente nunca más volviera a ser madre, no fue lo peor de todo. Lo peor de todo fue que ambos celebraran que yo en ese momento estaba, no solo con las entrañas hechas pedazos, sino también por fuera. Ambos se reían y festejaban que podían seguir viviendo su amor sin ningún problema, que yo ya no representaba un obstáculo para su felicidad. ¿Te imaginas que macabros planes tenían conmigo? lo siento Alondra, pero yo no podía darles esa licencia; por mí y por mi bebé, ellos no podían ganarme, aunque yo tuviera que pudrirme en la cárcel, me quedaría la satisfacción de no dejar en el mundo un par de escorias de ese nivel y de que no me hicieran nada malo. ¿Tú crees que yo imaginaba que, a la salida del colegio, había una banda de hampones que se abalanzarían sobre mí sin yo saber el por qué? porque según la forma en que José María y la Sra. Raquel hablaban, era probable que tuvieran en mente mi muerte también.

Tras un leve silencio, Alondra dijo:

–Me dejas sin palabras Paz. No sé qué decirte. Es más que comprensible tu decisión de haberles quitado la vida, ¿qué pasó después? porque cuando tú los mataste, recuerdo que aún era de día.

–Al día siguiente, que era sábado, no sé de dónde saqué fuerzas para levantarme y querer homenajearlos con un almuerzo especial. Si no lo has olvidado todavía, yo siempre tuve excelentes habilidades culinarias –Alondra asentía a lo que decía Paz–. Entonces, decidí preparar un menú que recordaran para siempre, más porque a ambos les encantaban las pastas, y también se me ocurrió acompañarlo con carnes a la pimienta, ensalada fresca, un buen postre, y una copa de vino… –se dirigió hacia Alondra más cerca aún, como con intención de susurrarle al oído– Y en las copas de vino para Raquel y José María, añadí unas gotitas de lejía, aunque la verdad si se me fue un poco la mano, aprovechando que tal producto es libre de sabor… Y el resto es historia querida.

–No, espera, el resto no puede ser historia, ¿acaso no les reclamaste lo que te habían hecho? –le preguntó Alondra.

–Desde luego que lo hice, mientras los dos se retorcían de dolor a causa de haber sufrido intoxicación por ingesta de hipoclorito de sodio. Un dolor semejante al que yo padecí cuando ese grupo de trúhanes que ellos habían contratado, me arrancaron una parte de mí. No se merecían menos, su vida a cambio de la de un inocente… Y, ya después de eso llamé a la policía para entregarme, no sin antes percatarme de que ninguno de los dos estaba respirando.

–¿Sabes que el Sr. Juan Pablo Ortiz está usando todos los medios posibles para evitar que tú salgas de acá?

–Mi exsuegro es un hampón al igual que su hijo. Lo más seguro es que esté poniéndole precio a mi cabeza, pero, tú vas a contar la historia, con muchas otras historias más que tengo para ti sobre la flamante familia Ortiz Andrade… Sabes que todo esto que hice, fue de lo mejor que me ha pasado en la vida, no solo porque aprendí a darme valor como nadie, sino porque le perdí el miedo a todo, y ahora más que nunca quiero vivir y quiero siempre andarme con la verdad por todo y para todo.

Tras concluir su historia, Alondra abrazó a su amiga, no sin antes agradecerle y desearle lo mejor del mundo, esperando, además, que una vez el indulto se hiciera efectivo, se vieran y compartieran juntas en total libertad. Alondra se retiró del lugar, recuperó sus pertenencias arrebatadas temporalmente, volvió a su ropa, y se preparó para salir del lugar de donde pronto Paz Ventura saldría. Salió rumbo hacia su trabajo, a comenzar a redactar una magnífica historia que pronto todos conocerían, y según lo que le dijo Paz, no sería la única.


Notas:

  1. SOBRE LA OBRA EN LA IMAGEN DESTACADA: de Goya y Lucientes, F. (1814-1816). Auto de fe de la Inquisición [Óleo sobre tabla]. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando: RABASF, Madrid España. https://www.realacademiabellasartessanfernando.com/goya/goya-en-el-museo-de-la-academia/.
  2. Este cuento se publicó por primera vez en la antología literaria Cuando la muerte llama (ITA Editorial, 2021), y en nuestro medio aliado El Bastión.

Cristian Toro

Cafetero. Ingeniero Electrónico de la Universidad Nacional de Colombia Sede Manizales y Especialista en Gerencia de Proyectos de la Escuela de Ingeniería de Antioquia (EIA). Socio, administrativo y docente de Kumon Alto de Las Palmas: franquicia educativa que imparte una metodología de estudio japonesa como complemento para que niños y jóvenes mejoren su nivel académico.

Editor Ejecutivo (EIC) de El Bastión y Revista Vottma, miembro fundador de la Corporación PrimaEvo y del movimiento Antioquia Libre & Soberana, y columnista permanente de Al Poniente y el portal mexicano Conexiones. Afiliado al Ayn Rand Center Latin America y colaborador de organizaciones como Fenalco Antioquia, The Bastiat Society of Argentina y México Libertario.

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