Mateo 7:6: “No deis lo santo a los perros,
ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos,
no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen”
¡Amigos en el espíritu de las artes! Hace un tiempo atrás escribí, “un poema nace, cuando el poeta recibe un impacto de la realidad… ¡y ésta la agrede!”. Les aclaro amigos, aquí la palabra “agrede”, no necesariamente tiene una connotación violenta ni de causar dolor, herir… Es tan sólo, una imagen, un color, un recuerdo, una sutil sensación de la realidad que nos palpa, y nos sirve de pretexto para escribir.
Sin duda que el arte, desde su progenitura les sirvió a los hombres para echar a volar su imaginación y crear un mundo “superfluo”, único para ellos; también sin duda, este mundo es un vehículo para escaparse de la cruda realidad de su repertorio de necesidades básicas, ya que el hombre se proyecta más allá de un simple “estar en el mundo”; persevera todos los días para escalar un peldaño más que lo aleje de su animalidad, ¡porque ésta condición sí que lo agrede brutalmente! En suma, el hombre busca incansablemente humanizarse.
Desde la Venus de Willendorf datada entre los años 27.500 y 25.000 a. C), las numerosas pinturas rupestres del paleolítico temprano al complejo megalítico de Stonehenge, dólmenes y menhires, en Inglaterra, el hombre prehistórico, refugiado en las cavernas de sudar, alrededor de una hoguera, a la intemperie gélida o calcinante de un páramo, o ante la magnificencia de la noche estelar, poníase a la tarea de hacer arte, dejar plasmado, especialmente en la piedra su humana impronta; y para qué aludir a las magníficas y colosales construcciones de la antigüedad, al arte gótico, al renacimiento, al expresionismo, al arte de la vanguardia… en todas sus expresiones, nos faltaría tiempo y espacio para atrevernos a semejante línea de tiempo.
Pues bien, para la razón, no resulta difícil advertir que la obra de arte es consustancial al ser humano, ha estado presente siempre y la seguirá estando, en un lugar de privilegio, porque le es una necesidad del alma, considerada como una de las maneras más preciadas de evadir el dolor, el tedio, muchas veces la angustia de sentir “la nada”: la muerte, como la posibilidad absoluta de todas las posibilidades. Asimismo, valorada por representar un tiempo singular del ímpetu que desafía a la sensibilidad humana.
Sin embargo, durante la historia, la nobleza del arte se ha visto opacada e incluso destruida por la estupidez del mismo hombre; como en el año 455 antes de Cristo, cuando vándalos (un pueblo germano de Europa central) invadieran Roma y destruyeran numerosas piezas de arte; y en nombre de dios, en el medioevo, cuando rodaban del cadalso las cabezas de los artistas, entre otros…, y sus obras eran quemadas en gigantescas piras, ante la muchedumbre, por herejía; el saqueo del patrimonio y de los museos europeos por los nazis durante la II Guerra Mundial, y la no menos vergonzosa pérdida de celebres colecciones pictóricas durante la Guerra Civil española. De estos nefastos acontecimientos, por nombrar algunas obras violentadas por la insensatez:
“La Ronda Nocturna” de Rembrandt, “La Piedad” de Miguel Ángel, “Mona Lisa” de Leonardo da Vinci, “La Venus del espejo” de Velásquez. Y en la historia, suma y sigue…
Y para coronar este desquicio que muy de cerca nos toca, obligándonos a reflexionar, en los acontecimientos vandálicos que sufrieran recientemente las “gordas” del insigne maestro Fernando Botero, obras escultóricas, patrimonio de la ciudad de Medellín, arte prestigiado en todo el mundo por su singular belleza estética, en sus voluptuosidades intuitivas, en su sinergia figurativa-expresionista y en sus “creaturas” de una mística nacida de la conciencia…, nos viene a la memoria un estallido mortal, acaecido un sábado 10 de junio de 1995, 9:20 p.m., Parque San Antonio, de aquel “Pájaro Herido” que todavía sangra por la insensatez de los hombres. No obstante, el mismo pájaro herido levanta vuelo y renace, igual que aquel en el mito griego.
No se conoce el remedio para la estupidez, incluso sólo pensarlo se considera intrascendente; pero, muchas veces adquiere dimensiones mortales y cobra relevancia y seriedad sumos.
Lamentablemente, los comportamientos estúpidos son cotidianos, estos acostumbran perturbar la funcionalidad de una sociedad toda, atrofiando gravemente el pensamiento humano. Y si una sociedad no aprende o no reprende este fenómeno, muchas veces criminal, gana espacios insospechados y, lo peor, establece su imperio de destrucción.
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