Algunas consideraciones sobre el fumar y su ritual

Juan Camilo Parra Avila

“En el siglo pasado los cigarrillos se convirtieron en un símbolo de sofisticación y estatus, fueron promocionados en películas y respaldados por todo tipo de celebridades. Sin embargo, a medida que avanzaba la investigación médica, surgieron advertencias sobre los peligros para la salud asociados con el tabaquismo”.


La primera vez que fumé un cigarrillo en mi vida fue a los 10 años. Más que por buscar un refugio en el acto del fumar, fue por simple curiosidad. Quería sentirme grande y el mundo me exigía crecer apresuradamente. Desde esa época hasta hoy ha crecido en mí una especie de amor-odio con los cigarrillos. El acto de fumar es una práctica que se remonta a siglos atrás, cuando las civilizaciones antiguas encendían hierbas y plantas para vincularse con lo divino. En los libros de historia se registra que los primeros fumadores fueron de los antiguos mayas y aztecas en América. Ellos quemaban el tabaco en ceremonias religiosas y rituales curativos. Tenían un compromiso que hoy veo se ha banalizado en un despropósito cotidiano y natural.

La llegada de Cristóbal Colón a América en 1492 marcó lo que para mí sería el comienzo de la banalización de este hermoso vicio. Después del “descubrimiento de américa” el tabaco fue llevado a Europa y rápidamente se convirtió en una mercancía valiosa. A lo largo de los siglos, el tabaco fue refinado y procesado en una variedad de formas, desde pipas hasta cigarros enrollados a mano. Ahí todavía conservábamos como hombres modernos una especie de respeto al tabaco. No fue sino hasta el siglo XIX, con la invención de la máquina de hacer cigarrillos, que se aceleró la producción masiva y dio inicio a la era del cigarrillo tal como lo conocemos hoy.

En el siglo pasado los cigarrillos se convirtieron en un símbolo de sofisticación y estatus, fueron promocionados en películas y respaldados por todo tipo de celebridades. Sin embargo, a medida que avanzaba la investigación médica, surgieron advertencias sobre los peligros para la salud asociados con el tabaquismo. A pesar de las crecientes preocupaciones sobre el cáncer y las enfermedades pulmonares, el cigarrillo se mantuvo arraigado en nuestra cultura popular.

Pese a todo las restricciones contra el tabaco que se incrementaron en siglo XX, la publicidad y la implementación de advertencias en los paquetes nos hacía dar cuenta de lo peligroso que podía llegar a ser aquella práctica ancestral. Sin embargo la publicidad en contra no dio en el punto crítico del asunto: nuestra pulsión de muerte. Las pausas que tomamos en nuestros días para fumar se convierten en momentos de reflexión y escape. Los grandes escritores e intelectuales nos enseñaron que pese a todos los peligros fumar es sorprendentemente un aliado emocional, éste nos ofrece una sensación de control, un ritual de vinculación y una muleta emocional que nos apacigua el caminar en nuestra vida. El humo se eleva, pero el apego persiste. En nuestros días acelerados, fumar nos confronta con una realidad cruda: somos mortales. Cada inhalación, cada calada, nos recuerda que la enfermedad acecha. Este acto pausado nos obliga a considerar las consecuencias, un recordatorio de nuestra vulnerabilidad en un mundo que no espera.

Por eso no entiendo cómo las personas fuman en cualquier momento del día. Fuman al salir a trabajar, trabajando, saliendo de trabajar, esperando el bus, caminado por cualquier calle, yendo a la universidad, etc. Los cigarros se nos han vuelto una extensión de la conciencia, una proyección de nuestra personalidad y por ello es un despropósito natural y cotidiano. Pobrecito mi cigarro, ha perdido su divinidad. Desde los 10 años fumo esporádicamente y desde esa edad siempre lo he hecho bajo un ritual hermoso y solitario. Ya no por un afán exterior sino por un respiro a mi juventud que no se adapta. Fumo como un ritual porque esa es nuestra tradición y porque conservarla es resistir a nuestro nuevo orden como sociedad.


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Juan Camilo Parra Avila

Soy filósofo de la Universidad Industrial de Santander, escritor y gestor cultural en El Cocuy Boyacá. Director de la editorial independiente Espeletia Ediciones y representante legal de Los Eudaimones, empresa filosófica y cultura.

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