“Como sacada de un libro de historia, con carencia de proeza y en la ominosidad condenable, se cimientan las disputas territoriales por la hegemonía, y el control desmesurado del uso de la fuerza para un fin que ha perdido legitimidad a través de los medios utilizados. Entender el horizonte y el itinerario del conflicto armado colombiano, es una tarea para los más valientes…”
Ismail Kadaré, un escritor albanés, narra en su libro: “El Palacio de los Sueños” (1989), una crónica sobre un joven de familia real albanesa; vástago de los Quyprilli, que ingresa a una de las Instituciones más importantes del Imperio Otomano, encargada de vigilar los sueños de todas las personas dentro de los confines del Estado, para evitar una posible sublevación o derrocamiento del Sultán. Ismail, en esta obra, plasma y hace una de las mejores alegorías del poder Totalitario y déspota, que se presenta de múltiples facetas, para al final, perseguir el mismo propósito.
El Despotismo y el uso excesivo de la fuerza, debilita la democracia, y deslegitima análogamente a las Instituciones dentro del Estado, a tal punto de padecer una “Crisis institucional”. Anunciar su advenimiento, es un síntoma claro del endeble andamio a punto de caer, que sujeta a la participación ciudadana y los principios de la democracia, “aplicables dentro del territorio”.
Un Estado que no es capaz de acoger a todos los sectores políticos; o, más precisamente, a los seres políticos, se está condenando a un secuencial conflicto irreversible. La historia misma de nuestra nación, nos ha dilucidado atrozmente este infortunio. Sin más sofisterías, la quintaesencia de lo que pretendo contar, son las consecuencias que genera un Estado fallido cuando utiliza el monopolio de la violencia desmedidamente, para “defender los intereses comunes” y lo contradictorio que resulta para la sociedad.
Aunque en el fondo se pretenda una estructura de seguridad más vigorosa, paralelamente puede ser más inseguro. Este oxímoron ha abanderado el método implementado por los distintos gobiernos de turno a lo largo de las últimas décadas. La fuerza pública; encargada de velar por esta tarea específica, se ha descarriado moralmente y ha extralimitado sus funciones, superando las barreras y las acotaciones que le impone los derechos humanos y la Constitución Política. La simbolización más viviente, se refleja en las múltiples manifestaciones que tienen lugar a lo largo y ancho del país; revelando la peor cara de la Policía y el ESMAD, —de los cuales ya se tenían registros—, y que han sido ratificados en los últimos meses, tras los aberrantes sucesos del uso desaforado de la fuerza. Panorama que enmarca la deslegitimación de estas instituciones y, que en el fondo, resuena el clamor de una muchedumbre que ansía una reforma estructural, para detener las actuaciones inhumanas.
Asimismo, la implementación y verificación de los Acuerdos de Paz está manchada por este fenómeno, que se traslapa a los territorios rurales en forma de un Leviatán, y que el Estado mismo se ha encargado de alimentar perennemente, a tal punto de no poder controlarlo. Las garantías a la vida y la dignidad humana son precarias en estas poblaciones, caracterizadas por el dote de la resistencia. “La mano dura del Estado”, ha traído calamidades a las victimas e inocentes que se ha llevado eternamente el conflicto armado colombiano, ¿Y para qué?, si la experiencia ha demostrado que a plomo no se acaba un grupo al margen de la ley: o preguntémosle al presidente de turno de 2002-2010. En el mejor de los casos se debilita ilusoriamente las guerrillas, a fuerza de falsos positivos, porque la vida está supeditada a los resultados.
No tenemos un Palacio de los sueños, que nos monitorea a diario para mantener el poder intacto entre la realeza, pero sí contamos con un sistema represivo que pretende protegernos de un enemigo público, con el fin de abanderar resultados quiméricos y mantenerse en el poder, con la insignia de salvarnos de un mal incontrolable, que, en últimas, resultan siendo ellos mismos. Están destrozando el mejor método de seguridad estatal existente: la paz, a cambio de caprichos exiguos, y han perdido de vista el camino de la negociación en todos los sectores. ¡Si ellos no prenden el farol, nos corresponde a todos cambiar de vehículo en el 2022! tomando el atajo de la democracia y consensuando un rumbo más certero.
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