Al perro lo capan tres veces

Y hasta cuatro o cinco si son necesarias para que algún día Bogotá pueda afrontar con suficiencia los retos de salud pública que conlleva el aún existente COVID-19.

Porque este es el tercer pico pero vendrán otros más, y la solución del pródigo y vanidoso gobierno distrital de Nayibe López Hernández, alcaldesa mayor de Bogotá, será la misma: pico y cédula, cuarentenas estrictas, retenes arbitrarios de la policía en las calles, más desempleo, más niños recluidos en sus hogares, más negocios quebrados, más sufrimiento para una clase media sobre la cual pesa la sentencia de una tercera (vaya coincidencia numerológica) reforma tributaria, más hambre.

Más que las 9 o 10 consabidas páginas de considerandos autocomplacientes que López Hernández suele dedicar en los decretos a motivar sus decisiones, la justificación es y será -porque vendrán tantos decretos como tantas veces que tengan que capar al perro-, en esencia, también, la misma: la ocupación de las ucis es alta, tan alta que hay que hacer todo lo que sea necesario para evitar un colapso hospitalario.

El riesgo del colapso es real, nadie lo duda y nadie quiere que ocurra. La verdadera pregunta es por qué el gobierno distrital dejó que la situación llegara, por tercera vez, hasta este punto.

La administración de López Hernández se congratuló a sí misma cuando dijo que las pasadas cuarentenas redujeron la velocidad de contagio, que habían disminuido la ocupación de camas UCI, que se habían evitado 10.000 muertes. Si tanto éxito hubiera sido cierto, si la presunta vigilancia epidemiológica hubiera sido efectiva, si se hubiera ampliado realmente la capacidad del sistema hospitalario, Bogotá no debería estar cerca de los 750.000 contagios por covid-19, no debería haber cremado casi 15.000 de sus habitantes, no debería haber llegado a un tercer pico por insuficiencia de recursos.

La indisciplina social salió de paseo el fin de año y se fue de vacaciones en Semana Santa, regresó y se quitó el tapabocas en el parque Simón Bolívar, se aglomeró en Transmilenio y en San Victorino, se paseó oronda enfrente del Palacio Liévano, pero nadie en el muy perspicaz gobierno distrital la vio.

Hace un año, López Hernández explicaba lo que sería la estrategia acordeón: se libera, se cierra, se libera, se cierra. Lo que no dijo la alcaldesa es que con cada repliegue del fuelle miles de bogotanos pierden sus empleos, miles de empresas cierran, miles de locales comerciales se desocupan, miles de niños pierden la oportunidad para socializar, y así la alcaldesa ha improvisado, improvisa y seguirá improvisando. Llegará el momento en que muy a pesar de la acordeonera el fuelle no se podrá extender tan fácil como se replegó.

Haría bien la administración distrital en cambiar el instrumento que nombra la estrategia: mejor sería llamarla estrategia bandoneón. En vez del sonido alegre y esperanzador del acordeón, todo lo relacionado con el COVID-19 en Bogotá suena triste y melancólico, como el bandoneón cuando se convierte en tango; un tango que sabe a hambre y que suena al perro cuando lo capan una, otra y otra vez.

Adenda: ¿Será que el cuarto pico del COVID-19 en Bogotá coincidirá con la conciliación de la reforma tributaria en el Congreso de la República? Quién diría que lo que un día los separó un año después los une.

 

Daniel Poveda

Economista. Consultor de la Fundación Saldarriaga Concha. Exvicepresidente del Capítulo de Economía de la Asociación de Egresados de la Universidad de los Andes.

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