Al lado de la cruz

Por un minuto todo quedó en oscuridad y en silencio, la tierra misma enmudeció al escuchar los gritos débiles pero inolvidables de Aquel que sembró en un pesado tronco de madera, el eco de sus palabras y de sus luchas, el eco de su vida, el cual no dará marchas atrás pese a los inminentes abismos que juran tragarse todo. Nazareno, ya lo habías dicho: la semilla tiene que caer y morir para luego dar vida, pero, ¿qué vida pudiera querer si ya no veo las chispas de amor que reflejaban tan noblemente tu mirada? Tus ojos que revelaban tímidamente tu pureza se han apagado, tus lágrimas lastimadas y laceradas ya no corren, se las tragó la muerte. ¿Qué es eso extraño que recorre tu cuerpo? Quizá tu sudor campesino, tu sangre profanada, o la lluvia que se pelea por lamer tus llagas. Malditos los clavos oxidados por el odio que te han desfigurado tus pies polvorientos y llenos de caminos. Te han quebrado los pies Maestro pero los sigo reconociendo, nuestras brechas, nuestras aldeas, manchadas de tanta indiferencia no merecieron nunca tus pisadas. Y sin merecerlo, no veo otra cosa que tus huellas, invadiste nuestros caminos, por doquier están tus pasos. Los clavos no lograron contener tus pisadas solo las hirieron.

Mire al cielo, nuevamente la cruz, evitando el horror de seguir viendo sus pies acribillados, mientras esto sucedía me paralizó la visión de sus manos. Desgarradas, moribundas, ya no escribían ni sanaban, atrofiadas y deformadas, se dejaron vencer por el dolor innombrable; estaban perdiendo el pulso con la crueldad. Lánguidos estaban sus dedos, a medio morir o medio vivir quien lo supiera, aparentaban tener algo de fuerza, pero seguían siendo incapaz de señalar a nadie. Manos artesanas de lo bello, que crearon con delicadeza y esfuerzo: camas, mesas, a lo mejor cruces, mismas manos divinas que también crearon la alfombra llamada firmamento, la inmensidad de lo que llamamos mar, las estrellas mitológicas que emprenden arrebatadamente su fuga hacia lo infinito y a su paso dejan la posibilidad de uno que otro sueño imposible de cumplir pero necesario para la vida, también una que otra luna, y como dejar en el olvido tan rápidamente que siempre crearon el bien tocando a los intocables, abrazando a los repudiados, sanando los cuerpos podridos y las almas putrefactas, acariciando los niños empobrecidos, abusados violentados, tocando los muertos para sentir su frialdad mientras les ibas devolviendo tu. calor humano y divino y milagroso, con ellas, acariciaste el rostro de los desahuciados hasta lograr tocar sus corazones, a las últimas, a quienes les saquearon hasta el último beso y a quienes aprendieron amar con desgano, a ellas, tus toscas manos de carpintero, cuántas veces tocaron sus pieles frágiles de amores y desgastadas de historias, epidermis tras epidermis, desbarajustaste sus nervios hasta taladrar lo más profundo de sus huesos para hacer allí tu nido, para quedarte y quemarlas de amor desde adentro. Ahí estaban tus manos siendo espectáculo de dolor y herida.

Miré la cruz y nuevamente vi una mezcla de horror y esperanza:  El creador reducido a una criatura masacrada por lo creado. La palabra eterna dejó de ser verbo para convertirse en sustantivo haciéndose a sí mismo un poema amorfo y quebradizo. El Espíritu perfecto tomó forma de barro perecedero, y la vida vino a morir. Hubo un momento sin historia comparada donde él suspendió la nada, jugó con ella, y le arrancó la vida. Luego la vida dada le fue arrebatada y nuevamente las tinieblas cubrieron la faz de la tierra. Otra vez la pregunta por la tierra, la cruz transportándome a un segundo Edén donde se reencuentran cara a cara el creador y la creación, el espíritu y su barro.

Al lado de la cruz me doy cuenta que se mezclan la vida y la muerte, el dolor y la sanidad, la confusión y la esperanza, el pasado, el presente y el futuro, lo humano y lo divino. La cruz símbolo de tanta cosas y dueña de tantos significados, ante tal suceso me queda dedicarle un minuto o una eternidad de silencio.

Juan Fernando Morales Valencia

Juan Fernando Morales Valencia, seguidor de Jesús, teólogo, magíster en hermenéutica literaria.

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