A Jairo lo delataba la risa, la mueca irónica, la mirada segura. Tenía la certeza de que el mundo no andaba bien, de que la ciudad no andaba bien y que su lugar en este mundo era jugar a develar el oscuro papel de los criminales que se aprovechan de las precarias condiciones de las comunidades para controlar, para sembrar el miedo, para volver negocio todo lo ilegal.
Hurgaba con pasión las marañas del pillaje y se declaraba triunfador cuando podía tejer con precisión lo que estaba sucediendo en los barrios. Sonreía con dolor mientras contaba ese entramado que comprometía casi siempre a la policía con los combos; se sentía decepcionado de lo poco que le importaba a los políticos lo que allí pasaba y, sin embargo, seguía investigando con una pasión que sobrepasaba los posibles miedos, que más de una vez, confeso tener.
Le cabía toda la comuna en su corazón, siempre clamaba por la organización, era un tejedor en medio de lo inhóspito del contexto, soñaba con redes, con mesas que facilitaran una construcción democrática del territorio; no soportaba que el Estado llegara con su poder y prepotencia a imponer obras y programas que no estuvieran en la agenda de la comunidad. Era un soñador de ojos grandes y mirada prospectiva; no concebía el desarrollo de la comuna si no se atendía la pobreza, la exclusión, la inequidad; no entendía cómo se podía invertir tantos recursos en obras de infraestructura mientras no había agua potable, era tan precarias la vivienda; jamás pudo entender la lógica de los políticos que sustentan la transformación de la ciudad en el urbanismo social. Lo vi enrojecer de cólera e invitar a la movilización cuando se producían los desalojos de viviendas porque era la norma o porque se necesitaba para propiciar el desarrollo.
Jairo era memoria, era territorio, era desarrollo local, era educación, era Derechos Humanos. Confiaba y ponía todo su empeño en apoyar los movimientos juveniles de la comuna, tenía la certeza de que si ellos no se dejaban tentar por los poderes externos, en sus manos estaba, la transformación social y cultural de su comuna.
Era voz, era oído, era comunicador, era político; quienes queríamos comprender la comuna lo buscábamos para escuchar su sabiduría, su indignación, su esperanza y, quienes querían tener eco lo buscaban para contarles sus silencios, sus pobrezas, su exclusiones.
Pero si me tocara quedarme con una palabra estoy convencido de que Jairo Maya encarna la solidaridad. Era su clave, su filosofía, su cuerpo, su alma; ser solidario le definía su día a día, sus temores, sus valentías.
No fui su amigo, como suele ocurrir entre nosotros los hombres lo único importante es el afuera, esas luchas colectivas, en muy contadas ocasiones me habló de él: de sus condiciones, de sus soledades que lo hacían extremadamente vulnerable. Aun así quise escribir esta semblanza de ese hombre valiente, honesto, coherente que luchó todos los días por la dignidad y, que una tarde de este marzo de luna llena partió en silencio para dejarnos añorando su capacidad de ser un hombre esencialmente bueno.
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