El pasado 1 de agosto de 2019 se cumplieron doscientos años del nacimiento de Herman Melville (1819-1891). Considerado uno de los escritores estadounidenses más importantes del siglo XX, murió en el olvido a los 72 años. Las escasas ventas, las terribles críticas y la desaprobación que sufrió contrastan con el éxito póstumo de Moby Dick (1851) y Bartleby, el escribiente. Una historia de Wall Street (1853). William Faulkner, Theodore Dreiser y John Dos Passos comenzaron una labor de recuperación en 1918, acción que se consolidó al publicarse el hasta entonces inédito Billy Budd en 1924, y que propició además que la obra de Melville fuera descubierta por los lectores.
A propósito de la traducción de Bartleby, el escribiente en 1943, Jorge Luis Borges establece que el relato de Melville anticipa la obra de Franz Kafka; así como en El proceso (1925), el protagonista es juzgado por un tribunal carente de toda autoridad y cuya severidad él consiente sin el menor reclamo; Melville, más de setenta años antes, crea el particular caso de Bartleby, personaje que actúa contrario a toda lógica y “que se niega tenazmente a la acción”.
Contratado por un abogado especializado en bonos e hipotecas en Wall Street, Bartleby trabaja en la copia de documentos legales. Su figura “¡pálidamente pulcra, lamentablemente decente, incurablemente desolada!” pasa desapercibida hasta que se rehúsa a cumplir una orden: “Preferiría no hacerlo”, responde con imperturbable pasividad. La falta de acción va en aumento: no sale a almorzar, no se relaciona con los demás compañeros de trabajo, no se ausenta de la oficina; impávido, el escribiente se niega también a ejecutar labor alguna y con humilde terquedad se queda a vivir en el despacho. Incapaz de despedirlo o echarlo por la fuerza, el abogado opta por cambiar de sede: “sería un canalla si me atreviera a murmurar una palabra dura contra el más triste de los hombres”, afirma; sin embargo, los nuevos inquilinos se quejan de la apropiación del espacio: de día aguarda en las escaleras y de noche duerme a la entrada. Bartleby es denunciado y encarcelado. El abogado comprende que cualquier tipo de ayuda a su empleado es inútil, y no puede impedir el trágico final: el amanuense se deja morir de hambre en la prisión.
Con el contundente “Preferiría no hacerlo”, que Bartleby lleva al límite queda al descubierto la tensión entre la preferencia y la negación; elección que el escribiente resuelve al comenzar a no preferir o a preferir no preferir. Al negarse a toda acción, la nada con sus diversas máscaras lo aguardan: la inacción, el silencio, la muerte. Sin embargo, no se trata de una dimisión en busca de una vida superior, como en los místicos; o de una capitulación para dar fin a un padecimiento físico; tampoco de un sacrificio a favor de una causa en particular. Desde una perspectiva nihilista, el “Preferiría no hacerlo” da lugar a la renuncia por la renuncia misma, sin objeto. Y en este sin objeto, está la nada. De acuerdo a la interpretación de Gilles Deleuze, el escribiente prefiere la nada antes que algo: “no una voluntad de nada, sino el crecimiento de una nada de voluntad”.
Lo que llama la atención del “Preferiría no hacerlo” es que no designa indiferencia, debilidad o apatía; por el contrario, es fuerza y perseverancia de la nada como voluntad; no en vano, Melville le comenta a su amigo y también escritor Nathaniel Hawthorne: “A un espíritu que dice no con truenos y relámpagos, el mismo diablo no puede forzarlo a que diga sí”.