Gran parte de la ciudadanía colombiana está convencida que lo peor que le pudiera suceder a un político es que lo suspendan, lo destituyan, lo metan preso, lo secuestren o incluso que atenten contra su propia vida; pero nada más equivocado si de la “ilógica emocional” de la ciudadanía electoral colombiana se trata; porque las estadísticas demuestran que el ciudadano suele votar mucho a narrativas coloridas y populistas, con las graves consecuencias que eso ha traído a la estabilidad institucional y la democracia.
Ser alcalde de Bogotá representa gerenciar el tercer cargo más importante del país en materia presupuestal, con un monto anual para el 2023 que supera los 31 billones de pesos; cifra que es cuatro veces más grande que la de Cali y once veces que la de Cartagena, proporcional a los 7.2 millones de personas que habitan la capital del país.
Virgilio Barco fue elegido por méritos, no con votos; ocurrió por decreto del presidente Lleras Restrepo en 1966 al ser nombrado alcalde de Bogotá hasta el 1969. Luego de una gestión destacada en la modernización de las instituciones de la capital bogotana estuvo a punto de ser relegado en funciones por crear una Lotería cuyos recursos serían destinados a los más pobres. Fue víctima de sectores que condenaron moralmente la idea de un juego de azar, sin pensar en los efectos. Barco fue víctima luego de esos mismos enemigos, quienes hicieron de “vaca muerta” en cada idea de este alcalde en pro del desarrollo de la capital. Luego Barco fue presidente de Colombia en 1986.
Andrés Pastrana Arango hijo del presidente Misael Pastrana; fue presentador en el noticiero de televisión TV Hoy propiedad de su familia, era un candidato más a la Alcaldía de Bogotá hasta que Pablo Escobar decidiera secuestrarlo el lunes 18 de enero de 1988, para convertirlo en moneda de cambio con el gobierno de Barco, creando un gran drama que convirtió su regreso a la libertad en un popular melodrama que victimizando al protagonista, lo disparó en las encuestas convirtiéndolo en el primer Alcalde Mayor del Distrito por elección popular en la historia de la capital. Andrés Pastrana luego se convirtió en presidente de Colombia en 1998.
Gustavo Petro Urrego, un cordobés que se educó en Zipaquirá y fuera personero y concejal luego de haber militado en la guerrilla del M – 19 y que se destacó como congresista, elegido como líder de la izquierda colombiana; en 2010 anuncia su candidatura a la Alcaldía Distrital de Bogotá y sus enemigos, invocando una posible doble militancia, lo victimizan y hacen que gane las elecciones en 2012. En 2013 intentan revocarlo y Petro convierte el supuesto revés en victoria fortaleciéndose como víctima cuando el Procurador Alejandro Ordoñez con mérito jurídico lo destituye e inhabilita, iniciándose una batalla jurídica y política que convierte a Petro en figura nacional potencializando su victimización que desenlaza en la Presidencia de la República en 2022.
Las historias de los políticos victimizados en Colombia alcanzaría su máximo nivel de expresión, incluso podríamos asegurar que de esplendor; cuando el muy modesto ministro de gobierno César Gaviria tropezara “casualmente” con su presidencia en el Cementerio Central de Bogotá durante lo que ha sido para la mayoría de colombianos el más emotivo, sentido y transmitido sepelio de finales del siglo XX en Colombia; el del último caudillo del Partido Liberal Luis Carlos Galán asesinado por el narcotráfico cuando el pequeño hijo de la víctima predestinaría al futuro presidente.
Hoy la mandataria capitalina Claudia López, la primera alcaldesa mujer y gay que ha tenido Bogotá en toda su historia, no marca mayor diferencia con sus antecesores; las encuestas certifican el pobre momento que vive en materia de opinión favorable en la capital por el deterioro de aspectos tan sensibles como la seguridad ciudadana, la lentitud en muchas de las obras públicas que ha propuesto o por la mediocre estrategia del principio y en medio de la pandemia del Covid-19 de trenzarse en una batalla con el ejecutivo nacional con efectos que hacen hoy casi inviable su aspiración presidencial en 2026.
Por lo que en 2023 no nos debería sorprender que de manera “casual o causal” a Claudia López le lleguen malas noticias. ¿Quién la irá a perseguir? ¿Vendrá alguna decisión de destitución o suspensión en camino? ¿Quién será el villano o villana de la historia que le permitiría a la alcaldesa oriunda de Engativá; salir del ostracismo de su pobre gestión en la necesidad de hacerse visible y viable como presidenciable? Dios quiera que no sea nada que vaya contra la vida, integridad de ella o sus seres queridos; solo lo menciono por los ejemplos que señale; pero es claro que por el camino que va le quedará muy difícil recuperarse incluso con “el volumen de gestión que ha realizado pero que parece el secreto mejor guardado el Liévano”.
Hace parte de las dinámicas de la comunicación política moderna en América Latina y ha pasado con otros líderes de gobiernos como Cristina Fernández, Nayib Bukelé, Lula Da Silva o López Obrador; que la persecución, la victimización y el aprovechamiento en sus relatos de “paletas de colores populistas” les ha permitido generar proselitismos y gobiernos en campañas permanentes, con el grave riesgo de revertir este estilo en un camino a la manipulación y el desgaste de las instituciones que ha sido el de la propia democracia.
¡Quedan advertidos los bogotanos!
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